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Florencio Maíllo, poética de la encina
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El árbol emblemático de la provincia se alza en la Diputación

Florencio Maíllo, poética de la encina

Actualizado 09/07/2022 12:48
Charo Alonso

‘Poéticas’ se convierte en árbol y música en la casa de la provincia

Nos refugiamos de la tarde bochornosa y del cansancio de día bajo la encina bienhechora de Florencio Maíllo, pájaro en sus cinco ramas, vigas de nuestra casa, aquí en el patio de la Sede de la Diputación, provincia en la ciudad provinciana, campo y dehesa entre la piedra bordada, capiteles y columnas. El pintor, árbol que se despliega al ritmo de la música de piano de Martín Sánchez Allú, es la sombra a la que nos arrimamos admiradas, poética de sus ramas.

Florencio Maíllo: Esta encina es como la madre que te acoge. Un homenaje a Camille Corot, pintor que se adelantó a su tiempo, visionario precursor del impresionismo. Corot no tenía formación clasicista, bueno, no tenía formación. No es un romántico, no es un realista. Fue el primer pintor que abrazó la fotografía. ¡Era amigo de Nadar!

Charo Alonso: ¿Es verdad que supiste de su trabajo cuando, de niño en Mogarraz, encontrabas las imágenes de sus cuadros en la escombrera?

F.M.: Lo encontré en la escombrera, sí, allí tiraba el médico del pueblo los tarjetones publicitarios de las empresas farmacéuticas, estampas de gran calidad de pintores que conocí de niño: Turner, Rousseau, Constable, Friedrich y Corot, quien me sorprendió porque lo hacía todo fácil. Me fascinaban tanto esas ilustraciones como los pintores que venían a mi pueblo, Mogarraz, a pintar del natural.

Ch.A.: ¿Y por qué Corot?

F.M.: Porque yo lo veía muy fácil, Corot dio la facilidad de la representación a la pintura, fue de los primeros pintores que pintaron el instante fugar de la fotografía. Hacía bocetos del natural y luego trabajaba en su estudio… A veces le daba la vuelta al cuadro. ¡Yo he volteado las 13 piezas de este un montón de veces! Corot era un visionario, los pintores pintaban cada hoja con detalle y él las convertía en algodón… y esos chorreos, esas masas de color que se producen al voltear el cuadro agudizan la idea de la panorámica.

Carmen Borrego: La has pintado de tal forma que yo podría reconocerla si paseara por allí… ¿Dónde está esta encina?

F.M.: Todo surgió de un reportaje para El Norte de Castilla que me hicieron Carlos Aganzo y Carlos Espeso en el 2019. El proyecto se llamaba “Apuntes del natural” y en él se elegía un árbol emblemático de cada provincia y se entrevistaba al artista pintándolo. La elegida fue la encina llamada “De Los Arévalos”, ahí, en Tejeda. Es un ejemplar majestuoso que tiene más de seiscientos años. ¡Yo lo primero que hice fue abrazar ese árbol que me dio una energía tremenda!

Ch.A.: ¿Y lo segundo?

F.M.: Empezar a bocetar, y tirar cinco fotografías. Cuando nos encerraron por la pandemia sentí la necesidad de pintar de nuevo en el estudio la encina y volví a esa ráfaga de cinco fotografías. Estaban tiradas a contraluz, se veía al mayoral de la finca, eran malas, pero me llamaron la atención por el halo…

C.B.: Plasmaste incluso la aberración cromática…

F.M.: Tú sabes lo que es, Carmen. Eso nos da infinitas zonas de blanco que nos recuerdan a la pintura de Corot y su vinculación con este arte nuevo, él hizo suyos los defectos de la primera fotografía: la halación, la borrosidad debido al largo tiempo de exposición, el recorte fotográfico que hace que deje parte de la encina fuera del cuadro. Corot era un entusiasta de esta técnica nueva que provocaba la desconfianza de los pintores. Cuando murió encontraron en su casa mucha fotografía, la acumulaba como hacen ahora los pintores que nos servimos de ella. Y Nadar, el precursor, que era amigo suyo, le retrataba pintando.

Ch.A.: ¿Es un árbol a la manera de Corot?

F.M.: Adopta el recorte porque la ráfaga fotográfica se ve claramente en las piezas solapadas, incluso en los personajes; la borrosidad se observa en la falta de detalles, en las masas cromáticas de los trece paneles, y la halación tiene que ver con el desajuste del ángulo de refracción. Corot cautiva por su capacidad de sugerir ambientes y lo hace con los defectos de la fotografía.

C.B.: ¡Qué difícil es pintar un árbol! ¡Y no conocemos esta versión tuya paisajística!

F.M.: Javier Maderuelo dice que la idea del paisaje no está en lo que contemplamos, sino en la mirada de quien lo contempla. Y John Berger, que me apasiona, dice que no dibujamos un árbol sin más, sino un árbol que está siendo contemplado. Uno de mis cuadros favoritos es una diminuta pintura de Constable de un tronco de árbol. El árbol es algo muy enraizado en nosotros, esos robles germánicos de Caspar David Friedrich, es algo atávico… Yo he pintado muchos árboles en mi adolescencia, dejé de pintar la naturaleza cuando empecé Bellas Artes. Dejé de usar mi caballete profesional de paisajista hace cuarenta años y ahora se lo he dejado a mi hijo Miguel, de quince años, para el concurso de Pintura al aire libre de Mogarraz. Un caballete con el que hice el apunte de la encina.

Ch.A.: Tiene razón Carmen, te conocemos como retratista, y más con tu proyecto de Mogarraz… este árbol inmenso es una sorpresa.

F.M.: A Corot le dedicó un libro el poeta y crítico de arte Baudelaire y en él recoge una declaración del pintor: “Lo real es una parte del arte, pero el sentimiento lo completa” y también le dice que un árbol, cuando se pinta, es “tu” árbol. Mirad, yo sentía esta encina en un tiempo muy duro, durante el confinamiento, pensando que agredimos tanto a la naturaleza que esta nos la devuelve en forma de pandemia. Sentía esta encina y pensaba en Corot, que fue uno de los primeros pintores que abrazó la naturaleza en su plenitud porque era un apasionado de los entornos rurales. Este cuadro está pintado en plena pandemia, cuando más necesitábamos a la naturaleza.

Ch.A.: Vuelves a tus bebederos de pintor paisajista…

F.M.: Yo pintaba todo el día del natural, buscando ese verde que es el color más complejo porque es el de la naturaleza y desde nuestros inicios tenemos un gran conocimiento de él ya que debíamos conocerlo para evitar los peligros. De joven buscaba con Corot esas emociones inoculadas desde siempre con la naturaleza, y ahora más, porque tenemos que dejarnos seducir por esas emociones tan representativas de los románticos. Pienso en lo que somos, en la pervivencia. Cuando pinto vienen esos artistas que descubrí en la escombrera… han pasado cuarenta años y sigo pintando la naturaleza, es como un círculo cerrado.

C.B.: Como abrazar el tronco de la encina…

F.M.: Creo que cuando maduramos volvemos atrás, es como el toro que vuelve a la barrera a morir, das vueltas a las cosas que están conectadas con tu infancia. Yo, que quiero seguir teniendo la libertad de pintar lo que quiero, veo este cuadro como un homenaje a quien me ha facilitado la vida en la pintura, porque Corot fue un aprendizaje: simplificaba la visión, facilitaba la pintura, la traducía a manchas y esas manchas se compensaban volteando el cuadro, por ejemplo, cosa que luego harán los pintores abstractos. Era un adelantado a su tiempo, bocetaba del natural, trabajaba en su estudio y sus obras están impregnadas de un lirismo especial. Era algo así como el fotógrafo del “instante fugaz”.

Ch.A.: Aquí está maravillosamente, en su sitio. ¿Cómo supiste que lo tenías acabado y cómo acabó aquí?

F.M.: A veces no abandonas nunca, llegas al estudio, lo miras, te pide cosas, y sigues hasta que sientes que ya has acabado. Es un mar de encinas en un mar de columnas. Yo este cuadro lo pinté para mí. Estaba en el estudio, lo miraba de vez en cuando, pero cuando vino Isabel Bernardo a casa para escuchar la música de María para “Poéticas de Salamanca” lo vio y me dijo, “Ya tenemos Poéticas II”. Yo lo había pintado porque abrazar esa encina me había dado energía para aguantar todo el encierro.

Ch.A.: La inauguración tuvo un invitado especial, Martín Sánchez Allú, de la mano de la pianista María Guerras…

F.M.; Durante la pintura de este cuadro escuché a Allú, músico salmantino, porque María va a grabar un disco de composiciones suyas. Era de la época de Corot, por eso he pintado su retrato, me apetecía. He seguido un grabado de la época y le he puesto atrás la dehesa charra. Quería darle otro toque y mirad…

Ch.A.: Vuelves a los detalles de metal…

F.M.: Es un retrato clásico y le pongo el marco que a mí me gusta. Cuando lo hago, yo que no tengo ni idea de música, que solo la disfruto, veo que María mira el cuadro y me trae las partituras con las que trabaja para preparar el disco. Allú usaba mucho el trino, que es una forma de tocar que se representa así, como una cenefa exactamente igual a la que yo le pongo en el cuadro como marco.

C.B.: Es cosa de magia.

F.M.: El inconsciente. No le puedes dar una explicación. Allú nació en 1823 y fue un compositor y un pianista salmantino de gran calidad, aunque poco conocido. Su retrato lo hizo el grabador Leopoldo López, es el único que conocemos y lo he respetado recortando el encuadre, manteniendo el piano, evidentemente y poniendo de fondo la dehesa charra para relacionarlo con la encina.

Ch.A.: Porque la absoluta protagonista de esta muestra es la encina…

F.M.: La he pintado desde el interior y la línea del horizonte está en la parte baja de la composición para que esta encina nos acoja. Es como la instalación del políptico, que busca que esa línea esté en la de la mirada de la altura media humana. El visitante se sitúa en la misma altura de los protagonistas del cuadro y sienten, como ellos, la sombra de las ramas de la encina y su cobijo.

Y bajo su perenne abrigo nos refugiamos del calor, de la muerte de Fernando Mayoral, insigne escultor nuestro, del fuego de un estío adelantado y tórrido, de todo lo malo… Y suena Allú en las manos exquisitas de María Guerras mientras las columnas del Palacio de la Salina se cubren de bellotas y flores de candela. Ha crecido una encina secular en el patio de la provincia toda, y el pintor de la sierra se abraza a su tronco, caballete todo él de pintura excelsa. ¿Qué retrató primero el hombre en las cuevas sino la naturaleza?