Esta muestra tiene algo más: es como si Ángel Mateos, el amigo escultor, invitara a su casa al pintor. Y lo hace a través de su hijo, el también artista Ángel Manuel Mateos, quien abre a las exposiciones temporales este contenedor insólito que es el Museo de Ángel Mateos en Doñinos, arquitectura y escultura a la vez, pieza magnífica concebida para mostrar la obra de un iconoclasta que recibe la de otro artista original y poderoso, el pintor Andrés Alén.
Y es Alén el que nos espera a la puerta de la casa de su amigo para hablarnos, no de su obra, sino de la de Mateos. Representante del abstraccionismo constructivista, uno de los escultores más importantes de la Salamanca del siglo XX pródiga en artistas, Mateos basculó desde una temprana figuración hacia piezas que son dólmenes y menhires, que se alzan como maquetas de los monumentos que no llegaron a realizarse y que eran la preocupación de un escultor que se elevaba a través de la materia más representativa de su época, el hormigón. Sus vaciados, sus volúmenes, sus figuras sacadas del acantilado de su talento escultórico, su pasión por las proporciones y por la monumentalidad caracterizó una obra siempre en diálogo con la modernidad y el paisaje. Y ese diálogo que alza en Villavieja desde hace 30 años con el nombre de “Obelisco de la libertad”, una pieza objeto de un concurso de fotografía, nos observa hendiendo el cielo salmantino.
En las pulidas paredes de hormigón, la obra de Andrés Alén destaca por el cromatismo característico de muchos de sus cuadros que quiso acentuar tras la propuesta expositiva de Ángel Manuel Mateos. Continúa usando las teselas multicolores que forman el mosaico de sus cuadros, collage de color poblado de lo visible e invisible en un juego de texturas que contrasta vivamente con la densa personalidad de las paredes de hormigón. Es Alén aún más Alén contra la grisura de los muros, sin competir con la obra del museo-obra, sin imponerse a las piezas elevadas, minimalistas, de la tercera sala de su amigo. Color y signo, porque esta muestra breve del talento de Alén se centra en la escritura apenas entrevista “Me gusta la textura de la escritura”, y lo hace como realiza en ocasiones sus series y repeticiones… con infinita constancia y minucia de escribano… letra apretada que en ocasiones, afirma Alén, le recuerda a la grafía de su padre. Y esa letra, bordada sobre la pieza, no es un mensaje cualquiera, sino un poema de Aníbal Núñez que el artista se sabe de memoria.
Aníbal Núñez, otro nombre de la cultura salmantina que pace en las praderas del olvido y que deberíamos recordar aún más, y a quien conjura en apretado bordado de tinta Andrés Alén, deseoso de seguir conversando con el amigo que levantó el Museo, de seguir montando las piezas de sus obras, vidriera de color que ilumina el gris del hormigón, tonos rojos, anaranjados, vivos de llama junto a un azul de tesela de agua, que fluye junto a los círculos, las curvas y la trayectoria sinuosa de la grafía que cubre algunas de las piezas. Y en esa secreta humildad de la lámina que no requiere de marco ni de otra presentación que su colorido, su geometría que homenajea la verticalidad de las obras del amigo, la esencia de Alén que sigue fascinando al espectador, ahora también fascinado por el diálogo, la charla, el encuentro feliz de la obra-museo de Mateos y el imaginario fragmentado del invitado. Nunca el diálogo ha sido tan amable y tan sostenido, los amigos se admiran, los artistas se enriquecen mutuamente.
Todo en un Museo cuya concepción y forma sorprende al visitante y que se ancla, pieza perfecta, como lo hacen las sólidas, angulares piezas de un artista que trabajó con el plano la materia de la originalidad y de la perspectiva. Un Museo que se abre a las muestras temporales en una ciudad que adolece de falta de espacios expositivos y no de artistas que tenemos el deber de cuidar y el placer de conocer. Un Museo al que se invita al amigo a la visita afectuosa y al que el amigo responde con un estallido de color, geometría de su arte. Diálogo fecundo de amistad generosa y recuerdo entrañable hasta el mes de octubre en Doñinos, en el Museo del Hormigón.
Fotografía: Fernando Sánchez Gómez