Samuel fue diagnosticado con 10 años y su hermana, Carlina, con 18 años
Carlina y Samuel son dos hermanos salmantinos, residentes en Alba de Tormes, que conviven con la celiaquía. Tienen 19 y 13 años, respectivamente. El primero en ser diagnosticado fue Samuel cuando tenía 10. “Llevaba con síntomas digestivos varios meses, tipo cólicos. Le hicieron una serie de pruebas y no lo veían claro”, explica Belén, su madre. Finalmente le hicieron una gastroscopia y el resultado fue contundente: era celíaco.
Desde ese momento en casa tuvieron que comenzar a organizarse de otra manera, pues al ser intolerante al gluten no puede ingerir alimentos que contengan esta proteína.
El caso de Carlina es más reciente. Fue diagnosticada hace un año, cuando tenía 18 años. “Me pilló habiendo comido gluten toda la vida, durante la infancia y la adolescencia”, explica. Empezó a tener anemia ferropénica, probó con diferentes tratamientos, pero no conseguían compensarle los valores. “Siempre estaba muy bajita de hierro y como mi hermano era celíaco, había más posibilidades de que ese fuera el diagnóstico”, recuerda. Tras varias analíticas y una gastroscopia, no había duda: era celíaca.
El adaptarse a seguir un menú más estricto, sin alimentos que contengan la proteína del gluten, ha sido diferente en ambos casos. “En mi caso como era más pequeño no me costó mucho seguir la dieta”, explica Samuel. Por su parte, Carlina resume el inicio como “caótico”, ya que a esa edad “ya estaba acostumbrada a salir a los bares y beber una cerveza, o salir a comer sin preocupaciones y de repente, tuve que empezar a cambiar todo eso”, destaca. Ella y su círculo de amigos.
“Al principio me costó porque estaba con mis amigos y teníamos que buscar un sitio en el que hubiese opción celíaca o que no tuviese contaminación cruzada, y todo ello a la vez que tenga un precio asequible, porque estos menús son más caros”, añade.
En casa la situación es sencilla, pues con dos personas celíacas todo se basa en la organización. “Nosotros por ejemplo tenemos organizados los alimentos en baldas, más arriba es todo sin gluten para ellos y más abajo alimentos que contienen gluten, para mi marido y para mí”, explica Belén.
Lo mismo ocurre a la hora de cocinar o cuando nos sentamos a comer. “Cada uno tenemos un sitio donde nos sentamos y dejamos nuestro pan. Por ejemplo, si cocino pasta pues ya sé que tengo que poner dos cazuelas distintas. Son al final truquitos a los que te acabas acostumbrando con el paso del tiempo, es un poquito de sentido común”, asegura.
Lo complicado viene en la calle, en los bares o en restaurantes. Cada vez hay más establecimientos que ofrecen alternativas sin gluten, pero todavía son pocos. Carlina, que estudia en la universidad y hace más vida social, después de estos meses asegura que “ya conozco alternativas y conozco los sitios donde puedo ir a comer, a cenar o a tomar algo y voy a tener opciones para celíacos”.
El gran punto débil se encuentra en la diferencia de precios a la hora de comprar productos sin gluten. “Son más caros y a la hora de hacer la compra se nota, aunque hay ya algunos supermercados que han creado el ‘Día del celíaco’ o ‘Día sin gluten’, donde ponen estos productos a un precio más barato”, explica Belén. En su casa la lista de la compra se encarece por dos, al haber dos personas que no pueden consumir esta proteína.
Sin embargo, destaca que “con el paso de los años se ha normalizado más a estas personas, y ya no cuesta tanto encontrar estos productos ni están tan caros como hace años, aunque siguen siendo más caros que los productos con gluten”, añade.
Ser celíaco es una enfermedad para toda la vida, que no tiene cura pero que no condiciona la vida de las personas diagnosticadas. “Si sigues una dieta sin gluten todo va a ir bien, al principio puede costar asombrarse, pero al final te adaptas”, explican. “Tienes una vida normal, aunque seas celíaco”, concluyen.