Tras quince años privado de libertad, se ha recuperado de sus adicciones y es una persona con una vida plena gracias al acompañamiento de Cáritas
La primera vez que Juan (nombre ficticio para preservar su identidad) salió de la prisión de Topas durante cuatro días de permiso solo pudo pensar en volver a su celda mientras caminaba angustiado por la calle Toro. “Tenía la sensación de que todo el mundo me miraba. No se me olvidará, lo pasé fatal”. Hace una década que cumplió condena y su vida es otra: tiene un trabajo, una red de apoyo y está libre de las adicciones que le llevaron a entrar en la cárcel. Un proceso largo y durísimo que ha recorrido durante todos estos años de la mano de Cáritas.
En total, Juan pasó quince años en el Centro Penitenciario a lo largo de dos condenas distintas. “Yo no robé para hacer daño, robé porque era un adicto. Necesitaba para mi dosis y cometí un delito. Ese delito lo he pagado y, gracias a Dios, hoy por hoy estoy limpio y quiero tener una oportunidad como todo el mundo”, defiende, sin olvidar los peores momentos que vivió allí. “El primer año de prisión fue muy complicado. Era un chaval y entré con el síndrome de abstinencia de las drogas. Se me fue la pelota totalmente, tenía en la cabeza que ya no iba a salir de allí. Me daba lo mismo si me apuñalaban en una pelea. Tenía la cabeza envenenada, todavía tóxica, no tenía libertad de pensamiento”.
Su punto de inflexión llegó gracias una conversación con un funcionario de prisiones. “Ya que estás aquí y tienes que pagar, intenta hacerlo lo mejor posible”, le dijo. A partir de ahí se fue “enfocando poco a poco”. Comenzó a estudiar, aprobó Educación Secundaria, le ofrecieron una beca y un empleo y eligió trabajar en la distribución de productos de higiene para ser una persona independiente económicamente. “Los problemas allí no son como aquí. Tu padre está enfermo y se te cae la prisión encima porque te sientes impotente. Todo se magnifica”.
Juan repite constantemente la importancia de aprovechar el tiempo y el apoyo de entidades como Cáritas. “Al final uno tiene que apostar por sí mismo. La reinserción social la tienes que empezar a hacer desde dentro”. La organización imparte distintos talleres artísticos para motivar a los internos. “Sinceramente, en prisión he visto a gente creativa a más no poder, hacen virguerías. Si tuviéramos que pagar diez años de prisión entre el patio y la celda, saldríamos con la cabeza echa polvo”.
Los problemas de salud mental afectan a la mayor parte de los internos en los centros penitenciarios. “Pasas por depresión, aunque no sepas ni lo que es esa palabra. Hay momentos en los que no ves salida, te sientes en un pozo sin fondo hasta que no te das cuenta de la situación. Cuando sacas un poco la cabeza, necesitas a alguien que vea lo mismo que tú: que eres una persona vulnerable, y que tire un poco de ti”. Esa mano amiga para cientos de internos es el Programa de Intervención en Prisión de Cáritas, que les acompaña y respalda en multitud de aspectos que van desde la asesoría legal a la proporción de un lugar en el que residir durante sus permisos penitenciarios.
Juan procede de una familia humilde y recuerda que cuando entró en prisión lo perdió todo. “A mi mujer, el contacto con mi hija, con mi familia. Cuando salí, mi abuela fue la única que me echó un cable y por lo menos tuve una vivienda”. El Centro de Día, tratamiento y prevención de Drogodependencias de Cáritas tuvo especial importancia en su recuperación. “Te forman para que tengas una opción en la sociedad. Yo he visto a muchísima gente que, después de estar siete u ocho años en prisión, vuelve a consumir el primer día porque es lo único que conoce”, se lamenta. Además de con la drogodependencia, Juan tuvo que lidiar con el fuerte sentimiento de culpa que le acompañaba desde hacía años y decidió enfrentarse a él con el propósito de comenzar una nueva vida libre de cargas. “Lo primero que hice —en contra de la opinión de mi abogado— al salir de prisión fue ir al sitio donde había robado para hablar con el director y pedirle disculpas de corazón”.
Cáritas Diocesana de Salamanca forma y respalda a estas personas en su reinserción sociolaboral, que se complica por culpa de los prejuicios, tal y como atestigua Juan. “Para cualquier cosa te piden datos y yo tengo un vacío de quince años. Muchas veces cuando he ido a una entrevista de trabajo y me han preguntado tienes que decir, “es que he estado enfermo”, “me estuve formando”, “tuve un problema familiar”… Sería más fácil poder decir: “pues en estos quince años tuve un problema de adicciones y entré en prisión”. He tenido la suerte de que los míos saben quién soy y cómo soy, no me he considerado mala persona en mi vida”.
Pese a la dureza de su experiencia, Juan transmite un mensaje de esperanza. “La reinserción social la hace uno mismo. Si empiezas tú, al final la gente te apoya porque ve en ti la actitud de alguien que quiere cambiar de forma de vida”. Juan ha conseguido consolidar esa transformación y demanda que la sociedad normalice, sin prejuicios y con naturalidad, la convivencia con personas que, como él, han cometido errores y cumplido una pena de prisión.