Mañana se entregan los Premios Princesa de Asturias. En la capital del principado, núcleo de la Reconquista, se darán cita científicos, poetas, artistas, cómicos, representantes de instituciones y los embajadores del mejor equipo de rugby del planeta, los All Blacks de Nueva Zelanda, una marca que rebasa las fronteras del deporte, un icono reconocible en todos los rincones del planeta y una cultura que, aunque de origen maorí, es esencialmente mestiza.
Es este un reconocimiento merecido, que podía haber llegado en cualquier momento, quizá tras la consecución del segundo mundial consecutivo en 2015, pero también en plena crisis de identidad en el período 2003-2007. Y es que la selección de rugby neozelandesa se eleva por encima de los resultados, aunque el drama siga a la derrota y corra la cerveza para celebrar los triunfos. Los All Blacks son Esparta y Atenas al mismo tiempo, ejemplo de disciplina y rigor estoico, pero también de virtuosismo moral. Ser un All Black implica soportar el peso de una tradición que se inicia en la época victoriana, cuando el combinado de rugby hacía largas giras para mostrar sus talentos por Oceanía y Europa. Ser un All Black supone heredar el número de un compañero y el de todos los que lo vistieron antes y entrar en una comunidad que se mantiene unida a base de respeto a las jerarquías y a la historia de la institución.
Por todas estas circunstancias, este premio es también un galardón al deporte, a sus modos de hacer tan propios e incompatibles, muchas veces, con la deriva hedonista en la que nos hallamos. Cuando toda actividad física tiene que tener una finalidad ulterior relacionada con la salud y el bienestar físico o emocional, o proporcionar un disfrute inmediato y poco exigente, el premio a los All Blacks rescata del ostracismo social la consideración más primitiva del deporte, esa en la que el disfrute solo puede venir de un ejercicio de concentración máximo, de un esfuerzo por encima de los umbrales del dolor y de un concepto de equipo que expulsa actitudes egocéntricas.
Además de fusionar escuelas de pensamiento, modos de hacer y de vivir, los All Black también representan un híbrido casi perfecto entre la costumbre y la modernidad. Sin renunciar a empezar los partidos con una danza tribal, el equipo neozelandés no dudó en asumir las aportaciones de profesionales de la psiquiatría y la psicología clínica para hacer frente a la presión que genera el deporte de alta competición. De igual modo se sirvieron de una metáfora extraída por el entrenador ayudante en una visita a un teatro londinense para mejorar la efectividad de su defensa. Desde entonces "la plaga negra" recorre Europa asolando sus campos de rugby, subyugando a los descendientes de aquellos que llegaron a sus pagos y los trataron como si fueran tierra virgen e inexplorada, ignorando que allí ya había pueblos asentados viviendo en plena armonía con la naturaleza. Pueblos que, de la necesidad supieron hacer virtud y que, tras las afrentas, han visto perfeccionadas sus excepcionales cualidades. Sirva este premio como prueba del retrocolonialismo. O del karma.
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