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Ética del cuidado
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Ética del cuidado

Actualizado 10/05/2023 07:54
Juan Antonio Mateos Pérez

El término cuidado mienta un fenómeno ontológico-existenciario fundamental.

MARTIN HEIDEGGER

Una ética del cuidado auténtica no puede existir sin una transformación social.

SANDRA LAUGIER

Vivimos en una sociedad del conocimiento y la comunicación, pero hay grandes grupos de personas descartadas. Estamos creando un nuevo hábitat para el ser humano, caracterizado por el aislamiento de uno mismo y la falta de contacto con los otros. En la medida que avanzamos tecnológicamente en la producción y servicios, no somos capaces de terminar con los empobrecidos y excluidos. El relato de la autosuficiencia no puede ser el horizonte ético en un mundo cada vez más globalizado. Está claro que nunca hemos sido autosuficientes, siempre nos hemos necesitado unos a los otros. La emergencia de nuevas realizades y de nuevos sujetos vulnerables, hacen necesario un nuevo paradigma que pueda ensanchar el horizonte de la ética y de la democracia.

Este nuevo paradigma deberá ser una ética del cuidado, que es lo que se opone al desinterés y a la indiferencia. El cuidado es una actitud de ocupación, de preocupación, de responsabilidad y de compromiso afectivo con el otro. El cuidado se encuentra en la raíz primera del ser humano, es un modo de ser esencial que nos desvela como seres humanos. Sin el cuidado dejamos de ser lo que somos, desde el nacimiento hasta la muerte recibimos cuidados, si no fuera así acabaríamos muriendo. El cuidado es un fenómeno que posibilita la existencia humana, en cuanto a humana. Es todo aquello que realizamos para perpetuar y reparar nuestro mundo de forma tal que podamos vivir en él, lo mejor posible.

El cuidado, por lo tanto, no se limita sólo al cuidado del ser humano, a la interacción humana, también hace referencia al cuidado de objetos o del medio ambiente. No se produce solo entre los seres humanos, sino en un entramado de redes sociales definidas por cada cultura. El cuidado no solo requiere una actitud, también una disposición. Es una práctica o conjunto de prácticas, pero también es un valor, ya que las personas cuidadoras deberán ser valoradas por su dedicación.

La filósofa Sandra Laugier, sugiere que una ética del cuidado auténtica no puede existir sin una transformación social, que deberá caminar por los senderos de poder lograr una sociedad con mayor justicia y democracia. La ética del cuidado quiere ser profundamente democrática ya que es pluralista y está destinada a promover voces de resistencia contra las dualidades y las jerarquías producidas por el género en las sociedades de mercado. La ética del cuidado nos recuerda Carol Gilligan, es la ética del amor y de la ciudadanía democrática. También es la ética de la resistencia al daño moral.

El cuidado no es solo desvelo, solicitud, atención o buen trato. Es un modo de ser mediante el cual la persona sale de sí y se centra en el otro con desvelo y solicitud. La ética del cuidado tiene que ver con situaciones reales, tan reales como las necesidades ajenas, el deseo de evitar el daño, la circunstancia de ser responsable de otro, tener que proteger, atender a alguien. El cuidado siempre acompaña al ser humano, este nunca dejará de amar y de desvelarse por alguien, para ello la ternura juega un papel imprescindible para su desarrollo pleno de una vida en el amor.

Hoy el cuidado de los niños se ayuda desde la sociedad con permisos laborales durante los primeros años de vida, tanto para la madre, como para el padre. El cuidado de los ancianos no está tan protegido. Las familias que tienen posibilidades pueden afrontar con más garantías el cuidado de personas dependientes, pero también debería ser un derecho para las personas con niveles económicos más bajos. Todos, deberían poder elegir los trabajos de cuidado o encargarlos a un cuidador. La familia es el lugar más apropiado para los cuidados, pero muchas veces más que contribuir a la armonía familiar, es un factor de conflicto.

Si los Estados del Bienestar incluyen servicios públicos en el sector de la educación, la sanidad o los servicios sociales y personales. Deberían introducirse también en el cuidado y atención a la vida, sobre todo, de las personas mayores. Posiblemente el proceso de envejecimiento de nuestras sociedades, ha superado las capacidades de los sistemas de bienestar para atender a los cuidados de larga duración y personas dependientes. Está claro, que las residencias, con la mirada en la pandemia, no son la solución.

Si hemos dicho que el cuidado es un “modo de ser en el mundo”, nuestra labor desde el Bienestar es cuidar a los otros, cuidarnos a nosotros mismos, promover que la comunidad se cuide a sí misma y nos cuide a nosotros. Se trata de una actitud de ocupación, preocupación, responsabilización y compromiso con el otro. Es algo que nos ocupa a todos, no solo a las mujeres, que son las protagonistas en la atención a las personas mayores y dependientes, tanto a través del trabajo pagado como del no pagado. El cuidado debe formar parte de los derechos humanos necesarios y urgentes, ya que esos cuidados es lo que nos ha hecho sobrevivir como especie.

Nos recordaba Leonardo Boff, que el cuidado es anterior al espíritu y al cuerpo. El espíritu se humaniza y el cuerpo se vivifica cuando son modelados por el cuidado. Es el cuidado lo que permite esa revolución del amor y la ternura, permitiendo dar prioridad a lo social sobre lo individual y orientar nuestro mundo hacia el desarrollo de una mejor calidad de vida de los seres humanos y la Tierra. El cuidado permite que surja un ser humano complejo, sensible, solidario, sostenible, amable, conectado con todo y con todos en el universo. En plena crisis del proyecto humano y del sufrimiento de la mayoría empobrecida de la humanidad, se necesita una revolución del cuidado. Su ethos está en el mismo ser humano, se alimenta del amor, de la ternura, de la caricia, de la compasión y de la convivencia. El cuidado salvará la vida y hará justicia en nuestras sociedades.

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