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Morar el silencio
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Morar el silencio

Actualizado 28/06/2023 08:12
Juan Antonio Mateos Pérez

En el silencio, lo más real no son las palabras, las fantasías, las imágenes. Lo más real es esa montaña, ese río, esos chopos, esa alameda, ese valle, esa estrella. Lo más real es el instante, el que nos rodea.

JOSÉ FERNÁNDEZ MORATIEL

Si yo fuera médico y me preguntaran que consejo dar, respondería: ¡Guardad silencio, haced callar a los hombres!

S. KIERKEGAARD

El nihilismo es un fenómeno que penetra en nuestra vida, los únicos valores que quedan son el placer y el arte, se banalizan las utopías, los proyectos globales, los valores y la ética. Con las vacaciones a las puertas, queremos presentar una invitación a meditar, transcender e intentar no ahogarnos en la espuma de las palabras de un mundo a veces vacío y zarandeado por los vientos mediáticos. Vivimos en una sociedad con demasiadas voces, hoy no se representa nada fuera de la escena, un flash de informaciones nos asaltan cada amanecer antes de ir al trabajo, el ruido de los coches, los timbres, las voces amplificadas cada vez con mayor intensidad, el desasosiego y el vacío están suprimiendo la esencia más profunda de lo que somos.

Es necesario como nos aconseja Kierkegaard una cura de silencio para tomar altura y profundidad y poder ser uno mismo. Hoy más que nunca hay una necesidad de ahondar en un silencio, corporal, mental, afectivo, místico, para poder vivir habitados en nuestro ser más profundo en medio del torbellino de la vida. En el silencio siembre hay algo inesperado, una belleza que sorprende, un descanso que repara, una fuerza interior que empuja. El silencio se sedimenta, surge con paso ágil y delicado, elogiar las cosas cotidianas, refrenar el vuelo, saborear lo sencillo y ralentizar el tiempo para escuchar el sonido de las olas y caminar temprano por toda la belleza de la creación.

Hubo tiempos que se apreciaba la profundidad y los sabores del silencio. Se consideraba como la condición necesaria para el recogimiento, la escucha de uno mismo, ese lugar interior de donde surge la palabra. La intimidad de los lugares, la de la estancia y sus objetos, la del hogar, estaba tejida de silencio. Hoy es difícil el silencio, el ruido parece una realidad que invade toda la realidad, está en todo y todos, lo que hace difícil la escucha de uno mismo. Todavía tenemos lugares privilegiados, la naturaleza, el desierto, la montaña, el pueblo. Hoy día el mundo rural, aunque abandonado por los poderes públicos, son los nuevos desiertos del silencio, las nuevas burbujas de la melodía y la armonía, las nuevas profundidades que fecundan como el suelo milenario. Es más fácil huir del mundanal ruido, que descubrir el mundanal silencio.

La verdad del silencio comienza por los caminos del asombro, dejándose sorprender por la existencia. Ese asombro se despierta desde la razón poética, una mirada honda y raíz de lo auténtico, cuna del arte, de la ciencia, de la religión, de la gratuidad y origen de la verdadera filosofía como nos desvelara Platón. El asombro se escapa a toda lógica, ha de relacionarse con lo excepcional, ir más allá y buscar caminos, es una capacidad que nos permite desvelar el interés por lo que es, por la esencia más profunda. En esta capacidad de asombrarse, podemos articular una doble capacidad humana de conocimiento Un conocimiento al servicio de la necesidad que se distancia de la realidad y la reconoce dibujándola y objetivándola. También, un conocimiento gratuito, asombrado o silencioso, capaz de conducir al individuo más allá del conocer necesitado y de su mundo correlato.

El silencio quiere ser un navegar por los límites, asumir esa condición fronteriza entre el pensamiento y el sentimiento, una razón cordial, como nos decía nuestro Miguel Unamuno. Esta razón no desecha ningún planteamiento y ninguna pregunta no le es ajena, llegando hasta lo más transcendente del ser. Husserl nos recordaba que el racionalismo es un error, pero la racionalidad es un imperativo ineludible. Atenas y Jerusalén son las dos posibilidades del existenciario humano, contemplando en tensión ambas posibilidades desde la razón y el corazón. Sólo desde la profundidad del silencio se puede saber la palabra adecuada, nos recuerda Gabriel Marcel. El silencio es la palabra transfigurada, la palabra no es más que su propio silencio (Pierre Emmanuel)

Muchos poetas lo han cantado, muchos artistas lo han sentido y algunos santos lo han vivido. Pero al pensador le toca hablar en prosa, caminar hacia adelante y profundizar hasta las raíces para hacer brotar las flores. Para regar las raíces, es necesario dejarlo salir, dar fluidez a que todo salga y no asustarse de nada. Dejar que todo aflore, dejar salir todo sin hacer ningún juicio, sin más como si fuéramos meros observadores. Nos recordaba Fernández Moratiel, que es más importante una mente silenciosa, que una mente “positiva”, dejar los pensamientos y navegar mar adentro.

El silencio es un camino que conduce al corazón del hombre habitado por el Espíritu, desde esa Presencia inefable encuentra su verdadera presencia en sí, en el mundo y con los demás. Este “silencio habitado” es compatible con la estructura y vocación del hombre. La dimensión interior del hombre le posibilita para la transcendencia y para un amor más profundo que nos libera. Este encuentro con Alguien es necesario para un silencio fecundo, de lo contrario puede provocar un tremendo aburrimiento o un gran vacío que acaba por amenazar nuestro equilibrio.

Esa pedagogía del silencio nos la abren los grandes místicos, donde el amor ya no plantea preguntas, sino que se abre al misterio de Dios y Dios responde al hombre liberándolo de sus preguntas. Nos recordaba San Juan de la Cruz, subrayando la importancia del silencio: “En aquel silencio y sosiego de la noche ya dicha, y en aquella noticia de la luz divina, echa de ver el alma […] una correspondencia con Dios…”. Charles de Foucauld, desarrolló ampliamente los méritos del silencio, según sus palabras instruyéndose no por las palabras, sino por el silencio: “Es en silencio cuando se ama más ardientemente; el ruido y las palabras apagan a menudo el fuego interior: quedemos silenciosos…”. No todos estamos llamados a vivir como místicos, pero todos tenemos la necesidad vital del silencio.

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