Alberto Santos, responsable de la Delegación Salmantina de la Asociación Española para la Prevención del Acoso Escolar, hace un balance de este problema y explica cómo se debe actuar
El acoso escolar es un grave problema que ha repuntado a raíz de la pandemia. Alberto Santos, responsable de la Delegación Salmantina de la Asociación Española para la Prevención del Acoso Escolar hace un balan de este problema en las aulas. Un nuevo puesto por el que “siento una ilusión muy, por la oportunidad de liderarlo en mi ciudad natal. Un proyecto que lidero con mucha ilusión al lado de grandes profesionales entre los que se encuentran psicólogos, trabajadores sociales, criminólogos, expertos en derecho, expertos en arte dramático, etc. con el objetivo de facilitar las herramientas necesarias a la sociedad educativa de Salamanca y su provincia”, explica.
¿Qué podría o debería hacer un menor que está padeciendo acoso escolar?
Lo más importante es que nuestros menores lo cuenten. Y si no quieren que les vean porque les pueden llamar chivato o sufrir todavía una mayor violencia, se lo pueden decir a sus padres en casa, al tutor o a un profesor con el que tenga feeling de una forma discreta, confidencial o anónima. Un mensaje fundamental que hay que decirle a un niño o niña es que nadie tiene derecho a hacerle daño ni a maltratarle, ni verbal ni físicamente.
¿Y que podría o debería hacer un chico que observa que algún compañero está sufriendo acoso?
Lo primero, nunca ponerse de parte del que acosa, aunque sea más cómodo estar en el grupo de los populares. Que se ponga de parte de la víctima, que lo cuente, si quiere de forma confidencial y anónima. Y que entienda que, si no lo cuenta, es corresponsable de que eso esté ocurriendo porque, al estar pasivo, está permitiendo que a un compañero le maltraten. La víctima no es responsable de nada, pero el observador es responsable si permite que eso suceda.
¿Y referente a los acosadores que trabajo lleváis a cabo desde AEPAE?
Desde AEPAE impartimos unos cursos a estos menores de resolución pacífica de conflictos. Son menores que, cuando hacemos una serie de dinámicas de empatía y compasión, se dan cuenta del daño que están haciendo. A veces hay menores que se ponen a llorar, porque no eran conscientes del gran daño que estaban causando. Buscamos que intenten ponerse en el lugar del compañero que está sufriendo burlas, amenazas, intimidaciones, insultos… A partir de la ESO, ese maltrato se produce sobre todo a través de Whatsapp, Instagram, Facebook… Cuando un niño tiene conciencia del daño, cambia su comportamiento.
Volvamos a las familias: ¿qué pueden hacer las que creen que su hijo o hija puede estar sufriendo acoso?
Si un padre sospecha que su hijo sufre acoso por una serie de indicios como, por ejemplo, que no quiere ir al colegio, cambios bruscos de humor, somatizaciones como dolor de cabeza o de tripa, insomnio o pesadillas que suelen ocurrir de manera anticipadora el domingo por la noche, disminución del rendimiento escolar… En cuanto perciban esos indicios, han de sentarse con su hijo para hablar en confianza, para que les cuenten qué es lo que ocurre. Hay menores que se resisten a hablar por timidez, por vergüenza, por lo que sea. Con la información que obtenga, el padre o la madre ha de ir al centro escolar y hablar con el tutor, que es el profesor que pasa más tiempo con su hijo y transmitirle que ha percibido una serie de cambios en su hijo que le hacen pensar que algo está ocurriendo. Y ha de instar al tutor a que investigue qué ocurre.
¿Y cómo deberían comportarse las familias que creen que tienen un hijo o una hija que podría estar acosando a otro?
Aquí nos encontramos con un gran problema, porque es un problema social, de educación. A un padre no les cuesta ningún trabajo asumir que su hijo es víctima, pero sí le cuesta asumir que es acosador. Nos encontramos, al menos en 8 de cada 10 casos en los que intervenimos, que los padres no reconocen que eso ocurre, incluso echan la culpa a otro niño. Sobreprotegen a su hijo e incluso se enfrentan con las personas que están intentando que eso pare.
Por tanto, la primera recomendación para estos padres es abrirse a la posibilidad de que su hijo o hija no sea tan bueno como parece, ¿no?
También hay una serie de indicios. Uno sería un menor que no tiene límites, que hace lo que le da la gana, que no respeta las normas ni en casa ni en el colegio, menores que no se responsabilizan de lo que hacen y siempre culpan a otra persona. O cuando llevan a casa cosas que no son suyas como juguetes, dinero, comida… Eso sale de algún sitio. Es más fácil detectar que un menor es víctima que un menor es acosador. Muchas veces con lo que nos encontramos es que el problema está en casa. El menor reproduce lo que ha visto en su entorno más cercano después en el colegio.
Y una vez que lo han detectado, ¿qué pueden hacer esos padres?
Lo primero es hablar con sus hijos. Estos menores no van a reconocer lo que hacen. La víctima sí suele hacerlo, porque necesita ayuda, pero los agresores no. Los padres también pueden dirigirse al tutor: «Mi hijo tiene una actitud de faltas de respeto, de no respetar las normas, no es responsable, y quiero saber si en el centro hace lo mismo». En realidad, cuando se detecta a los acosadores es porque una víctima o un padre lo dicen. Esa suele ser la manera más recurrente de detectar a los responsables.
¿Cuál es entonces el papel del centro educativo?
El centro tiene que entender que es responsable de lo que les ocurra a los alumnos mientras están dentro de la escuela, incluso en su perímetro e incluso si el acoso se produce fuera del perímetro por alumnos del centro. El director tiene la obligación de tener un protocolo de actuación. Como las competencias están transferidas a las Comunidades Autónomas, cada comunidad tiene su propio protocolo.
¿Y cuál es la tarea de Inspección Educativa, una vez que llega a sus oídos un caso de acoso?
El inspector de la zona va al colegio para ver qué ocurre con ese niño, qué ha pasado, si se ha abierto protocolo, si hay que abrirlo… ¿Qué es lo que pasa? Pues que a veces los inspectores se ponen de parte del colegio, con lo cual tenemos un problema doble. Porque les interesa que no salga a la luz… A ver, hay inspectores que se implican más, que van en serio…, pero normalmente, siete de cada diez casos, la Inspección Educativa no hace lo correcto ni tiempo ni en forma.
Ahora que menciona la política, ¿qué le parece el Plan de Convivencia Escolar que presentó el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte a finales de marzo?
El plan dice que todos los centros deben tener un plan de convivencia y un protocolo de actuación. Creo que estamos ante más de lo mismo. Le enviamos al centro unas directrices y ya está. Eso no es prevención. Y las campañas que se hacen, duran lo que dura la imagen en la televisión. Eso está muy bien, pero la prevención se ha de hacer con los niños en el colegio.
¿Quiere recomendar otro protocolo, herramienta o recurso?
Los protocolos son poco útiles, porque son demasiado técnicos. Cuando un padre se encuentra con un caso de bullying, no puede leerse cincuenta páginas con información poco práctica y difícil de entender. Nuestro protocolo permite actuar rápidamente, en una semana, protege a la víctima y sanciona a los agresores.
¿Qué papel están jugando las tecnologías a la hora de hacer frente a un caso de bullying?
Las tecnologías se pueden usar bien o usar mal. Cuando se usan mal, resultan muy dañinas, porque incrementan de manera exponencial dos factores que inciden en el daño psicológico: la frecuencia y la intensidad.