, 12 de mayo de 2024
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Pasión y Modernidad, el Vía Crucis de la iglesia de Fátima de José Luis Núñez Solé
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Itinerario III

Pasión y Modernidad, el Vía Crucis de la iglesia de Fátima de José Luis Núñez Solé

Actualizado 17/02/2023 11:23
Charo Alonso

Recorre el fotógrafo con su cámara las catorce estaciones con esa emoción contenida que caracteriza la obra del artista, sobrio y siempre original en su nueva interpretación de la imaginería

Barrios emergentes de trabajadores, iglesias de la modernidad… en el populoso Garrido de los cincuenta se levantaban los templos sencillos como cura obrero y quizás por eso quiso el párroco de San Juan de Sahagún, Don Santos, hacerle un encargo a los escultores para que la nueva iglesia que aligerase la suya no pareciera una nave industrial, sino un lugar de oración. Hormigón y ladrillo para la funcionalidad de la época, el edificio se inició en 1955 y hasta tuvo un cine en su naturaleza de centro de comunidad, nave de la modernidad a la que había que sumar el encargo artístico para rematar su particular trazado. Un encargo que la generosidad del artista escultor nacido en Zamora y absolutamente salmantino, José Núñez Solé, quiso compartir con su compañero de gubias y afanes, Damián Villar. De Villar sería la hermosa portada de la iglesia con su virgencita portuguesa sobre el árbol, así como el altar de hermosa sencillez con la figura ornada por ángeles. Sobria modernidad en las naves abiertas de la iglesia obrera, que se complementan con el impresionante Vía Crucis, obra de madurez de Núñez Solé.

Recorre el fotógrafo con su cámara las catorce estaciones con esa emoción contenida que caracteriza la obra del artista, sobrio y siempre original en su nueva interpretación de la imaginería: figuras alargadas que evocan un Greco moderno y estilizado, elevación del espíritu que sitúa en el centro de la escena a un Cristo resignado y sufriente. Lejos del patetismo exacerbado, los bajorrelieves de Núñez Solé, realizados en 1959, son un ejemplo de su arte sentido, de su sobriedad exquisita, honda espiritualidad, fecundo ejercicio entre la tradición y la modernidad. Tradición, la del evangelio de San Marcos que relata la subida al Gólgota de un hombre despojado de todo, pobre entre los laboriosos recién llegados al barrio de los trabajadores; modernidad en el uso de un material cercano al hombre del desarrollismo que levanta casas en el barrio Garrido para los que abandonan la labor del campo por los afanes de la ciudad que crece en torno a su parroquia combativa con su moderna desnudez de pionera.

Llenaron los años de posguerra los nuevos asentamientos de gentes recién llegadas, y con ellos las necesarias iglesias obreras que tuvieron en Fátima ejemplo de arquitectura novedosa, ejemplo de iglesia no solo para el culto, sino para la reunión, la asociación, la parroquia cercana. Y en sus estancias, los curas proletarios, tan próximos después a ideas liberales, labraron el futuro. Un futuro que el artista salamantino nacido circunstancialmente en Zamora, Núñez Solé, aprendió del negocio de su padre aparejador que abriera un negocio de prefabricados de hormigón donde el artista trabajó un tiempo tras sus estudios en la Escuela de San Eloy, en el Madrid de la Escuela de Bellas Artes de San Fernando. El niño que talló su primera escultura con un clavo, es un adulto libre por fin para dedicarse únicamente al arte, alumno de Montagut, de Manuel Gracia, cercano a Victorio Macho, a José Clará, admirador de Rodin y Maillol. Tiene Núñez Solé a finales de los años 50 un estilo artístico definido, dueño por fin de sus dones, de sus hallazgos originales, de su fuerza callada y constante. Y es entonces cuando le hacen el encargo, inmenso, del Vía Crucis de la iglesia obrera, un teatro espiritual para Amador Martín, que se solaza en la disposición de las estaciones del martirio, portentosa obra alzada en las paredes de una iglesia que no destinó al Vía Crucis el espacio pequeño que recorre la nave, sino que le dio altura e inusual protagonismo.

Núñez Solé despliega su talento sobre las placas de la modernidad, 250 x 180 cm. de hormigón patinado, la nueva materia que tan bien conocía para esta novedosa expresión de fe a través del arte que supuso el mandato del Concilio Vaticano II. Cercanía y tiempos de progreso, de camino próspero en la barriada de los obreros, de los ferroviarios, de los recién llegados. Hormigón para fundir y grabar el camino de la Pasión con la incisión de la religiosidad sentida y serena del artista. Traza Núñez Solé la señal de la cruz no sobre su pecho, sino sobre la piel de hormigón en nueve cuadrículas donde colocar las figuras de la escena, los detalles significativos de un fondo geométrico como geométricas son las figuras humanas, con su vestiduras sobrias donde destacan, curva amorosa, las mujeres y los miembros de un Cristo resignado y casi apacible en su sufrimiento vivido hacia dentro. Figuras femeninas en las que se ha querido ver el rostro de la esposa, el de las dos hijas mayores del artista en la escena familiar del Cirineo, libertad de artista. Era Núñez Solé hombre de amorosas lealtades, de callada intimidad cálida y profunda como la espiritualidad con la que vive los encargos religiosos: las piezas de la Peña de Francia, San José, en la parroquia del mismo nombre, que le tiende una cuna de madera a la Madre, los ángeles sujetando el cuerpo enfermo de San Enstanislao… Jesús, en el Vía Crucis de Fátima, quien se deja descansar sobre el transepto de la cruz, agotado y rendido. Cada detalle salido de las manos del artista tiene una fecunda lectura que han sabido interpretar Tomás Gil y Montserrat González García, expertos en el arte sacro de una ciudad inagotable, itinerario de arte y conocimiento a través de la fe.

La fe con la que recorre Amador las figuras impresionantes del Vía Crucis de Fátima, inusualmente grande, adornando la nave del arquitecto José María de la Vega y Samper que levantara, a mediados de los años cincuenta, una nave trapezoidal, acordeón que se despliega en dientes de sierra cuyos huecos laterales, casi invisibles, dan luz a la nave e iluminan las incisiones adoloridas de las tablas, los iconos de hormigón del artista. Es la pureza de la modernidad, la estilización del evangelio, el gusto por el detalle ¡Esa mano exagüe, ese cubilete donde descansan los útiles del martirio, del carpintero padre, del escultor esforzado! Las figuras humanas de Núñez Solé, clásicas en su desnudez geométrica, contrastan con este Cristo doliente, tendido, concentrado en su sufrimiento, coronado de espinas, derrumbado amorosamente. Las grandes placas de esta Pasión relatada a la manera de Núñez Solé, incisión sobre la piel lacerada del Crucificado, se yerguen, árboles rectilíneos en la nave luminosa del extrarradio. Tiene planta de barco este poema de hormigón blanco y liso, sede de tantos movimientos vecinales, grupos juveniles, asociación y ayuda, y en su interior, eterno como el daño, emotivo y doliente en sordina, el Vía Crucis del hombre moderno, fraguado en la dificultad y en el esfuerzo. Alzado hacia la experiencia de la gracia, geométrico trazado de lo eterno.

Charo Alonso.

Fotografías: Amador Martín.