Estaremos todos de acuerdo, con matices, que la productividad es una asignatura pendiente en esta España que progresa y que ha de tenerse en cuenta como uno de los problemas a resolver. Para ello, lo primero que tenemos que hacer es concretar el problema, definir qué entendemos por “productividad”. Aunque tanto su definición como su medición resultan un tanto confusas, por su similitud y consecuencia con el concepto de “competitividad”.
Entendemos por productividad, en general y específicamente en este artículo, la relación existente entre lo producido y los medios empleados para ello, tales como los materiales, la energía, la mano de obra, la tecnología y el valor añadido. De ahí que el Diccionario de la Lengua Española (DLE) establezca como sinónimos de productividad el rendimiento y la rentabilidad. Por otra parte, competitividad es la capacidad para competir, en la que influye mucho la productividad, tanto que hasta la determina.
Si damos por buena la descripción que hemos hecho de productividad y sin perjuicio de que pueda haber otras, quedaría pendiente el otro tema escurridizo que hemos citado: su medición. Entendemos aquí esta, en el sentido más común de medir para comparar, aunque para nosotros y de cara a que sea una herramienta para la mejora, preferimos hablar de evaluación, porque la forma de medir o evaluar la productividad es fundamental.
La productividad es algo transversal. Afecta y se puede aplicar a todo tipo de actividad y a todos los órdenes de la vida. La podemos pensar, analizar y aplicar a nivel individual o personal, social y colectivamente, por empresa, a escala institucional, de país, regional o mundial.
Parece que sea cosa de la modernidad o de hace unos días, pero la productividad viene preocupando desde tiempos históricos y el acercamiento a ella puede establecerse en varios niveles. Aquí, para no alejarnos en exceso, vamos a tomar como referencia el último siglo, partiendo de Ivy Lee, el estadounidense fundador de las relaciones públicas que, en la década de 1920, ayudó con sus técnicas a las empresas a ser más productivas, hasta tal punto, que sus propuestas se convirtieron en un método que lleva su nombre y que sigue siendo muy efectivo en nuestros días.
Por supuesto que ahora hay métodos más sofisticados, pero no más simples y quizás no tan rentables. Basta con tomar una hoja en blanco y algo con lo que escribir sobre la misma. Escribiendo una lista de tareas y cumplirla. ¿Cuándo hacer esa lista? Al final de cada jornada, para empezar a realizarla al día siguiente. ¿Cuántas tareas poner? Es recomendable poner un número de objetivos que sean alcanzables. Como referencia, pueden ser entre seis u ocho, pero con la intención de realizar las que pongas, si no fuera posible no pasa nada, pasarán al día siguiente. Una vez hecho el inventario de tareas, para el día siguiente, hay que priorizarlas, atendiendo a su importancia y urgencia.
Lo que subyace en el fondo de lo que estamos sugiriendo son componentes de comportamiento y acción tales como la responsabilidad, organización, trabajar por objetivos y control del tiempo. Elementos fundamentales de intervención formativa que, a lo largo de décadas, hemos venido desarrollando e impartiendo en los cursos de formación de empleados, ejecutivos y directivos.
Algunos economista y empresarios centran en los costes salariales la clave de el por qué en España hay una productividad baja y, consecuentemente, se aboga por una contención de los salarios y más horas dedicadas al trabajo. No cabe duda de que tal planteamiento tendrá alguna incidencia, especialmente en las pequeñas empresas, pero esa no es la clave. Por poner un ejemplo, Islandia tiene el salario más alto con 1.401 euros semanales, mientras que es uno de los países donde menos horas semanales se trabaja: 27,87 horas, dando una media de 50 euros por hora trabajada. En España y según datos de Eurostat, la media de horas semanales trabajadas era de 37,7 horas en el 2022, 10 horas más semanales que en Islandia y con unos salarios muchísimo más bajos.
Muchos pensamos que el nudo gordiano de el por qué la productividad en España es baja se debe a los bienes y servicios que producimos o facilitamos y que tienen poco valor añadido. Dos de los sectores fundamentales de nuestra economía son la construcción y la hostelería. Bienvenidos sean. Pero no son sectores punteros de tecnologías o metodologías que aporten un alto valor añadido y esto lastra la riqueza generada por cada trabajador.
Es necesario promocionar la economía política hacia sectores más punteros, con mayor valor añadido, y generar medidas que eleven la productividad, porque es una de las claves para mejorar la economía del país y la calidad de vida de los ciudadanos.
El informe de enero del recién creado Observatorio de la Productividad y la Competitividad en España (OPCE) indica que la productividad total viene mejorando lentamente desde el año 2013, pero aún no ha recuperado el ritmo que tenía cuando empezamos el siglo. La tasa de crecimiento de la producción fue un 7,3% en el 2022, menor a la del año 2000 y aproximadamente la mitad que la de Estados Unidos y Alemania.
El tamaño reducido del promedio de la empresa española, más de 80% son pymes de menos de tres trabajadores, es otro factor responsable de la baja productividad. Cuanto más pequeñas son las empresas más difícil es la incorporación de nuevas tecnologías, la financiación y la profesionalización de la gestión.
Por otra parte, no se puede responsabilizar a los trabajadores de la baja productividad por su falta de formación, con la cantidad de egresados universitarios que no encuentran trabajo o la sobre cualificación que se está dando, además de que incluso ingenieros se están yendo fuera. Estamos perdiendo talento. La problemática está en que las empresas no crean empleos con alto contenido tecnológico que aporte valor añadido.
Sin unos salarios dignos, acordes con la carestía de la vida y un bienestar equilibrado para los trabajadores, seguiremos teniendo un país de baja productividad y poca riqueza que compartir.
Escuchemos a Astor Piazzolla en Libertango:
https://www.youtube.com/watch?v=vaXNdVTGT0k
© Francisco Aguadero Fernández, 3 de mayo de 2024
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