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Cirrus, altocúmulos y cúmulos
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Cirrus, altocúmulos y cúmulos

Actualizado 22/10/2021
Álvaro Maguiño

El cielo oculta un secreto. No es su anaranjado amanecer, ni su azulado mediodía y tampoco su rosado atardecer. Es algo más que su amplia gama de colores, aunque tiene que ver con ella. Estoy convencido de que el secreto que oculta el cielo son sus nubes.

En el colegio ya se empieza a hablar sobre la formación de las nubes en el ciclo del agua. En los dibujos del carísimo y gordo libro de texto son perfectas nubes redondeadas, tan blancas que dan ganas de mancharlas de rojo. Porque algo tan puro como esas nubes no podía existir. Y claro, salías al recreo y te llevabas una gran decepción al ver que los nubarrones que enladrillaban el cielo eran burdas imitaciones grises de lo que te mostraban en el libro de texto. Por supuesto, cuando te mandaban hacer algún dibujo, dibujabas una casa con cubierta a dos aguas, un sol radiante en la esquina y algunas nubes en el cielo, que no podían ser de otra manera que aquellas perfectamente abultadas. Conforme ibas creciendo, las nubes adquirían formas distintas: rayas simples, algodonadas, veladas, manchas sueltas?Nadie le dice a las nubes cómo deben ser ni a quién satisfacer. El viento, en cambio, las obliga a mudarse constantemente. Ellas emigran a nuevas ciudades, a nuevos campos e incluso a nuevos mares. Llueven en el trayecto de ida, que no de vuelta, y adelgazan en cada parada: un nuevo lugar, una nueva nube. Hoy me he sorprendido pensando en la nube que me ha tapado el sol en el recreo, huyendo del impetuoso viento venido del Norte, también habrá visitado a alguien que la necesitara. Habrá cambiado, pero en esencia será la misma. En estos últimos meses, he aprendido a diferenciar algunos tipos de nubes, quizás en agradecimiento de que vayan a su antojo o para utilizarlas en propio beneficio. Y ahora todo tiene más sentido. Las rayas blancas eran cirrus y no estelas de condensación abandonadas a la deriva por un avión. Los altocúmulos son más que manchas abigarradas que desaparecen si apartas la vista de ellos. Los cúmulos son algo más que una réplica realista y decepcionante de mis olvidados libros de texto. Y las lenticulares nunca van a hacer escala en mi balcón para que yo pueda verlas por primera vez. Pero al final son eso, nubes y nada más, aunque quieran parecerse a un elefante.

Quiero añadir que los amaneceres y atardeceres son más bonitos cuando una nube se deja sonrojar por los elogios de la aurora y del crepúsculo. A este rubor se le llama "arrebol", término que he reincorporado a mi vocabulario gracias a un verso de Campos de Soria de Antonio Machado. Para mí las que mejor complementan el día son las que titulan la columna de hoy: cirrus, altocúmulos y cúmulos. Las demás lo manchan demasiado, pero estas son el secreto más profano del cielo.

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