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Melancolía de la esperanza
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Melancolía de la esperanza

Actualizado 09/11/2022 07:53
Juan Antonio Mateos Pérez

Donde hay melancolía, hay tierra sagrada.

Algún día la gente comprenderá lo que significa eso.

OSCAR WILDE

La pasión por la esperanza hace a los hombres

más anchos en lugar de más estrechos

ERNST BLOCH

Hace ya años comentaba la pensadora Hannah Arendt, que la sociedad de consumo no sabe cómo cuidar el mundo, su principal actitud, consumir, arruina todo lo que toca. El lema de estos días es “comprar, vender, consumir”, donde los descuentos y las ventas llenan los grandes espacios comerciales como una fiebre compulsiva, marcando ya el inicio de la campaña de navidad o el fin de las rebajas de verano, no se sabe. Las empresas persiguen sus objetivos exclusivamente económicos, a expensas de los valores éticos, sociales o ambientales. Estamos asistiendo a un momento de nuestra historia que todo ha perdido valor y sentido, vivimos en una sociedad del cansancio, donde grandes áreas de nuestra conciencia pierden el sentido de la existencia y de toda decisión, sumergiéndose en una profunda melancolía.

Vivimos en la “calle melancolía”, un tiempo de incertidumbre, un tiempo de crisis, no solo económica, estamos perdiendo la capacidad de comunicarnos y de establecer vínculos en la vida cotidiana. Se están agotando todas las utopías que nacieron en la modernidad, si el ángel de W. Benjamin retrocedía ante todas las catástrofes, el nuestro retrocede por esa deshumanización que provoca la sociedad de consumo. Un ángel que no transciende, que no sabe alzar el vuelo, no busca respuestas a lo que acontece en su existencia, no despliega su mirada atenta, no quedando resquicio para la libertad, solo para el consumo.

La melancolía es el pathos más antiguo que se tiene constancia, el médico griego Hipócrates de Cos, allá por el siglo V a. de C., la denominó “bilis negra” (melankholía). Sócrates, como nos relata Platón, afirmaba que no era la tristeza lo que provocaba el canto de los cisnes en los últimos momentos de su vida, sino la melancolía. Así ese pathos, se convirtió en símbolo de sabiduría y de genialidad, de belleza, de ese momento de frontera que representa comprender el ideal político, ético o incluso religioso, que desemboca en una deuda permanente. Subrayando una forma privilegiada y no patológica de la melancolía.

En la Edad Media la melancolía adquirió una imagen muy negativa, la llamaban acedia, ya no irá acompañada de la genialidad y la profundidad de pensamiento, sino de la pereza y la indiferencia. Tendrán que ser los místicos españoles del Siglo de Oro, los que positivicen el sentimiento melancólico, hallando en ella la virtud cristiana, separándola de otras melancolías estériles. Van a subrayar una melancolía mística, esa noche oscura del alma, última morada habitada por Dios, como indicaba Teresa de Jesús. El efecto de la melancolía puede ser catártico cuando aparece en un estado de ataraxia (serenidad de espíritu), abriendo nuestra alma no solo al misterio, también a la belleza.

La melancolía se ha manifestado de muchas maneras a lo largo de la historia, pero siempre se ha nutrido de sentimientos de miedo, carencia y pérdida. En la melancolía se lamenta lo que ha quedado atrás y se pierde el sentido de la existencia, cubriéndolo todo de un miedo irracional con sentimientos de impotencia e inseguridad. Vivimos una realidad que no sabemos a dónde vamos y dónde deberíamos ir, añorando un pasado que al menos sabemos cómo era. La melancolía tiene, con la conciencia del transcurso del tiempo y del carácter transitorio de la existencia, un sentido que nos hace mirar hacia atrás y recordar lo que hemos perdido.

El ser humano vive inmerso en un diálogo continuo consigo mismo, con lo que nunca llegará a estar completo, siempre se encuentra en un desarrollo permanente. Para E. Bloch, el sentido de nuestra existencia se oculta en ese desarrollo permanente, nuestros anhelos de esperanza se nutren de un sentimiento melancólico de pérdida o ausencia. Algo nos falta ya que nunca podemos desvelar el sentido profundo de nuestro ser, nunca llegaremos a encontrar el hogar en nosotros mismos, siempre estaremos en camino. Buscamos cobijo en el entretenimiento y en el consumo, además fomentado por el mundo capitalista en el que habitamos, pero solo es una manera de huir de nuestra realidad como seres humanos.

Hace ya unos años, Hannah Arendt nos dibujó la influencia de la sociedad de consumo en el ser humano en su famosa obra La condición humana. La sociedad de consumo, que predica una falsa libertad, sitúa las necesidades más básicas a satisfacer los deseos, limitando el espacio humano a lo privado, al oikos, dando la espalda al espacio común, lo que en la antigüedad se llamaba la polis. Esto hace que nos centremos en nosotros mismos, llenos de consumismo, solo intentamos satisfacer nuestros deseos, dejando de lado la relación con otras personas. En el espacio común, en la relación con otros, es donde podemos transformar la melancolía en otras iniciativas, desarrollando las aptitudes más humanas, como son la creatividad y la solidaridad.

El consumismo, fomentado por un capitalismo sin corazón, está convirtiendo a los seres humanos en formas abstractas, en un nodo virtual de una red de objetos de intercambio, producto de una máquina autónoma que todo lo transforma, totalmente rendidos a la lógica de la producción (F. Broncano). Si no cuidamos del mundo y las personas, se entregarán al consumo en la esfera privada, desaparecerá la cultura común y llegarán esos “tiempos oscuros” de los que hablaba Bertolt Brecht. ¿O ya han llegado?

Para salir del mundo del consumismo, debemos fomentar una melancolía positiva, una melancolía de la esperanza. Debemos aspirar a una sociedad que pueda desarrollar lo mejor del ser humano, ello solo será posible con una buena educación, un debate político sereno, constructivo y proporcional, una cultura amplia y polifacética. En esta aspiración, es necesario que los artistas, poetas y autores de teatro no creen obras para nuestro consumo, sino que nos permitan el desarrollo personal, esa melancolía positiva, que estimule el espacio común y nos ayuden a relacionarnos unos con otros.

Como seres humanos, no vivimos orientados exclusivamente a la muerte, sino a la esperanza y a la promesa de un nuevo comienzo. Esa doble orientación encuentra resonancia en nuestra melancolía, en la que confluyen el temor por un final solitario y la alegría de un nuevo comienzo compartido (Joke J. Hermsen). Esto solo será posible cuando rompamos los muros que hemos levantado y ampliemos nuestro campo de visión para mostrar a los demás todo aquello que nos une. Debemos asumir nuestra responsabilidad, a sorprendernos en el momento justo, cultivar la serenidad, la capacidad para admirarse en el momento oportuno. La melancolía deberá ser como una luz prendida en el corazón oscuro (H. Arendt), que alumbre su brillo para superar la noche, y tras las sombras regresar a casa.

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