Miércoles, 08 de mayo de 2024
Volver Salamanca RTV al Día
“No he vuelto a ver a mis hijas, ni he tenido noticia de ellas, ese dolor no puedo olvidarlo”
X
Fanta Camara, inmigrante africana residente  en Salamanca

“No he vuelto a ver a mis hijas, ni he tenido noticia de ellas, ese dolor no puedo olvidarlo”

Actualizado 13/09/2023 09:36
César García

Emotiva historia de supervivencia de una mujer que tuvo que huir de su país porque su pareja "era cristiano y yo musulmana, y nuestros padres no querían que estuviésemos juntos”

Desgraciadamente, la muerte de inmigrantes que intentan llegar a nuestras costas o a las de otros países se ha convertido en algo cotidiano. Una noticia rutinaria que apenas conmueve a la “civilizada” audiencia occidental.

Mientras la mayor parte de los Gobiernos de los países desarrollados tratan de quitarse de encima esta ‘patata caliente’, en muchos casos con estrategias que vulneran claramente los derechos humanos, lo cierto es que esta ola de personas, que huyen de guerras, miseria y falta de oportunidades para una vida digna, sigue creciendo y, paradójicamente, lo hace al mismo tiempo que en lugares como España desciende la natalidad, se dispara la despoblación en el ámbito rural y aumenta la inquietud por la falta de mano de obra en determinados sectores y por las dudas que genera la viabilidad del sistema de pensiones con este panorama. En fin, contradicciones que puede ver cualquier niño pero que no son capaces de resolver los gobernantes.

Por eso, en mitad de un paisaje tan convulso seguro que invita a la reflexión conocer el caso puntual de una superviviente que vive en Salamanca.

Su historia comienza a más de 4.800 kilómetros de la ciudad charra, cuando nuestra protagonista, Fanta Camara, tenía 14 años y vivía con su familia en Guinea Conakri, en el oeste de África. Ha pasado una década desde entonces, pero no puede contener la emoción cuando le pedimos que relate su experiencia vital, llena de dificultades, hasta que ha conseguido ver la luz de la esperanza en tierras charras.

“Mi familia era muy religiosa y me querían casar con un señor que tenía casi la misma edad que mi mamá y eso no me gustó. Además, yo ya tenía relación con un chico de 17 años, pero como él era cristiano y yo musulmana nuestros padres no querían que estuviésemos juntos”, explica en la redacción de SALAMANCA AL DÍA, donde su mirada intensa se va llenando de escenas de su pasado que conmueven a su alma y su corazón.

“Sin embargo, me quedé embarazada y pensábamos que, con un bebé en camino, las familias nos dejarían en paz, pero no fue así, cada día era una pelea con ambas familias”, añade al tiempo que apunta más detalles de aquella complicada situación: “Un día me puse enferma, mi mamá me llevó al Hospital y allí le dijeron que estaba embarazada, entonces me gritó, me golpeó mucho y me dijo que tenía que abortar, ya que mi padre era el imán de la comunidad musulmana y era inaceptable que yo estuviese embarazada de un cristiano. Entonces me fui a la casa del papá de mi futuro hijo, le conté todo y él dijo que hablaría con su familia, pero su mamá tampoco lo aceptaba. No obstante, como venía un bebé en camino, me dejó que me quedase con su familia”.

Aquella primera solución al conflicto parecía buena pero “allí me maltrataban aunque yo lo aceptaba porque no tenía ningún sitio al que acudir”.

El entorno hostil en el que vivía Fanta fue aumentando, como ella misma evocaba: “Luego llegó el parto, que fue por cesárea, yo sangraba mucho, pero lo superé y nació mi niña. A pesar de ello, tres meses después, la familia que me había acogido dijo que no podía aceptarme y que tenía que irme de la casa”.

Sin recursos y sin dinero, aquella niña, que ya era madre, necesitaba una salida. “El papá de mi marido nos dejó dinero para pagar una habitación en la que estuvimos alojados y para sobrevivir salíamos a vender productos por las calles”, recuerda.

Su voz, se va haciendo quebradiza, cuando evoca estos duros episodios de su vida. Y es que, “dos años más tarde me quedé otra vez embarazada, pero el padre de mi marido murió, no teníamos otra opción, y decidimos salir del país. Tuvimos que dejar las dos niñas con una vecina que conocía nuestra historia y le dimos el número de teléfono de nuestras familias para que las avisase. Al principio no quisieron saber nada, pero seis meses después fueron a recogerlas. La mamá de mi marido se llevó mi primera hija y la segunda está con mi mamá, pero yo no he vuelto a verlas, ni he tenido noticia de ellas. Además, mis padres dicen que no soy de su familia”.

La llegada a España

“Fuimos en autobús a Mauritania y también en autobús a Marruecos. Luego pasamos a España en patera. No teníamos dinero suficiente, pero es una cuestión de suerte poder cruzar algún día y nosotros solo estuvimos seis meses en Marruecos y pudimos cruzar”, apunta Fanta.

Ella, junto a su pareja, Fassou Kolie, llegaron a “Almería y nos alojaron en una casa de acogida de la Fundación Cepaim, donde podíamos estar tres meses. Decidimos solicitar asilo en España porque no podíamos volver a nuestro país. Explicamos nuestra historia y nos dijeron que nos podían ayudar en Burgos”.

De ese modo, su camino los llevó hasta nuestra Comunidad. En la citada ciudad castellana fueron atendidos por Cáritas y estuvieron nueve meses en un albergue, “en el que solo podíamos dormir, al que entrábamos a las ocho de la noche y del que salíamos a las ocho de la mañana, por lo que todo el día estábamos en la calle. Nos alimentábamos en un comedor social, gracias a unas monjas, y el resto del día estábamos en la calle”.

A través de Accem, una ONG que trabaja para mejorar la calidad de vida de las personas refugiadas y migrantes, los derivaron a Salamanca, “donde estábamos mejor, vivíamos en un piso compartido, íbamos a clase de español y en Cruz Roja pudimos hacer cursos de formación laboral”.

Atrapados por la burocracia

Sin embargo, a pesar de esa mejoría en su vida, tanto Fanta como Fassou viven con cierta incertidumbre a nivel administrativo porque les negaron la protección internacional, ya que la discriminación por cuestiones religiosas debería estar contemplada como una causa para lograrla pero depende de los países. “Todavía no estamos en paz”, comenta Fanta.

A pesar de ello, el abogado de Cruz Roja Salamanca presentó un recurso de oposición y, por otro lado, como ya llevaban más de tres años en España, se solicitó el arraigo social. “Por un lado el recurso está ahí y eso les está permitiendo trabajar a los dos, algo que no aceptan todas las empresas. Con el arraigo social viven más tranquilos, se renueva tras el primer año, luego cada dos, cada tres y al final es permanente”, explican a SALAMANCA AL DÍA desde esta conocida ONG.

“El problema es que para lograrlo les piden documentos de los países de origen, pero en Guinea Conakri hay un problema con la administración, es uno de los países que más tarda en facilitar la documentación, su embajada en Madrid estuvo cerrada dos años y ahora está abierta pero hay que pagar mucho para conseguir los papeles. Les piden pasaporte de su país de origen, antecedentes penales negativos y partida de nacimiento. Ellos han tenido que pagar mucho dinero para poder solicitar estos documentos pero los antecedentes penales no llegan porque no se lo emiten”, añaden desde Cruz Roja Salamanca.

La ilusión de una nueva vida

Por eso, actualmente, aunque los dos trabajan (él en una empresa de transporte de residuos y ella en hostelería) y viven en un piso, siguen en contacto con Cruz Roja porque no son independientes por el problema burocrático. Además, también han tenido ayuda de Cáritas Salamanca.

Su vida ha ido mejorando y hace cerca año y medio nacía aquí, en la capital charra, su hijo Sekou que, sin embargo, no tiene documentación, hasta que su padre o madre logren el arraigo social y tengan el permiso legal de residencia en España.

“Trabajo de ayudante de cocina pero solo tres días porque tengo que cuidar a mi hijo, ¿a quién se lo puedo dejar?, pero estoy muy contenta con este empleo, me quieren mucho y a mi bebé también. Además, mi marido trabaja mañana y tarde, y también está contento”, expone Fanta, que ya tiene 24 años.

A su lado, el pequeño Sekou, que ha venido también a la entrevista, juega con una botella de agua y una bolsa de gusanitos. Es una sonrisa permanente que ilumina a quienes le acompañamos y que busca complicidad con la mirada para jugar, reír y divertirse, ajeno a las cosas de mayores de las que hemos hablado. Va a la guardería y podrá ir al colegio.

“Estamos aquí para buscar una vida mejor, si tenemos paz es lo más importante para nosotros”, comenta su madre, que nos deja un mensaje sincero que brota desde lo más profundo de su corazón: “Mi ilusión sería recuperar algún día a mis hijas, ese dolor no puedo olvidarlo”.

Fotos de David Sañudo