La Declaración Universal promete a todas las personas unos derechos económicos, sociales, políticos, culturales y cívicos que sustenten una vida sin miseria y sin temor. No son una recompensa por un buen comportamiento. No son específicos de un país concreto, ni exclusivos de una determinada era o grupo social. Son los derechos inalienables de todas las personas, en todo momento y en todo lugar: de personas de todos los colores, de todas las razas y etnias, discapacitados o no, ciudadanos o migrantes, sin importar su sexo, clase, casta, creencia religiosa, edad u orientación sexual.
Son palabras que figuran en la Introducción de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, aprobada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 10 de diciembre de 1948 y que trascurrido ya 73 años conviene releer detenidamente.
En este documento se habla de TODAS LAS PERSONAS, sin excepción, y este año el tema central es precisamente LA IGUALDAD, lo que supone eliminar cualquier tipo de discriminación y lograr así que todo ser humano disponga de las mismas oportunidades para lograr una vida digna y plena.
En general distinguimos entre 3 tipos de derechos. Los derechos naturales, que en general no están escritos, pero en ocasiones se legisla sobre ellos y así los transformamos en un segundo tipo de derechos, los derechos legales que están protegidos por leyes y por tanto nos son reconocidos y pueden ser reclamados. Por último están los derechos humanos, que son aquellos que corresponden a todos los seres humanos en todo tiempo y lugar, por tanto no son fruto de una época histórica.
Estos últimos no están amparados por leyes o reglamento son fruto de un consenso internacional, pero su cumplimiento y su defensa no tienen carácter vinculante por lo que aquellos que ven violados los suyos tienen escaso poder para demandarlos y quedan indefensos ante los constantes incumplimientos.
La pregunta es, si sólo una parte de TODAS LAS PERSONAS puede hacer valer estos derechos ¿podemos hablar de derechos o se trata de privilegios? La diferencia es que de los segundos sólo benefician una parte del todo, por tanto, deberíamos hablar de privilegios humanos.
Los estados están para proteger los derechos, pero también para eliminar privilegios, esos de los que gozamos una minoría de la población mundial, como el privilegio a una tercera dosis de la vacuna contra el COVID-19 cuando las dos terceras partes de la humanidad, apenas únicamente tiene una, y más del 80% de los africanos no han sido vacunados.
Si de verdad nos preocupan los derechos humanos y denunciamos su violación, debemos ser diáfanos y consistentes en la igualdad de su reconocimiento y protección para todas las personas. Si no, llamémoslo como es, la defensa de una parcela de privilegios para el grupo con el que más de acuerdo estamos[1]. Así concluye en manifiesto de este año de Amnistía Internacional. Nada más que añadir.
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