Comenzar reconociendo que llamamos bulo a una noticia falsa, propagada o divulgada con un fin determinado. Y que las llamadas fake news es lo mismo que los bulos, pero en terminología anglosajona. Aquí utilizaremos bulo, como corresponde a nuestro bello idioma castellano o español.
Los bulos no son algo nuevo ni exclusivo de esta época, son tan antiguos como la condición humana, porque forman parte de ella. Pero, aunque se habían intensificado en los últimos tiempos, han encontrado en el coronavirus el caldo de cultivo apropiado para crecer y multiplicarse. Uno tras otro o simultáneamente, los bulos sobre o entorno a la Covid-19 se han extendido por el globo terráqueo, hasta convertirse en otra pandemia paralela a aquella, aunque esta en el área de la comunicación.
Los desórdenes informativos, la desinformación que generan los bulos, están estrechamente relacionados con factores psicosociales y sociológicos. Nadie es inmune a los bulos. Nunca podremos saber o controlar su alcance ni la magnitud que pueden llegar a tener las acciones que generan. Su influencia es muy nociva, tanto para la persona como para la sociedad. Consecuentemente, es algo a tener en cuenta por el ciudadano, ya sea para temerlos, para neutralizarlos o para combatirlos. Para defenderse de esa pandemia comunicativa y que le hagan el menor daño posible.
La manifestación de los bulos puede darse de diversas maneras: por engaño, en forma de bromas, exagerando, descontextualizando lo que se dice. Evidentemente, unos son más dañinos que otros. Todos portan un contenido aparentemente verdadero, pero falso en sus intenciones, porque están concebidos y diseñados con el propósito de engañar a alguien o a muchos, generando una corriente de opinión pública de interés para quien genera el bulo en cuestión.
Los bulos son informaciones falsas desde su concepción y origen. Son invenciones deliberadas y divulgadas de manera premeditada, con objetivos concretos que, para conseguirlos, se envuelven con algún componente de verosimilitud que le aporte algo de credibilidad. Para su mayor eficacia al intentar engañar a la ciudadanía, suplantan la identidad de personas o instituciones dignas de crédito. La mejor vacuna contra los bulos es la transparencia que, por el derecho a saber y por exigencias democráticas, pueden y deben reclamar los ciudadanos a sus respectivas administraciones públicas.
A la vista está que son las redes sociales o los medios de comunicación social los principales canales para difusión de los bulos. Investigadores de la Universidad de Navarra y del Centro Nacional de Supercomputación de Barcelona, analizaron los bulos sanitarios difundidos entre el 14 de marzo y el 13 de abril y determinaron que, principalmente, fueron divulgados en plataformas de mensajería o redes sociales cerradas como WhatsApp. El mismo estudio demuestra que un tercio de los contenidos falsos divulgados son de carácter político. Que los bulos científicos o sanitarios suelen venir de fuera y los de matiz político del interior.
Cabe plantearse el por qué en este mundo en el que hoy habitamos, los bulos o mentiras funcionan tanto y tan bien. En la respuesta, nada fácil, concurren factores como el desconocimiento, las dudas, las emociones y la incertidumbre, todos ellos permeables a los bulos y, por tanto, abiertos a que la verdad pueda convertirse en algo relativo. Muchas veces agitados por la política en función de los intereses partidistas o geopolíticos, favoreciendo una posición política u otra, o promoviendo el malestar en un grupo, comunidad, ciudad o país.
La tecnología no es ajena. La divulgación de los bulos por las redes sociales la facilitan la utilización de las llamadas granjas de bots (bot es el acortamiento de robot), un programa informático que puede simular el comportamiento humano dentro de internet, realizando tareas repetitivas de forma automática y que contienen perfiles de miles de cuentas monitorizadas por un solo usuario. La estrategia y el mecanismo es bien sencillo: la persona o grupo interesado piensa el bulo y lo pone en las granjas que lo diseminan, los afectados o adversarios replican, con lo que se da una nueva amplificación, a su vez, los partidarios del emisor del bulo vuelven a replicar y así sucesivamente se desinforma o se engaña a la población.
Afortunadamente, un reciente estudio de opinión sobre responsabilidades y reputación, realizado en Italia, España, México y Estados Unidos, por el Reputation Institute, pone de manifiesto que, si bien las redes sociales ganan en cobertura, los entrevistados les otorgan poca credibilidad en el entorno actual de hiperinformación. A la vez que se percibe una tendencia de vuelta a los medios de comunicación tradicionales: televisión, radio y los principales periódicos como fuentes de información con más credibilidad. Si se confirma la tendencia hay motivos para la esperanza.
Canción resumen mesa redonda "bulos en la salud" de Músicos por la Salud:
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