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Marcos Robles, una mirada humanista sobre el Monasterio de El Zarzoso
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El rincón desconocido de retiro y fe en la entrada de la Sierra de Francia

Marcos Robles, una mirada humanista sobre el Monasterio de El Zarzoso

Actualizado 11/07/2024 10:08

El libro Santísimo Cristo de la Luz recoge la historia del monasterio, recorre sus tesoros artísticos y nos invita a descubrirlo y a apoyar su continuidad

La Sierra de Francia salmantina se intuye en el paisaje llano que se quiebra suavemente tras Tamames. Antes de llegar al Cabaco, la pendiente a la izquierda de la carretera muestra la imagen del Monasterio del Zarzoso colocado en la ladera como regalo de otro tiempo, un misterio que dejamos atrás para acercarnos a la Peña de Francia, a los pueblos abigarrados de cerezos y castaños que descienden a la profundidad secular del Monasterio de las Batuecas. Una línea de fe misteriosa y secreta que tuvo muchos nudos ahora convertidos en ruinas donde pace el olvido. Y sin embargo, pese a la prisa de la vida diaria, nos puede la fascinación por la vida contemplativa, el rincón ameno, la puerta del cielo, el secreto de las piedras que se convirtieron en casa de oración en medio de un atardecer esplendoroso. En el pórtico de la sierra, las hermanas de El Zarzoso guardan la paz de un espacio sin tiempo que se abre a las fiestas del Cristo de la Luz en la Cruz de Mayo, cuando los mayordomos recorren la danza del tamborilero. Una fiesta que quiso el doctor Manuel Marcos Robles convertir en libro para abrir a todos las puertas y las páginas de un lugar escondido en las laderas del paraíso.

Ch.A.: Doctor, ¿por qué este libro?

Manuel Marcos Robles: En diciembre del 2023, un amigo de la Sierra nos propuso a mi mujer y a mí que fuésemos mayordomos de la fiesta del Cristo de la Luz en Mayo. Aceptamos porque una cosa como esta le hubiera encantado a mi padre y a mis tíos, que solían venir a esta romería. Y pensé entonces: voy a dejar un recuerdo porque este lugar no tiene un libro que cuente su historia. A mí me gusta visitar museos, monasterios, iglesias… y buscar un libro que me hable de ellos. Además, este lugar tiene necesidad de dinero, parece mentira, pero cuenta con una deuda de 30.000 euros. Se puede entender que mi mujer y yo no podemos regalar esa cantidad, pero sí hacer algo con la idea de recuperar el dinero.

Ch.A.: Un libro que nos habla de la historia del monasterio, de su riqueza paisajística, de su iglesia… ¿Servirá para que visitemos el lugar?

M.M.R.: Es increíble que, como salmantinos, no conozcamos El Zarzoso. Vamos a la Sierra y no reparamos en este lugar que necesita de visitas y de interés por él. De ahí este trabajo, aunque me temo que no todo el mundo esté tan interesado en los libros como yo. Repito que a este lugar le faltaba un libro y aquí está, publicado con la ayuda de la editorial Kadmos, aunque a ellos no les gusta que se diga. Vivimos en un mundo en el que Robin Hood tendría problemas para hacer su trabajo, pero lo cierto es que hemos publicado 2.000 libros que, a un precio de diez euros, quizás no lleguen a saldar la deuda, pero sí a salvar gran parte y dar a conocer el lugar.

Ch.A.: Vivimos en un mundo donde todo sentimiento religioso está mal visto y, sin embargo, estamos fascinados por el retiro y la vida contemplativa.

M.M.R.: Yo no tengo problema en reconocer mi creencia religiosa y mi admiración por estos espacios. Un convento es un centro de oración. Este en concreto fue creado en el siglo XV en una sociedad que era muy diferente a la nuestra, pero ahora a la gente le gusta ir a edificios que han sido conventos antes que hospederías y que favorecen el retiro y el silencio.

Ch.A.: ¿El problema de los monasterios es adaptarse a los tiempos modernos?

M.M.R.: El gran problema de los monasterios, y el de El Zarzoso en particular, es que no hay vocaciones. En sus inicios eran un espacio de oración pero también de retiro para la gente adinerada, para hombres y mujeres que se encerraban a rezar y que, en ocasiones, dejaban grandes cantidades para ser enterrados junto al altar en un deseo de transcendencia. A mí me gusta ese ambiente de silencio, de conciencia del tiempo. Cuando uno tiene responsabilidades, trabajo, prisa, parece que ansiamos esa calma del monasterio donde no hay, aparentemente, preocupaciones. Aunque esas pocas personas que lo habitan tendrán alguna dificultad de convivencia. En esta vida nuestra en la que estamos preocupados por los políticos, por el partido de fútbol, por ver cómo le hacemos daño al vecino y en la que la convivencia es tan compleja, necesitamos parar. La vida tiene tanta prisa que nada se acaba de resolver.

Carmen Borrego: Mi padre tenía la costumbre de parar allí cuando íbamos a la Sierra y es verdad que se sentía una paz especial, el lugar, el paisaje…

Ch.A.: Me vais a perdonar, pero si fuera tan buena la vida contemplativa nos retiraríamos todos…

M.M.R.: No se trata de retirarse o no, sino de disfrutar de un lugar de fe. Este convento de regla franciscana se fundó en 1444 en un lugar rodeado de zarzas y tuvo un poblado para la gente que trabajaba para el convento y al que le donaron varias obras artísticas, como el Cristo de la Luz, piezas que hay que visitar así como las cenefas charras platerescas. En este edificio gótico, quiero pensar que en aquella época las monjas vivían felices y que la gente con aspiraciones de transcendencia las apoyaban. Allí profesó una hija de Elio Antonio de Nebrija, como tantas mujeres que entraban con una dote que engrandecía al monasterio franciscano posado en la ladera sur de la Peña Tintera. Contamos la historia en este libro, una historia de alegrías, de tragedias como el incendio que sufre el edificio en 1608 o las sucesivas desamortizaciones.

Ch.A.: ¿Un lugar bendito?

M.M.R.: El Zarzoso tiene muchos años de gloria, es un milagro que se mantenga, no acabaron con él ni la Guerra de la Independencia, ni los incendios, ni los ladrones… Eso sí, en el siglo XX lo que casi acaba con él es la falta de vocaciones. De ahí la llamada de auxilio y la llegada de nuevas hermanas que renuncian a todo para vivir en este retiro. Las religiosas tienen más lazos con Dios que con sus familias, lo abandonan todo para vivir en medio del campo, en esta clausura relativa del carisma franciscano. Tratar con ellas es muy especial: los que tienen un sentido religioso de la vida sienten esa paz y dan paz.

Ch.A.: Volviendo a temas más terrestres nos resulta complicado entender su falta de recursos económicos.

M.M.R.: Las desamortizaciones del XIX a las religiosas las dejan sin tierra, sin modus vivendi. Hasta entonces, los conventos estaban saneados. Y cuando los conventos se quedan sin recursos no tienen más remedio que vender arte. Hay que poner agua, luz… y la única manera que encuentran, como en tantos lugares, es vender el Tríptico de El Zarzoso a un anticuario que, a su vez, lo pasa a una familia que lo entrega al Museo del Prado. Lo que se vendió por tres millones de pesetas acabó en manos de una familia de coleccionistas a la que el Museo del Prado les compensó con cuatro millones de euros. Esta pieza está en la sala Várez-Fisa desde el 2014 junto con un magnífico artesonado de una iglesia de Palencia. ¿A qué más recurrir? A destinar una parte del convento para casa de espiritualidad o elaborar pastas… Pero vamos a ser realistas, las pastas no dan para mucho. Ir al monasterio a comprarlas supone desviarse por una carretera cuando en La Alberca lo encuentras todo en cinco tiendas en la misma calle. Hace falta más para que ese milagro, porque el monasterio se sostiene de milagro, pueda mantenerse. Os pongo un ejemplo, una casa en el campo, sin atención, se llena de insectos, malas yerbas, tiene necesidad de reparaciones…, cuánto más un monasterio que se sostiene milagrosamente habitado por mujeres que viven en un mundo de fe.

Ch.A.: En el libro dice una de ellas que “vivir en El Zarzoso es de valientes”. Sus testimonios son muy hermosos. Este es un libro de recuerdos, de crónicas, de historia, de arte, de poemas, fotografías… y reflexiones religiosas sobre la luz… no deja de ser lo más adecuado para uno de nuestros más importantes oftalmólogos…

M.M.R.: Recuperar la esencia de este lugar para que no desaparezca es el objetivo de este libro. La visita merece la pena, es un edificio del siglo XV con un paisaje magnífico, donde se ven unos atardeceres únicos contra La Sierra de Francia. No podemos dejar que se arruine como ha sucedido con los cuatro conventos que ahora son piedras desaparecidas y veamos vacas entre sus paredes como en la Casa Baja de El Maíllo. Y necesitamos esa espiritualidad, esa Luz que no solo vemos con los ojos.

Ch.A.: Hablando de ojos, estamos en el terreno de Santa Clara y no de Santa Lucía… Es muy hermoso todo el recorrido por la luz, esa luz de un paisaje espectacular.

M.M.R.: A Santa Clara se la representa con una custodia que irradia luz. El monasterio del Zarzoso está bajo la advocación de Nuestra Señora de Porta Coeli, y de un milagroso Cristo de la Luz. De su fiesta ancestral, familiar, nace este libro que quiere ser luz sobre este paisaje y sobre este lugar y quienes lo habitan. Estas páginas son para invitarnos a mirar, con los ojos cerrados o abiertos, el milagro de la luz.

FOTOS: CARMEN BORREGO