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Las paredes del DA2 recorren la Hecatombe pictórica de Ramiro Tapia
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Exposición artística

Las paredes del DA2 recorren la Hecatombe pictórica de Ramiro Tapia

Actualizado 08/02/2020
Charo Alonso

El pintor salmantino nacido en Santander, une a su muestra en la Salina, una gran exposición retrospectiva en el DA2 comisariada por Juan Figueroa

Los monumentales lienzos de Ramiro Tapia (Santander 1931), sus árboles habitados, sus máquinas pensantes, sus gigantes y ogresas tienen el acomodo perfecto en las grandes, en las excepcionales salas del DA2, el museo de arte contemporáneo del que Salamanca debe estar orgullosa. Y es este lugar privilegiado, la antigua cárcel convertida ahora en un amplio espacio de libertad donde corren todos los aires junto al río ?los más modernos, los más transgresores, los más atrevidos-, donde un pintor salmantino encuentra el mejor de los acomodos.

Y lo hace también, con el mejor de sus intérpretes. Juan Figueroa afirma que es la primera vez que comisaria una exposición, sin embargo, su forma de abordar la muestra de Ramiro Tapia desde su perspectiva de cineasta, tiene una lectura nueva, también atrevida, iconoclasta, muy adecuada para este pintor que, a lo largo de su trayectoria, ha encadenado etapas con un solo empeño: pintar, pintar desde la libertad, pintar desde "su" libertad, hacerlo desde la maestría técnica, sí, esa con la que aborda todas las posibilidades. Acuarelas, óleos, mixturas, estamos ante una muestra que no es una antología, sino un recorrido por la obra fecunda de Ramiro Tapia desde la personal perspectiva de Figueroa, la labor del equipo del DA2, lograda gracias a la generosidad del pintor, el empeño de Amparo Núñez y los préstamos de quienes guardan en sus prestigiosas colecciones cuadros de Ramiro Tapia.

Una muestra que se inicia con el particular génesis del autor. Un autor al que es un placer escuchar hablar no solo de pintura y que inicia el trayecto desde la aventura maravillosa del nacimiento, la sopa primigenia que en el mar arranca la vida, esa vida que los hombres hemos destruido. La muestra se lee pues desde una perspectiva cronológica: a la génesis explosiva de la microbiología, le siguen las grandes civilizaciones. Sin embargo, para Tapia, el hombre con su ambición y codicia destruye el mundo natural, y surgen las torres, los árboles de Babel que confundieron las lenguas. A la destrucción del mundo tal y como lo conocemos, le sigue la llegada de los ogros, que habitan en la sala guardada por los perros Cancerberos, ogros que quizás desprecian el mundo de los humanos y que desean iniciar una nueva fase? esa fase que deje atrás las esferas sulfurosas, los incendios que vio Tapia con su capacidad de visionario. Una nueva fase que acaba en la sala dedicada a la Elevación, desde la que se levanta esa esperanza cierta en un mundo renacido.

Para Figueroa, el propósito de la muestra "No es interpretar la obra de Tapia, sino experimentarla, vivirla". Obra inmensa, constante que él vislumbra como un gran laberinto ?tema muy recurrente en el pintor- cuya principal característica es que tiene un camino cierto para salir. Todos identificamos los laberintos con las vueltas y las pérdidas, sin embargo, el laberinto tiene siempre una voluntad hallar el camino. Un camino que, en Tapia, ha de verse como él pinta, con libertad, con el deseo de encontrar el inconsciente que anida en una infancia de la que nunca se ha desprendido.

Infancia de campo charro y ciudad. Infancia de abuela paterna que pintaba reproducciones de obras del Prado y de abuela materna cercana a los artistas de Madrid. Y en medio, la madre buscando libros ilustrados para el niño que pinta, el hombre que mantiene la libertad del niño pintor. En la ingente obra de Tapia, Figueroa, además de ver el camino cierto que desenrolla el laberinto, descubre el viaje interior que todos hacemos: nacemos, nuestra naturaleza destructiva es el ogro y el apocalipsis que todos sufrimos no es más que un proceso de regeneración que culmina en un momento de elevación. Lectura espiritual de una pintura poliédrica, donde cabe toda la cultura de un hombre capaz de leer su propio inconsciente y a la vez, ser un auténtico visionario.

Porque la lectura que hace Tapia en los años 70 u 80 de la destrucción de nuestro mundo es tan real en la actualidad como sus acuarelas ?es un maestro en dicha técnica- en las que todo arde. El mundo edénico de sus árboles habitados, de sus exquisitas construcciones geométricas, se destruye y sitúa al pintor en la tradición hermética del visionario. De ahí la necesidad de hacer una "cámara oscura" para recordar al espectador que tres han sido las grandes lentes que han marcado el progreso de la humanidad: la primera, la de Galileo, que nos mostró el macrouniverso, la segunda, la que nos enseñó el microuniverso, y la tercera, la lente fotográfica, espejo de espejos en el que nos miramos todos.

Y la pintura es un espejo, no solo del pintor, sino de su visión del mundo. Un mundo que inicia su destrucción, quizás salvado por los personajes inmensos, desproporcionados, que pinta Ramiro Tapia y que habitan los espacios magníficos del DA2. Un mundo que, pleno de esperanza, se eleva a través de la naturaleza, pero también a través del robot como elemento que poblará nuestro futuro. Un mundo al que quizás hayan contribuido a crear y a recrear los seres ya no extraterrestres, sino los demonios salidos de la fantasía de un pintor que hace suyas no solo las pulsiones de su inconsciente, sino las del mundo en el que vive.

Y como tal visionario, en la última de las salas impresiona el retrato alegórico, desesperado de un Unamuno que, en palabras de Tapia, tras escuchar a Millan Astray, se lamenta, la mano en la cara, mientras su puño destroza el papel con el que hacía sus pajaritas de libertad. De nuevo el rojo y el ocre sulfurosos indican el particular apocalipsis de un país que se va a sumir en una guerra fratricida. Las torres de Salamanca al fondo, y el ser, casi gigantesco que representa a Unamuno tiene la desnudez y la fuerza de un desnudo de Miguel Ángel. Músculo alegórico ¿Cómo pudo saber Tapia la pasión que desencadenaría ese instante evocado cinematográficamente en "Mientras dure la guerra"?. Su "Homenaje a Unamuno" es un cuadro muy anterior que nos recuerda que Tapia es un heterodoxo que ha llegado a la modernidad a través las constantes con las que se ha enfrentado a la pintura. Constantes que se resumen en tenacidad, maestría técnica, libertad a la hora de seguir sus pulsiones y sobre todo, esa capacidad de leer los tiempos que le han tocado vivir y el futuro que adivina con su talento de visionario.

Obra compleja, obra total, obra leída e interpretada sin poner ni una sola cartela en la pared, para que la distribución, la luz, la colocación de los cuadros y los cuadros mismos hablen al espectador, le conduzcan a través de la historia del mundo que quiere contar Ramiro Tapia. Una historia que conjura la hecatombe (dolor, catástrofe con gran número de víctimas, sacrificio de 100 reses a los dioses, como afirma el diccionario) con elevación. La misma que sostiene las obras en este privilegiado espacio donde la magnitud tiene el arte llenarse de talento. Talento nuestro, Ramiro Tapia.

Fotos: Carmen Borrego

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