El párroco salmantino reconoce que le duele el “gueto” en el que se ha convertido un barrio “que nació lleno de vida” y hoy está lleno de “problemas reales marcados por el narcotráfico y la ocupación”
Nunca ha vivido solo. El nombre de Emiliano Tapia es conocido entre muchos rincones de Salamanca y provincia por su búsqueda permanente de la solidaridad social. El conocido cura de Buenos Aires, comparte casa con los más desfavorecidos. Siempre lo ha hecho. A lo largo de toda su vida, siempre ha dado un hogar a reclusos, inmigrantes, jóvenes con adicciones, mayores… En su haber acumula más de cuarenta años de trabajo siendo un hombre clave en la lucha contra la discriminación.
Vive con un lema: la vida de las personas siempre en el centro. Y así se entrega por entero a diferentes iniciativas sociales en los pueblos de la provincia donde aterrizó en 1977; después, en el barrio trastormesino de Buenos Aires y en la cárcel de Topas donde ejerce como capellán y lidera desde allí la Pastoral Penitenciaria de Salamanca. Una vida de entrega a los demás en comunidad, nunca un trabajo en solitario. Una lucha por denunciar las desigualdades. Denuncia el deterioro al que está sometida la provincia con “el olvido hacia sus habitantes” y le duele el “gueto” en el que se ha convertido un barrio “que nació lleno de vida” y hoy está lleno de “problemas reales marcados por el narcotráfico y la ocupación”
Ante los terrenos en los que se desarrolla su día a día, no debe ser fácil que se cumpla ese lema de poner siempre en el centro a las personas…
No, pero es necesario. Ese es siempre el objetivo, el horizonte de un camino que viene marcado por los contextos en los cuales nos desenvolvemos, y digo en plural porque no quiero personalizarlo. Al final este es un proyecto comunitario porque si no, nada de lo que hacemos sería posible. Cada día trabajamos ante vidas que están sin perspectiva de futuro, que están criminalizadas y el camino solo es uno: y es que la centralidad de sus vidas se centre también las iniciativas sobre las que estamos trabajando.
Los primeros pasos los dio en la provincia. Concretamente en la zona de las Arribes por el 1977. ¿Qué problemas sacudían esa zona en ese momento?
Yo siempre digo que me empujaron a moverme a las Arribes, no fue una decisión que tomé de forma muy clara, pero yo en ese momento estaba estudiando en los Salesianos, de ahí pasé a la Diócesis de Salamanca y es desde ahí desde donde me trasladan a esa zona. En esos años había mucha necesidad. Había muchas personas en situación crítica y había que estar allí, junto a ellos. En muchos pueblos seguían sin agua corriente, por ejemplo. Recuerdo también que luchamos mucho para que no desaparecieran las escuelas así como la lucha organizada a favor de las personas mayores; había muchas y había que dar alternativas para que la gente pudiera permanecer en sus casas con todos los servicios de cercanía, y por eso fue cuando empezamos por ejemplo con la comida a domicilio, o cuando pusimos en marcha una pequeña lavandería en Villarino de los Aires o Pereña de la Ribera, o cuando empezamos a acoger personas en situación crítica en las casas parroquiales de diferentes municipios.
Las preocupaciones seguían y allí consolidamos el trabajo varios años. Fueron años verdaderamente increíbles de mucho cambio, muchas luchas y muchas preocupaciones. Cuando yo me vine a Salamanca en 1984 aquellas intenciones e iniciativas que en aquel momento planteamos las seguimos haciendo, y hoy se están haciendo realidad de otra manera.
En la provincia hacéis un trabajo real y tangible, con cuatros grupos organizados trabajando por y para las personas. ¿Cómo están organizados?
Actualmente gestionamos cuatro colectivos que están en conexión con el medio urbano. Por un lado, la Asociación de Desarrollo para el Campo de Salamanca y Ledesma (ADECASAL), un colectivo en el que trabajamos en colaboración con ayuntamientos y muchos voluntarios. Nació por los años 90 y ahí es donde empezamos con el catering rural, los centros de día y muchos servicios sociales que intentamos potenciar. Por otro lado, Escuelas Campesinas, un colectivo que trabaja en torno a El Manzano, Monleras, Sardón de los Frailes… es una asociación con historia desde los años 70. Por otro lado, hace dos años, creamos la empresa TERRAVITA RURAL. Es una empresa de economía social y comunitaria que gestiona dos panaderías; una que se cerraba en Monleras y otra que se cerraba un poco más tarde en Trabanca. Nos pareció que, ya que hemos trabajado tanto por el cuidado de la gente y de los jóvenes, pudieran mantener el pan de calidad que habían tenido siempre y por eso asumimos la responsabilidad de la gestión con muchísimas dificultades, porque no es fácil encontrar gente que asuma el trabajo. Actualmente, estamos trabajando en diez pueblos de la zona el servicio del pan. Y el otro colectivo en el que trabajamos es ASDECOVA (Asociación de Desarrollo Comunitario Buenos Aires). Nació en 1994 dirige sus esfuerzos a mejorar las condiciones de vida de las personas más vulnerables, y aunque nació en la capital, siempre estuvimos conectados con el mundo rural y seguimos colaborando en la gestión de dos pequeños centros residenciales de 10 y 11 plazas en el Manzano y en Villaseco de los Reyes o colaborando en el seguimiento y acompañamiento de personas mayores en su propio medio siempre en conexión con estos otros dos colectivos que trabajan específicamente con la zona. Esta es la estructura que sostienen todas estas iniciativas en la zona rural trabajada por personas de la zona. Hay que cuidar a las personas y generar comunidad. Con estas iniciativas, nosotros generamos más de 120 empleos directos y una relación de colaboración diaria de más de 2.000 personas.
Ese trabajo es arduo también el Barrio de Buenos Aires, ¿cuál es la realidad allí?
Es una realidad muy distinta a la que yo me encontré en el año 1994. Según pasaban los años siempre quisimos denunciar lo que estaba pasando en el barrio, dar luz y no esconder lo que estaba sucediendo, y lo que pasaba es que esas ilusiones de los vecinos estaban comenzando a venirse abajo porque un barrio tan pequeño se estaba convirtiendo fundamentalmente en dos cosas: un mercado del narcotráfico y se estaba situando como un gueto. Tal vez hoy el narcotráfico puede haberse reducido, pero no así el gueto que se ha generado de tal manera que el 50% de los vecinos se han tenido que marchar del barrio ante el deterioro de la convivencia y la ocupación de viviendas. Las relaciones en el propio barrio han generado mucha desilusión y mucha desesperación. El barrio ha sido abandonado a su suerte. La dejación ha sido absoluta y total por muchas instituciones. El Ayuntamiento sí me consta que se ha implicado, pero seguramente no sea suficiente. De las más de 300 viviendas que hay en el barrio, más de 100 están mal ocupadas, no hay dueños, y muchas de ellas son controladas por las personas centradas en el narcotráfico. Yo entiendo que es una situación a la que no es fácil poner remedio, pero es urgente.
¿Es peligroso?
No, no es peligroso, eso es un tópico, no es verdad. La realidad es mucho más dolorosa que todo eso. Lo que es peligroso y preocupa es la desilusión de mucha gente del barrio que le hubiera gustado seguir y se han visto obligados a irse. Se ha perdido la esperanza, la que esos mismos vecinos alimentaron sobre todo sobre los diez años primeros.
¿Cómo se ayuda a la gente allí ante esa situación tan difícil?
Nosotros seguimos entregándonos a la ayuda en el barrio, y no vamos a abandonar. Desde que inauguramos la comunidad parroquial en 1994 siempre hemos acogido a personas inmersas en la exclusión social. Siempre he compartido mi vida con gente, con aciertos y errores, pero con toda la ilusión. Así, hoy tenemos gente acogida en la casa parroquial y otros 4 pisos con una media de 25 personas. En Buenos Aires tenemos dos de esos pisos, y los otros dos en dos urbanizaciones en Tejares y la Fuente con los que acompañamos comunitariamente a personas que no tienen autonomía o se encuentran en una situación de calle y a nosotros nos parece que el derecho al techo, el derecho a la alimentación, el derecho a la vivienda y a la atención sanitaria es un derecho humano, de cualquier persona.
¿Hay un perfil en común entre esas personas?
No. Lo único que tristemente comparte todos es la situación de precariedad. Son personas que vienen de la calle, inmigrantes sin papeles, personas que salen de la cárcel sin un esquema de vida o personas que son dependientes. A lo largo de estos años hemos convivido con unas 3.200 personas que han vivido en estas casas, hay testimonios e historias de vida muy duras.
Tampoco será fácil el trabajo como capellán en Topas. ¿Qué es lo más duro?
Hay también personas con historias muy duras. En Topas estamos como Iglesia, desde el equipo Pastoral siempre digo que nuestra labor es escuchar, apoyar y acompañar. Allí organizamos pequeñas iniciativas con grupos con quien dialogas y reflexionas, a quién ayudamos a abrir los ojos… Cuando empezamos a trabajar con ellos nunca preguntamos por qué está en la cárcel, lo tratamos simplemente como un ser humano, después ya en el camino nos contaremos las cosas.
Toda una vida entregada. ¿Qué balance hace?
Yo estoy convencido de que ha habido muchas equivocaciones. A mí cuando me preguntan que qué hemos logrado digo que no lo sé, que lo hable la gente con la que hemos trabajado. El recorrido de la vida en este contexto hay tantas barreas y tantas dificultades que es difícil saber si hemos acertado o no. Lo único que sí me gustaría decir es que tanto en mi caso como en el de tantas personas que trabajan conmigo nos estamos dejando ahí parte de nuestras vidas, y con eso me quedo. Si uno pone la vida y la pone en gratuidad, a riesgo de lo que sea, es lo que merece la pena destacar. Yo voy a seguir haciéndolo hasta el final de mi vida. Para los que estamos aquí esto no es un trabajo, es un estilo de vida y es un estilo en el que uno debe continuar hasta el final.