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Contra la desmemoria republicana, “archivos vivientes” (5): Emilio Hernández Rivero
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SECUELAS DEL FRANQUISMO (XLII)

Contra la desmemoria republicana, “archivos vivientes” (5): Emilio Hernández Rivero

Actualizado 22/02/2018
Silvia Herrero Mateos

Nació en Casillas de Flores el día 5 de abril de 1928, siendo el segundo de una fratría de ocho hermanos

Contra la desmemoria republicana, “archivos vivientes” (5): Emilio Hernández Rivero   | Imagen 1Emilio Hernández Rivero nos ha abierto el archivo de su excelente memoria y de su domicilio en Ciudad Rodrigo desde 2006. Nació en Casillas de Flores el día 5 de abril de 1928. Sus padres se llamaban Francisco Hernández González y Santiaga Rivero Hernández. Era el segundo de una fratría de ocho hermanos, aunque solamente recuerda los nombres de los que llegaron a la edad adulta: Ramón (1925, tuvo una meningitis a los 6 años y murió de 20), Emilio (1928), Ángela (1931) y Aurora, actualmente residente en San Sebastián. Desde el año 2010 vive en el Centro Residencial Caracillo (Ciudad Rodrigo, carretera de Béjar, km. 94,700), donde fue entrevistado el día 1 de diciembre de 2017.

Hasta los diez años Emilio Hernández vivió en Casillas de Flores, donde asistió a la escuela, con provecho, pues aprendió a leer, escribir y contar con soltura. Tenía ocho años cuando estalló el Movimiento y vivió de cerca la agonía de un familiar ejecutado en una detención sangrienta, Felipe Rastrero Antúnez, en parte conocida gracias precisamente a su testimonio (Iglesias, Represión franquista: 1.2.3; "Secuelas vigentes del franquismo" del 27/04/2017). Su información de entonces no alcanzó a todos los efectos perversos de la persecución de Felipe, en la que se vieron gravemente afectados también dos de sus hijos, José y Manuel Rastrero González, aunque no perdieran la vida entonces. En cambio, Emilio guarda fresco el recuerdo de aquella experiencia temprana. Los falangistas fueron a registrar la casa de Felipe, exigiendo la entrega de una bandera del partido socialista. No la encontró, o no la quiso entregar. Los victimarios le dispararon a las piernas cuatro o seis tiros, y se fueron a comer "donde Gonzalo el del Bar de la Plaza", con la amenaza de volver y matarlo si no entregaba dicha insignia. El herido se desangraba, y sus familiares lo vendaron y lo metieron en la cama. La esposa mandó al informante, sobrino suyo, a buscar al médico, que no quiso acudir. Y Felipe fue rematado por los matones en su propia casa delante de la familia. Esta víctima estaba emparentada con otro informante, Vicente Carballo, que globalmente corrobora la versión de Emilio (CdF 2008).

Este informante ha estado atento a la transmisión oral de la represión vivida en su entorno local y comarcal, según la cual en la eliminación de este y otros vecinos habrían participado falangistas de Casillas de Flores, que también actuaron en los asesinatos cometidos en Fuenteguinaldo y en los conatos de Navasfrías en las primeras semanas de agosto de 1936. Había una copiosa "lista" de víctimas elegidas, que habría aligerado el sargento de la Guardia Civil de otro pueblo, por estar casado con una mujer de Casillas y ver en el listado el nombre de un cuñado suyo en tercer lugar, y al final varios sacados se librarían en el viaje macabro, porque quienes los llevaban los habrían dejado escapar, aunque esto solo es conjetura. El octavo lugar de la nómina lo ocupaba el propio padre del informante, Francisco Hernández, a quien, por aquellas fechas, un tal "Gallina le metió la escopeta en la boca", en presunto simulacro de ejecución. Otro día se salvó de lo peor, gracias al aviso de una persona recientemente fallecida, compañera de la infancia y vecina de Emilio, de nombre Ángela. Cuando volvía del trabajo con su padre les dijo que "los estaban esperando a la puerta los falangistas". Francisco tuvo que esconderse cerca de la frontera portuguesa con un hermano suyo, llamado Ángel, y dos primos. El propio informante les llevaba la comida, después de que gente amiga, en un carro de vacas, condujera a la madre y otros tres hijos, el mayor de ellos enfermo de meningitis (supra), a las Cuestas de Alberguería de Argañán. A pesar de la tremenda paliza, Emilio no reveló el paradero desconocido para los perseguidores, que terminarían por enterarse y fueron a buscar a los fugitivos "cuando estaban trillando". El dueño de la finca se interpuso. Y esta persona perseguida acabó de pastor del conde de Montarco (Eduardo de Rojas Ordóñez), dueño de Sageras, aunque esto sería más tarde, después de la guerra, cuando el informante tenía 14 años (1942). Francisco Hernández iba con las ovejas paridas y su hijo ayudaba, yendo con las machorras.

A partir de los 10 años, Emilio siguió la carrera de los niños y adolescentes pobres de este territorio, sirviendo a diversos amos por la comida y poco más (la cagada de lagarto). Empezó cuidando cabras en una finca de Puebla de Azaba, donde era criado su padre, al servicio de Guillermo Montero, que era de los que habían tratado de implantar allí el partido de Unión Republicana. Emilio ya no regresaría a Casillas de Flores, donde "había falangistas muy malos", que en la época de la persecución del padre obligaron a "la abuela María" y a otras personas mayores que trabajaban en las eras a cantar el "Cara al sol", como solían hacer aquellos bárbaros cuando no recibían encargos macabros. No tendría que viajar mucho para encontrar señores a quien servir, como Ángel Plaza, de quien fue criado en Sexmiro, hasta el servicio militar. Entonces empezó de verdad a recorrer mundo, pues lo destinaron a Melilla y después a Alcalá de Henares, en el Regimiento de Caballería, nº 14.

En 1954, de 26 años, se casó en Castillejo de Azaba con Antonia Mateos García. Como no podía ser menos, lo hizo "por la iglesia", aunque no con asistencia del párroco del lugar, sino de uno de Puebla de Azaba, porque con el primero no quiso entrar en detalles sobre "lo que hacía o dejaba de hacer con la novia", una información que a juicio de Emilio no era pertinente para el caso. Al cabo del tiempo una monja, prima de su mujer, le ha explicado que "todos los curas no son malos". Y él admite que puede tener razón. Pero después de aquel episodio quedó vacunado, así que no ha vuelto a confesarse y en la residencia no suele ir a misa. Recuerda con cariño a Antonia, de quien se ocupó durante la larga enfermedad de la que falleció (2011), a los 81 años, en un hospital de Salamanca.

A pesar de su carácter templado y pacífico, desde joven Emilio nunca tuvo relaciones fluidas con las autoridades religiosas y civiles de la España franquista. Si con el párroco local se atascaron en los prolegómenos de su matrimonio, con el alcalde se echaron a perder poco después de la boda, según cuenta. "Volvía de arar con su suegro, y la mujer le dice que el señor Justo le manda ir a su casa. Iba a venir el Caudillo a Ciudad Rodrigo a inaugurar un pueblo que han hecho. Hay que traer las camisas". Se trataba de disfrazarse de falangista y participar en la acogida masiva y "espontánea" de Franco, el colonizador de las riberas del Águeda, que, después de una novedosa y gloriosa travesía fluvial, recibió una ofrenda verbal, algo redundante, prosaica y ramplona, pero grabada en una placa para imborrable memoria (hasta ahora): "Franco / Caudillo de España / al visitar el día 9 de mayo de 1954 las zonas de / riego del Águeda inauguró este pueblo que como modesta / ofrenda al jefe del Estado lleva el nombre de / Águeda del Caudillo / en prueba de gratitud por sus constantes afanes colonizadores".

Emilio no quiso ir a hacer bulto en aquella pantomima, y por ello se quedó en paro forzoso, sin que le sirviera de mucho el tardío recuerdo de una lapidaria frase de su madre: "Nunca hay mejor palabra que la que hay por decir". Y como tampoco había tenido nunca otros recursos que sus manos, siguió la corriente migratoria, dejando de lado la opción del contrabando, al que iba mucha gente en la Raya para tratar de sobrevivir. De hecho algunos quedaban cojos o mancos en la empresa e incluso perdían la vida a manos de la Guardia Civil, como en Casillas el hermano de una vecina suya.

El 12 de octubre de 1955 ("fiesta de la Guardia Civil", o "Día de la Hispanidad) se fue al País Vasco, en compañía de un vecino de Ituero de Azaba, ya fallecido, pero sin la compañía de su esposa, Antonia. Iban con cuenta de pasar a Francia, pero no fue así. Emilio se quedó en Herrera (barrio de San Sebastián), trabajando en la misma empresa de metalurgia durante 30 años. En Guipúzcoa no había nadie de su familia, pero sí muchos amigos de Casillas de Flores. Antonia emigró más tarde, contribuyendo a la economía doméstica con el cuidado de niños ajenos, pues el matrimonio no tuvo descendencia.

La convivencia de los recién llegados, procedentes de un medio rural agrícola, con la población obrera, inmersa en un entorno industrial, no planteó mayores problemas. A los primeros no les sentaba muy bien que la gente de allí los llamara Manchurrianos, no se sabía por qué, aunque lo achacaban a que la señal más visible de la identidad de estos emigrantes eran "los pantalones rotos". Sin embargo, tal vez habría un complejo y nada caritativo juego de palabras, entre nombres de referencia asiática combinados con topónimos y gentilicios lúdicos alusivos a la procedencia extremeña, mayoritaria, de la población foránea: Manchurianos (de Manchuria como alternativa de La Siberia, comarca de Badajoz), Coreanos o Corianos (por la casi homonimia entre Coria y Corea, nombre muy sonado por la guerra de este país entre 1950 y 1953). El mismo etnónimo Cacereños arrastraba ya una connotación denigrante en los años sesenta (recuérdese la novela Cacereño de Raúl Guerra Garrido).

Emilio mantiene un buen concepto de los vascos, a pesar de un contexto alterado con el tiempo por las actividades de ETA. Se sentía solidario con los objetivos de la clase obrera ("luchábamos todos contra el Régimen") en la fábrica de San Sebastián donde trabajaba, pero tuvo algún desencuentro con quienes tenían otros objetivos políticos. Así, cuando la Policía detenía a un vasco por presunto activismo terrorista, los nacionalistas "sacaban" a los obreros para las manifestaciones o las huelgas, lo que el informante solo entendía a medias, dado que "eran asuntos suyos, de los vascos", en los cuales no se sentía implicado. Él había sido simpatizante del Partido Comunista y después del Partido Socialista, pero ante todo era militante sindicalista, de Comisiones Obreras o de la UGT.

Un día la cosa estuvo a punto de acabar mal, porque los ugetistas, dolidos por la falta de solidaridad de los sindicatos nacionalistas con motivo del secuestro y asesinato de José María Ryan, ingeniero de la central nuclear de Lemóniz, atribuido a ETA (06/02/1981), se negaron a "salir" cuando fueron solicitados por los segundos ("si no van ellos, tampoco vamos nosotros a lo suyo"). Los "otros" les tiraban piedras, arandelas. Emilio se quedó trabajando con otros siete u ocho obreros, y le pegó a uno porque paró la máquina. Chorreaba sangre por la nariz. Gritaban: "Mátalo". Y él no sabía contra quién iba el grito. Es un recuerdo triste. Al final, la sanción fue para el otro. Pero no terminó ahí la cosa. Un comando quiso secuestrar al dueño de la fábrica, Narcís Elorriaga, a quien "estaba esperando" una mañana, pero quien llegó antes fue el ingeniero. Lo tuvieron secuestrado nueve días. Esta circunstancia motivaría el desplazamiento del dueño a Barcelona, con lo cual la empresa (se fabricaban contadores de agua para América) se vino a pique. En consecuencia, Emilio y otros obreros recibieron la jubilación anticipada.

Esta fue resultado de una ardua conquista; un final feliz que Emilio ni en sueños hubiera previsto treinta años atrás. Todo el trabajo antes de emigrar al País Vasco no contaba para nada. Hasta entonces no tuvo seguro de enfermedad, ni vacaciones pagadas, ni nada por el estilo. Los amos en el pueblo contrataban de san Pedro a san Pedro, o por jornales; el obrero agrícola ponía el sufridero, aceptaba o "se quedaba con el culo al aire". Por ello se siente orgulloso de su balance de vida laboral, de su participación en la brega sindical, con delegación asumida de un modo responsable, sin violencia. Conoció muchas huelgas duras, una de las cuales duró quince días. Él se implicó a fondo para que todos los empleados, incluidas las mujeres, tuvieran derecho en el reparto de beneficios ("50 pts para hombres y mujeres", pero solamente les prometieron 35 pts, y los sindicalistas aceptaron). En 1962 firmaron un convenio y algunos empleados lo acusaron de "haber cerrado el abanico", y lo querían "calentar", pero él se explicó, recordando que "la cesta de la compra vale para todos igual".

El miedo fue la tónica general durante el franquismo, reconoce Emilio, que entonces no se arrugó ni ha sacado pecho después. Participaba en las reuniones políticas y sindicales, forzosamente secretas al principio; pero los apuros siguieron existiendo después. Una vez se vio obligado a quemar ejemplares de Euskadi obrera en el váter, cuando entraron guardias civiles en la fábrica. Simple y llanamente considera que aquellos años de entrega a la conquista del bien común, a pesar de los sacrificios, fueron la mejor etapa de su vida: sentirse solidario, "aunque tuviera que poner dinero de su bolsillo". Daba 20 duros todos los meses para entregar al tesorero de Comisiones Obreras. Tenía que organizar la célula. Recuerda que en el asunto de Roberto Cámara Urquijo (¿?) hubo tres de Comisiones Obreras en la cárcel convento de Zarauz. Se recaudaban fondos para las familias de los presos, para dar 1.000 pts a la semana. Lo que él decía se hacía, "si te lo mandan no es igual".

Emilio y Antonia se volvieron del País Vasco a Ciudad Rodrigo en 1986. Compraron piso. Allí vivieron en solidaridad con un sobrino carnal de Antonia, como si fuera un hijo, Antonio Mateos García, que se casaría y les daría, por así decir, la nieta que hubieran deseado tener. Pero la dicha no fue de larga duración, pues Antonio falleció en extrañas circunstancias, dejándoles en tácito legado la custodia de una viuda joven y una niña de pocos años. Parte de este legado fue también el compromiso que Antonio había asumido en la recuperación de la memoria histórica de la comarca. Emilio nunca ha fallado en esta tarea, cumplida con generosidad, seriedad, constancia y eficacia hasta el día hoy, incluso en la Residencia de Caracillo, donde disfruta de todas sus facultades mentales.

Gracias, amigo.

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