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Homenaje a León Portilla. En defensa de las Humanidades y de la poesía
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por Fernando Gil Villa

Homenaje a León Portilla. En defensa de las Humanidades y de la poesía

Actualizado 07/10/2019
Fernando Gil Villa

"Curiosamente, la poesía que él rescató estaba hecha por seres que los conquistadores españoles consideraban bárbaros"

El martes 1 de octubre murió con 93 años León Portilla en Ciudad de México. Le llamaban el último gran Tlamatine, palabra que traducen por sabio. La verdad es que murió como un auténtico sabio, es decir, sin temor alguno (lean el libro que acaba de sacar mi colega Enrique Bonete, El morir de los sabios).

Era de esperar. Estaba satisfecho con su obra y vida. No solo porque su vida ha sido plena y ha logrado dejar una gran obra, sino porque, como ha recordado su hija, no menos plena ha sido la obra de su vida. Buen esposo, buen padre y buen colega. No "pisaba callos" e intentaba ser coherente, llevar a la práctica de su vida personal el humanismo que predicaba. Gran amante y defensor de las Humanidades, dedicó una buena parte de su energía a traducir y divulgar la poesía náhuatl. Supongo que estaba de acuerdo con Barthes en que la poesía debería formar parte de los "Derechos humanos" puesto que es "la práctica de la sutileza en un mundo bárbaro". Curiosamente, la poesía que él rescató estaba hecha por seres que los conquistadores españoles consideraban "bárbaros". Ironías de la historia, la civilización que Cortés aniquiló, el imperio mexica, no estaba menos desarrollada en la organización de las cosas y las gentes, ni en la belleza de los edificios o de los cantos. La capital administrativa, Tenochtitlan, resplandecía entre brazos de agua como una pequeña Venecia ante los asombrados, pero no por ello menos codiciosos, soberbios españoles.

La poesía era cosa de los Tlamatinime, que no significa sabio exactamente, sino, literalmente, los que saben algo, personas especiales que están alojadas en un terreno intermedio, entre los mundos que habitan los dioses y los seres humanos, el mismo que Heidegger otorgaba a los poetas tomando como modelo a Hölderlin. Claro que ese "no lugar" nada tenía de paraíso, sino de duro purgatorio donde se sufre tanto la ausencia del pueblo como de los dioses, algo que, por otro lado, ayuda a comprenderlos y valorarlos mejor.

La poesía era "flor y canto". Era belleza, pero rellena de pensamiento. No podía ser banal, frívolo juego de palabras. Los poetas eran filósofos, desafiando la intuición de pensadores como Schopenhauer, para quienes ambos géneros son incompatibles. Los filósofos reyes, como Nezahualcóyotl, que desde Texcoco regentaba la cultura del imperio, practicaban la poesía. León Portilla era un filósofo humanista al estilo de Martin Heidegger o Roland Barthes, capaces de ver y de hacer ver el papel de la poesía en la vida humana, algo que solo las grandes mentes pueden hacer, por encima de los propios poetas, a quienes la poética se les escapa entre los dedos, salvo honrosas excepciones, como Octavio Paz.

Así pues, su muerte no puede considerarse, propiamente hablando, una mala noticia. La muerte no puede ser nunca noticia, es más, es la anti-noticia por excelencia, porque es lo único que sabemos con certeza que va a ocurrir. Tampoco puede ser mala, porque no tenemos conciencia de ella. Es más, puede constituir un alivio, sobre todo para los que "ya la hicieron", como dirían en nuestro querido México, y más aún para León Portilla, quien admitía cargar sobre su espalda "demasiada juventud".

Querido León, "los que saben algo" (Tlamatinime) te saludan:

No acabarán mis flores,

no cesarán mis cantos.

Yo cantor los elevo,

se reparten, se esparcen.

Aun cuando las flores

se marchitan y amarillecen,

serán llevadas allá,

al interior de la casa

del ave de plumas de oro.

(Cantos de Nezahualcóyotl. La tinta negra y roja. Antología de poesía náhuatl)

Fernando Gil Villa, catedrático de Sociología y poeta

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