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A propósito del Orgullo Loco
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A propósito del Orgullo Loco

Actualizado 23/05/2024 07:57
Tomás González Blázquez

No tenía aún decidido sobre qué escribir hoy cuando el miércoles pasado nos visitaron los compañeros de Inspección Médica y del INSS en nuestro centro de salud. Entre otros asuntos, salió a relucir el aumento notabilísimo de situaciones de incapacidad temporal, comparando por ejemplo las cifras de 2019 con las de 2023. En este incremento no tiene poca importancia el mal hacer de rentistas y jetas, aunque decirlo pueda ofender a los oídos más buenistas. No era mal tema ese para abordar. Tampoco le hice ascos a las reflexiones que compartimos sobre visados de fármacos y, sobre todo, de suplementos o complementos nutricionales. Pero en mi cuaderno de notas aparté la pregunta que hice, y la breve respuesta, sobre salud mental.

Horas después, sin haber avanzado gran cosa, el estado de whatsapp de un buen amigo me devolvía al mismo sitio a través de una pintada, la que encabeza estas líneas. Un grito en la pared de los que interpelan, o quizá un susurro sin muchas fuerzas pero buena caligrafía: Necesitamos cambiar el mundo, no que nos mediquen para soportarlo. Otra vez la salud mental. Tecleé la frase completa en el buscador y pronto afloraron artículos en los que se luchaba contra la “medicalización”, contra la “violencia psiquiátrica”, incluso desechando el estigma atribuido a la enfermedad mental con la apuesta por el llamado “Orgullo Loco”. Era tal mi ignorancia sobre esta causa de algunos denominados “supervivientes de la psiquiatría” que la primera vez que había visto el término, hacía pocos días en un cartel del centro de salud mental Ranquines, de Cáritas Diocesana de Salamanca, pensé que se limitaba al alcance de las actividades que organizan este fin de semana.

No he podido adentrarme en profundidad en los fundamentos de este movimiento, aunque comprendo el dolor sufrido por sus promotores. También entiendo la perplejidad que puede provocar, pues a mí me la provoca, leer determinadas afirmaciones tan ofensivas hacia la profesión médica, en general, y hacia la especialidad de psiquiatría en particular, y más aún, banalizando conocimientos científicos. Suele ocurrir cuando se intenta resumir un argumento en una pancarta o cuando a partir de una pancarta se atreve uno a argumentar. Por ello, el texto de la pintada compartida por mi amigo me resultaba más inspirador, al reivindicar un tratamiento más ambicioso en lugar de esa cierta anestesia pasajera o casi crónica que puede brindar la química externa actuando sobre nuestro organismo, y al mismo tiempo, me invitaba a no juzgar ni a concluir, sino sencillamente a dar razones para que la medicina, la psiquiatría, la ciencia, no sean concebidas como enemigos de las personas, que perpetúan estigmas o menoscaban dignidades.

Acaso la primera razón, y por qué no, la única de momento, pasaría por rescatar a la persona del colectivo, sacar al enfermo (o loco, si prefieren) del conjunto de la enfermedad mental, porque el primer error sería entenderla como una realidad informe y masiva cuando dentro de ese conglomerado conviven trastornos, situaciones, rasgos, síndromes, muy diferentes, y en cada persona esto se manifiesta de un modo distinto, en un contexto diverso, con unas consecuencias que pueden resultar muy variables.

Devolver la individualidad al enfermo, y también al profesional, libres ambos de tópicos, porque a la consulta llegan cada cual con su bagaje, con sus cruces a los hombros, con su capacidad de escucha y su confianza puestas a prueba, sería un primer paso, y por qué no, el único de momento, para cambiar este mundo a una versión más soportable y menos medicamentosa. Una locura de la que sentirnos orgullosos.

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