Dame café para cambiar las cosas que puedo y vino para acepar las que no.
Slogans como estos inundan campañas publicitarias y post en internet de forma subliminal. De repente estás haciendo scroll por tu red social favorita y te aparece una copa de tinto en la pantalla, con una frasecita, en apariencia, inofensiva.
En cuanto llegue el verano, nuestra televisión se llenará de anuncios publicitarios invitándonos a disfrutar de la época estival al lado del mar, con amigos y con un botellín de cerveza en la mano. Y yo, que igual soy algo puritana y que suelo leer entre líneas, me pregunto: ¿de verdad es necesario esto? ¿Todavía no nos hemos dado cuenta del daño que hace el alcohol?
Hace no mucho, escuchaba hablar a Víctor Elías, actor, compositor, músico, un tipo conocido, vamos, sobre los problemas que el consumo de estos líquidos tan comúnmente extendidos había provocado en su vida. Un tío que a sus escasos treinta y tres años ya ha pasado por un centro de desintoxicación porque no concebía su vida sin una botella de licor al lado. Sin embargo, no tenemos que irnos al mundo del famoseo, de Hollywood o de grandes bandas de rock para encontrar miles de ejemplos o de vidas destrozadas por el alcohol. Con mejor o peor suerte, conoceremos o habremos vivido situaciones provocadas por esta droga.
Porque el alcohol es una droga, una de las peores si se me permite el atrevimiento. Su consumo está socialmente bien o muy bien aceptado. Y, para colmo, se nos anuncia en radio, televisión e internet cada dos por tres. No hay fiesta, celebración familiar o reunión distendida en la que no se abran botellas de cava, reservas del 95 o latas de cerveza. De hecho, parece que si no realizamos este gesto, la fiesta es menos fiesta. Todo se marida con vino. Los logros y las derrotas; las bodas y los divorcios; la vida y la muerte. Cuidado.
En diciembre de 2005 entró en vigor la ley antitabaco, la primera, que regulaba su modo de venta y su consumo en lugares de trabajo tanto públicos como privados. Desde hace casi veinte años el gobierno se ha puesto las pilas y ha implementado medidas para animar a la población a dejar de fumar, porque está demostrado, desde tiempos inmemoriales, que este acto o costumbre, daña seriamente la salud. De frases como la anterior están llenas las cajetillas, acompañadas por fotografías bastante desagradables de los posibles desastres derivados de esta práctica. ¿Por qué no ponemos estos mensajitos en las botellas de bebidas alcohólicas? Porque haciendo una comparativa muy rápida y sencilla entre estas dos drogas que están al alcance de la mano de todos, ambas matan. Y me parece más necesario cambiar la etiqueta bonita de la botella vino por algo más realista que llenar la estantería de un estanco de órganos chamuscados. Que también.
Cuando los que fumamos lo hacemos, nos estamos envenenando. Cierto. Pero aquí una que consume tabaco regularmente no ha perdido el control de sus actos en ningún momento por hacerlo; no ha provocado un accidente de tráfico con víctimas mortales; no ha destrozado relaciones familiares o de amistad; no ha cometido ninguna barbaridad. Porque el alcohol provoca todo esto y más.
Y me gustaría que los que tienen un poco de poder para cambiar las cosas (el consumo de las drogas pasa por la elección personal) dejara de lado sus intereses económicos y diera un paso más allá. Los carteles luminosos de las autovías ya no los leemos, señores, y el que bebe, con un poco de suerte, sabe cuándo tiene que parar para que en el momento en el que la guardia civil le dé el alto y le toque soplar, el aparatito no alcance el mínimo permitido. Y es que esta es otra. Cuando “estamos de vinos” y tenemos que coger el coche, en lo que pensamos es en la posible multa que nos pueden poner, no en que estamos poniendo en riesgo nuestra vida y la de los demás.
Ayudemos a los que normalizan esta práctica a salir de su error. Concienciemos, de verdad, de los peligros personales y sociales del consumo del alcohol.
Gloria Rocas
@lillibet_queen
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