, 16 de junio de 2024
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La Guerra de Gaza, inequívoco signo de decadencia moral y ética en el camino de autodestrucción de nuestra especie
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La Guerra de Gaza, inequívoco signo de decadencia moral y ética en el camino de autodestrucción de nuestra especie

Actualizado 22/05/2024 11:32
José Luis Zunni

Podrán observar mis lectores/as que nuestra foto de portada corresponde a dos imágenes que impresionan y reflejan la crudeza de la Guerra de Gaza, en una de las tantas semanas en las que se siguen produciendo muerte y destrucción.

Imaginar que la Guerra de Gaza puede ser el prolegómeno de la autodestrucción de nuestra civilización, no es ninguna exageración, sino la palpable realidad de que hemos perdido la noción de las posibles consecuencias de la capacidad destructiva del arsenal nuclear existente en el planeta.

Si a esta amenaza se le suma el bajo nivel de desarrollo social, moral y ético en la gobernanza de los países del orbe, entonces estamos apañados. La caída de los que deberían ser los principales baluartes del desarrollo humano viene siendo algo imparable, ya que están contaminados por el uso irracional del poder, al que hay que agregarle un altísimo nivel de hipocresía. Cuando los líderes se saltan los principios y valores incólumes que han sido la esencia en el proceso histórico de evolución de los pueblos, se abre el camino hacia la intolerancia y la violencia.

Si observamos a las personas normales de cualquier familia en Gaza, tenemos el caso del médico palestino Izzeldin Abuelaish, que es también un reconocido autor y que perdió a tres de sus hijas y una sobrina durante la otra Guerra de Gaza que ya ni nos acordamos y que fue en enero de 2009, cuando de los proyectiles disparados por tanques israelíes algunos impactaron en su casa. Actualmente reside en Canadá y desde ya que aborrece la respuesta militar y es de los que defiende que el diálogo es la única vía para resolver el conflicto.

Sostiene que debe de haber una reconciliación entre palestinos e israelíes, y su constante mensaje a favor de la paz le ha valido la postulación al Nobel durante tres años consecutivos. Tiene una esperanza a pesar que “los palestinos hoy viven bajo ocupación, sin esperanza y sin vida", lo que para él es la prueba de la doble moral de Occidente e hipocresía, porque dice que se trazan paralelos entre la guerra de Ucrania y la que azota a Medio Oriente.

Un punto de no retorno

Si alguien nos pregunta si estamos dirigiéndonos como especie hacia un camino de autodestrucción acelerada, lamento decirles que la respuesta es afirmativa. No solo por el avance imparable de la ciencia y tecnología que nos pone a disposición elementos con un potencial de destrucción inimaginable, sino porque las brechas en la desigualdad económica, justicia social, equidad, inclusión e igualdad de oportunidades, a las que hay que sumarle una pérdida evidente de valores éticos y morales de la clase dirigente a escala global, nos pone contra “la espada y la pared” como especie.

La mayoría de los ciudadanos de cualquier país del mundo con unos mínimos de educación, en los últimos veinte años ha recibido una cantidad de inputs sobre la crisis medioambiental, que el cambio climático es un hecho, la desforestación del planeta, la huella de carbono, etc., entre algunos de las advertencias que emanan de una parte mayoritaria de la comunidad científica, y por supuesto, de la clase política que también en una amplísima adherencia a este movimiento así lo manifiesta.

Lo que sí podemos afirmar es que la ciudadanía global no tiene consciencia plena de que por más cuidados que tengamos para aliviar el tremendo proceso de erosión que provocamos al planeta, el peligro para nuestro futuro proviene de otros factores aún más perversos que pueden llevarnos antes de lo que nos imaginamos, a un camino de autodestrucción.

¿Es que estoy exagerando? ¡Para nada! Lo único que pretendo es que tomemos consciencia de cuáles son los auténticos parámetros contra los cuales debemos mirarnos, ya que de verdad nuestra especie está amenazada. ¡No por extraterrestres, sino por nosotros mismos!

Carl Sagan ya lo predijo hace cuarenta años cuando afirmaba que, si bien existían los tratados de desarme nuclear al que se habían suscrito principalmente las dos potencias hegemónicas de la época, Rusia y Estados Unidos, aún por entonces, el gran cosmólogo y astrofísico de la Universidad de Cornell, y en mi opinión el más grande divulgador científico del siglo XX, afirmaba “a pesar de estos tratados aún siguen existiendo 50.000 ojivas nucleares lo cual es obsceno para la supervivencia de nuestra especie”.

Tengamos en cuenta que, a finales de la década de 1980, se calcula que Estados Unidos tenía 23.000 armas nucleares frente a las 39.000 de la Unión Soviética. En la actualidad, hay más de 12.500 cabezas nucleares en manos de nueve países, encabezando esta lista Rusia y Estados Unidos, con un arsenal combinado de más de 11.000 ojivas. Seguimos en ese mismo nivel de locura a pesar de los esfuerzos de la Comunidad Internacional por rebajar este peligro, al mismo tiempo que tentación.

Cada 26 de septiembre, Naciones Unidas conmemora el Día Internacional para la Eliminación Total de las Armas Nucleares. Desde ya que lograr el desarme nuclear de todo el mundo ha sido, en teoría, la prioridad de la que podemos llamar “política de intenciones”, pero nunca fue cumplida. A tal punto se la ha considerado como una cuestión esencial para la paz mundial, que la primera resolución aprobada por la Asamblea General de Naciones Unidas que se celebró el 24 de enero de 1946, dio lugar a la Comisión para la Energía Atómica, compuesta por los Estados miembros del Consejo de Seguridad y Canadá, para eliminar mediante propuestas concretas los arsenales nucleares y las armas de destrucción masiva.

Esta celebración para la Eliminación Total de las Armas Nucleares es un principio que regula desde su creación a las acciones políticas de Naciones Unidas para concienciar a la población sobre "uno de los principales objetivos de la humanidad: alcanzar la paz y la seguridad en un mundo sin armas nucleares". Y transcurridos setenta años de intentos infructuosos no cabe duda alguna que como sociedad global de naciones que deben velar por la seguridad del planeta, hemos fracasado.

Cuando aún estamos luchando por un liderazgo más transformacional, integrador e inclusivo, que está a la orden del día en las organizaciones y también en las políticas de los países, el contraste de este indudable avance, especialmente el de la mujer en los puestos de trabajo y también en ocupar posiciones de liderazgo, sigue teniendo aún una pesada contrapartida en materia de defensa y poder armamentístico de los países, por el cual no podemos jactarnos de que somos en términos de civilización, una que sea garante de la paz y la seguridad mundial. Una que se caracteriza por ser muy avanzada en lo tecnológico y científico, pero que está en el paleolítico en cuanto a conducta y moral de los países que se matan unos a otros. Ucrania y Gaza son ejemplos palmarios, más allá de cualquier otra consideración.

Como decía Sagan, “si nuestro planeta es como una mota de polvo en el espacio, insignificante frente a los millones de estrellas y galaxias del universo, cómo vamos a ser tan presuntuosos de creer que somos el único planeta que alberga vida”. Y entonces agregaba, “lo que sucede es que muchas otras civilizaciones que han existido en el universo y llegado a un elevado nivel de desarrollo tecnológico se han autodestruido”, ya que Sagan sostenía la tesis que la tendencia de toda civilización hiper avanzada tecnológicamente tiende a la autodestrucción.

Por ello, ya en 1961 Nikolái Kardashov (1932- 2019) que fue un astrofísico ruso y el segundo director del Instituto de Investigación Espacial de la Academia de Ciencias de Rusia, obsesionado e intrigado por la vida extraterrestre, desarrolló lo que se conoce como “La Escala de Kardashov” que es un método para medir el grado de evolución tecnológica de una civilización.

Sin duda, si nos miramos hoy como especie, hemos alcanzado un punto clave en la civilización humana. Claro, una vez más creyendo que somos únicos, exclusivos y los mejores. Pero la ciencia lo ve de otra manera. Por ejemplo, el reconocido físico teórico Michio Kaku, afirma que los siguientes 100 años en la ciencia determinarán si sobreviviremos como especie, o nos extinguiremos. En otras palabras, podremos llegar a las estrellas, o permaneceremos como una civilización Tipo 0. ¿Por qué 0?

La escala de Kardashov lo explica, ya que se desarrolló como una forma de medir el progreso tecnológico de una civilización, basada en la cantidad de energía que tiene a su disposición. Los tipos de civilizaciones según Kardashov se clasifican del Tipo I al Tipo V y nuestra civilización se queda en 0. Es que no llegamos ni al Tipo I.

Voy a darles una buena y otra mala noticia. Es cierto, nuestro nivel de crecimiento de la ciencia y la tecnología es de tipo exponencial, al menos para nuestro conocimiento científico aplicable aquí en la tierra. Esta es la buena. Pero las desigualdades y una moral en nuestra especie no acorde con aquel nivel de desarrollo alcanzado, nos está condenando a la autodestrucción. Esta es la mala.

¿Es que soy pesimista? Para nada. Soy realista, basta ver la locura que están siendo la Guerra de Ucrania y la Guerra de Gaza. Y el contagio regional puede llevarnos a ese exterminio del que parece estamos predestinados y no pareciera que queremos salirnos del guion.

Hasta ahora siempre ha ocurrido que en los momentos más trágicos aflora sentido común y dignidad humana en alguien (país o grupo de países, como fue el caso de los Aliados contra el Nazismo durante la Segunda Guerra Mundial), que se enfrenta al monstruo de turno para defender la vida y la libertad. Pero puede que ocurra en algún momento años adelante que nadie mueva un dedo y la destrucción que arrancó en una región se extienda y se agrave su intensidad destructiva global.

Seguramente, también en el pasado, otras civilizaciones galácticas tecnológicamente mucho más avanzadas, que estaban a cientos de miles o incluso millones de años por delante de la nuestra, se supone que desaparecieron ya que tuvieron que enfrentarse a luchas internas por desigualdades muy importantes entre las poblaciones que vivían en esos planetas y/o a espacios compartidos de la galaxia en la que se encontraban. Porque se cree que, si el desarrollo tecnológico no iba acompañado de una moral y principios de actuación acorde con ese estatus, antes o después dichas inequidades se habrían convertido en el germen de la autodestrucción, básicamente por guerras y también por la desigualdad que habría generado enfermedades y expuesto a las poblaciones a catástrofes que solo los más preparados podían sobrellevar.

John Glenn (1921-2016) fue el primer astronauta estadounidense en hacer un vuelo orbital en febrero de 1962 y mientras circunvalaba la tierra dijo: “doy vueltas y vueltas y no veo fronteras”. Vaya ironía, cuando no hay en el presente fronteras para la ciencia y la tecnología que son las que nos permiten el desarrollo de las naciones, aunque sí las imponemos desde las políticas, las mediocridades en el liderazgo y las miserias humanas. Y la guerra es el máximo exponente de miseria humana.

El universo no tiene fronteras, el conocimiento tampoco, pero no saldremos de la burbuja que nos lleve a la autodestrucción si no hacemos un desarrollo acompasado de la dignidad humana, sus derechos, su justicia e igualdad, así como inequidades ampliamente postergadas, que terminarán condenándonos a que no podamos superar el Tipo 0 de la escala de Kardashov.

La conclusión es que llegará un punto en el que aquel universo lejano que vemos con claridad las estrellas en una noche en el campo, nos seguirá quedando lejano, cuando en nuestro mundo terrenal el exponencial desarrollo tecnológico y descontrol por las razones expuestas más arriba, nos pongan una etiqueta imaginaria que alguna otra civilización en siglos futuros, diga “aquí vivió durante 10.000 años la especie humana que terminó autodestruyédose”.

¡Y esto sí que me hace ser pesimista!

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