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Itinerarios salmantinos: el pintor Genaro de No en la Casa de Japón
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reportaje

Itinerarios salmantinos: el pintor Genaro de No en la Casa de Japón

Actualizado 15/10/2023 12:15
Charo Alonso

El Centro Hispano Japonés guarda en su interior un hermoso claustro y un sorprendente mural del pintor salmantino

Hay una Salamanca oculta que sale al encuentro del fotógrafo en la quietud de su claustro cerrado, de su silencio, su belleza guardada, y Amador dispara el obturador de su mirada para hacerla nuestra, para fijar el recuerdo de aquello que resguardamos.

Es el palacio de los Cerralbo, de los Corvelle, en nuestra recoleta Plaza de San Boal en el siglo XVIII, un ir y venir a lo largo de los siglos de particiones, reformas, esgrafiados, ventanas que se cambian, blasones que se suceden… Quiso la aritmética de las genealogías que no albergara la colección de arte del XVIII marqués de Cerralbo abriéndose en Madrid el Museo con el mismo nombre, y por fin, se define el destino del palacio, casi en el fragor de la guerra civil, como Escuela de Comercio. Un destino que merece otra reforma, esta vez de la mano del arquitecto Víctor D´Ors, quien modifica el patio levantando nuevos arcos con la misma gracia elevada que los originales, añadiendo una fuente que se suma al ruido sosegado de una Escuela que necesita un interior diferente… lo que supone otra reforma en 1974 esta vez de Genaro de No Hernández, quien no puede por menos que dejar un lienzo de muro para su hijo, el muralista Genaro de No Soler.

El Palacio remodelado parecía haber encontrado su destino, y sin embargo, sería una última rehabilitación de la mano de Juan Vicente García y Pablo Núñez Paz, la que le convertiría, armonioso y austero, en un auténtico jardín japonés. La Embajada de Japón y la Universidad de Salamanca levantaron el Centro Cultural Hispano Japonés con el recuerdo del claustro, el artesonado, la escalera, la encina del patio, su fuente quieta y el mural… todo ello acompañado de una decoración exquisita que nos remite al vacío sugerente del estilo nipón. Todo es silencio y quietud ahora entre las paredes tantas veces levantadas y vueltas a remozar que guardan su elegancia palaciega y el recuerdo de condesas y marquesas que ahora se inclinan ante la advocación de la Emperatriz Michiko.

Es este lugar recogido en el centro de la ciudad un espacio de silencio donde parece estancarse el tiempo en un ojo de agua con columnas en vez de árboles. Es el guardado eco del palacio, el rumor sordo de los antiguos estudiantes de comercio que pasaron junto al mural de Genaro de No, uno de los pintores más particulares de una Salamanca de artistas. El hijo del arquitecto, a quien su padre empujó a estudiar ciencias químicas, fue un maestro del retrato, del bodegón y del paisaje, pero siempre le recordaremos como un muralista capaz de orar en cada pincelada en los frescos con los que recorrió nuestra Salamanca de iglesias recién levantadas e instituciones que se ofrecían al arte.

Era Genaro de No un amante del lienzo que es muro, del muro en lienzo convertido. Y no solo en sus reconocidas obras de temática religiosa. Tienen la Cámara de la propiedad y la Diputación de Salamanca el resto magnífico de su forma de llenar la pared con sus reconocibles composiciones. Porque es la composición, geométrica, digna, feroz, la que identifica la obra del artista. Y la que nos ofrece una alegoría del trabajo que asombra al visitante desde el muro de la antigua Escuela de Comercio.

Muy potente de color y formas, con ese valor escultórico que caracteriza los murales del artista, quien siempre daba peso y valor a esas manos y pies poderosos, la obra muestra una rigidez en las figuras manierista y plena de volumen. Su composición piramidal dividida en tres triángulos nos ofrece una lectura del trabajo que tiene en su eje central a los administradores, a los comerciantes, a los hombres que pertenecen a la orden de los escribas, cubiertos por túnicas que nos acerca de nuevo al imaginario cristiano tan querido por el artista. A ambos lados, las mujeres realizan sus labores, sentadas, quietas, necesarias y custodias del trabajo duro de hombres que laboran la tierra, a la izquierda, y la fragua, a la derecha, dedicados en la parte superior a la máquina que sustituye a las labores del campo. Se trata de un mural académico, sobrio, con un fondo urbano propio de la provincia cercana al campo y sin embargo, los personajes parecen asentarse en esa cualidad geológica siempre propia de De No. Esculpidos en la piedra, los hombres la habitan, y en su desnudez, el estilo de ese hombre nuevo joven y laborioso, nos acerca a los altorrelieves de Núñez Solé, cuyas figuras también enaltecían el trabajo duro en su tarea de escultor. Porque De No era un muralista que mostraba el volumen como un tallista, y que, incluso, rayaba la pintura a la manera de Núñez Solé. Hombres y mujeres unidos en el empeño de una sociedad nueva marcada por el trabajo, por el campo y la máquina… y en el centro, el comercio como una actividad vital y necesaria.

No está fechado este magnífico mural que, sin el dramatismo de las obras religiosas del artista, es una espléndida muestra de su forma de abordar los encargos. El protagonismo es de quien solicita el trabajo, y la documentación y reflexión previas son rigurosas y propias de un hombre de infinita cultura cuyo talento para el dibujo y su capacidad de manejar una paleta de colores sabiamente reducida en estas ocasiones, hacía de su trabajo un todo perfectamente reconocible. El mural de Genaro de No es una joya engastada en el cuidadoso embalaje japonés, seda y quietud, del centro cultural que ha sabido mantener la esencia del palacio en su claustro de altas y finas columnas, el recuerdo de la Escuela de Comercio en su mural rotundo y a la vez, códice de un tiempo de reminiscencias grecolatinas, deseos de ruptura y torsos de atleta para representar una sociedad nueva. Un deseo renovado de seguir hacia adelante. Amador recorre en el silencio de los pasillos, claustro cerrado y ajeno al fragor de la calle, los rostros quietos que se empecinan en su labor. Son los testigos mudos de una ciudad laboriosa, deseo de modernidad mirando a la tradición. Recuerdo de un artista cuya desaparición en 1992 dejó a un lado del caballete y pared la paleta de su genio. Es su recuerdo en el muro levantado con empeño.

José Amador Martín, Charo Alonso