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¿Contrato Social?
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¿Contrato Social?

Actualizado 21/01/2022 07:27
Manuel Rodríguez Fraile

El gobierno tuvo su origen en el propósito de encontrar una forma de asociación que defienda y proteja la persona y la propiedad de cada cual con la fuerza común de todos. Eso creía el bueno de Jean Jacques Rousseau, filósofo y pedagogo nacido en Suiza, y así lo dejó escrito en su obra ‘El contrato social’ publicada en 1762.

Y es que mientras el inglés Thomas Hobbes (1588-1679) afirmaba que el hombre es un lobo para el hombre[1], su frase más conocida, Rousseau opinaba que somos buenos por naturaleza, pero la sociedad nos termina por corromper. Yo creo que ambos tienen parte de razón, pero a la vista de los datos del último informe de Cáritas de 2021, tal vez Hobbes vaya ganado ampliamente a los puntos.

El número de personas que se encuentran en exclusión social en nuestro país se ha incrementado en los últimos 3 años en 2,5 millones, y ya son 11 millones los habitantes de la trastienda de nuestra sociedad a los que se oculta o disfraza en las complicadas estadísticas oficiales de los Organismos Públicos, incrementado así esa vergonzosa desigualdad de la que no queremos oír hoy hablar. Y son muchos más millones los que, en todo el mundo, sobreviven a duras penas mientras compartiendo este planeta con las 20 personas más ricas que ven dispararse sus, también vergonzosas, fortunas mientras organizan viajes turísticos de lujo al espacio.

Y es que en tiempos de crisis, y esta pandemia sin duda lo es, los mayores daños siempre terminan cayendo sobre los mismos y los beneficios también. Rousseau, en la obra ya cita, recomendaba acertadamente que: La igualdad en la riqueza debe consistir en que ningún ciudadano sea tan opulento que pueda comprar a otro, ni ninguno tan pobre que se vea precisado a venderse. ¿Cuántos se ven hoy obligados a venderse?

Ni siquiera tener trabajo es garantía de poder integrarse en la sociedad ya que suele ser inestable y precario, a este amplio colectivo se le califica estadísticamente como ‘trabajadores pobres’, otro eufemismo, para enmascarar el hecho de que con sus escasos ingresos apenas pueden cubrir los indispensables gastos mensuales.

A todas luces los esfuerzo de los gobiernos son insuficiente, pero ¿estos gobiernos no debieran ser el reflejo de las sociedades que gobiernan? Tal vez lo sean. Algunas Organizaciones No Gubernamentales (ONG) y también ciertas entidades de beneficencia o caridad tratan de colaborar pero esto supone una muy pequeña parte del esfuerzo necesario, y ¿hay alguien más? Silencio…

Llegados a este punto la pregunta es ¿quién ha roto el Contrato? No debemos olvidar que se trata de un contrato que en 1978 todos firmamos o al menos aceptamos y al que hemos otorgado el flamante título de Constitución Española, en cuyo Artículo 1 podemos leer: España se constituye en un Estado social y democrático de Derecho, que propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político. ¿Qué podemos decir en nuestra defensa? Poco o nada.

Por otro lado, para que cualquier contrato sea eficaz hemos de presuponemos la buena fe de los firmantes, así como veracidad del contenido, y tanto en eso de la ‘buena fe’ como en lo de las ‘verdades’ andamos bastantes escasos en estos tiempos, sobre todo por parte, precisamente, de aquellos que debieran velar más por su cumplimiento.

Y es que tanto la mala fe (traiciones, insultos, calumnias…) como la mentira parecen haberse normalizado, tanto en el debate público como en el privado, principalmente porque salen gratis. Todo ello siguiendo el ejemplo de aquellos que debieran darlo y, porque no decirlo, de muchos medios de comunicación que han hecho del escándalo, el alarmismo, el chismorreo y el mal gusto; su seña de identidad, lo que contribuye a la desconfianza y sospecha, alimentando el malestar social. Por tanto todos tenemos que asumir cierta responsabilidad por acción u omisión.

Es indispensable recuperar ese contrato, la buena fe de sus firmantes, la veracidad de sus contenidos, y hacerlo con la fuerza de todos, o llegaremos a aceptar las mentiras como algo cotidiano, olvidado que como bien advertía el poeta inglés Alexander Pope: El que dice una mentira no sabe qué tarea ha asumido, porque estará obligado a inventar veinte más para sostener la certeza de esta primera.

[1] Leviatán. Publicado en 1651

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