Domingo 23, ciclo A: Mt 18, 15-20. Este evangelio define la esencia de la Iglesia en forma la comunidad de aquellos que se reúnen, se organizan, oran a Dios y se aman en nombre (a ejemplo, con la fuerza) de Jesús.
En domingo anteriores he venido comentando la autoridad y servicio de Pedro (con la de Pablo, Santiago, Magdalena...), desde una perspectiva marcada por la influencia de los grandes líderes. Pero la esencia de la iglesia no la definen los líderes, sino la propia comunidad, que aparece así, de forma autónoma, como "espacio de Dios", fraternidad mesiánica en el mundo, como ha puesto de relieve este evangelio.
Desde aquí pueden sacarse algunas consecuencias básicas:
a. Cada comunidad es Iglesia uniéndose en nombre de Cristo, orando a Dios Padre y resolviendo por sí misma sus problemas (sin duda, en comunión con otras iglesias); ninguna iglesia es sucursal de otras, ni es colonia de otras más grandes. Cada una es signo y presencia de Jesús en la tierra.
b. Las comunidades cristianas se vinculan entre sí, porque las une el mismo Cristo y porque en ellas se invoca al mismo Dios; pero cada una tiene su propia vida, siendo así un espacio mesiánico de amor mutuo y de esperanza mesiánica, cada una es independiente, sin necesidad de referendum ni ley de autonomía.
c. Cada Iglesia es responsable de su propio camino de oración, comunión y decisión, de forma que ha de tomar con responsabilidad sus sus propias decisiones y crear sus instituciones, desde el diácono y los presbíteros al propio oispo.. Ni el amor, ni la toma de conciencia de "estar en Cristo", ni la solución de los posibles problemas (de fraternidad, de sacramentos...) pueden delegarse en otra comunidad más alta, aunque todas son solidarias y se unen entre sí por el mismo Cristo
d. Esta forma de entender las iglesias concretas y la comunión de todas en la Iglesia de Cristo ha sido formulada por Mateo, pero responde igualmente a la teología y experiencia de Pablo. Por razones de comodidad y de imitación política a las estructuras del Imperio, las iglesias posteriores han tendido a crear iglesias jerárquicas, con subordinación de unas a otras.
Hoy debemos volver en esto al evangelio, porque no nos vale el esquema romano de imperios y órdenes jerárquicos, pero tampoco el esquema de las multinacionales, por mucho que queramos al Papa Francisco y nos sintamos contentos de que sea Papa.
-- El Papa no es el Presidente y Director General de una gran multinacional religiosa, de forma que él no tiene todo el poder (la autoridad es Cristo: Mt 28, 16-29), y tiene la exclusiva de "las patentes" de la Iglesia Católica.
-- El Papa no tiene un "Supervisory Board", ni un Consejo de Ministros (con autoridad colegiada...,ni los Concilios pueden actuar como "Órganos Supervisores"... ni siquiera como un "Organismo consultor".
-- La única autoridad de la Iglesia es la misma comunidad, como declara este evangelio... De esa forma, cada comunidad es presencia del Cristo... aunque es muy bueno y necesario que haya representantes de las comunidades (obispos...) y un Papa como signo de unidad y comunión (no como un poder paralelo y/o superior).
Esta imagen del Papa como Gran Jefe de la Gran Multinacional Católico-romana no responde a la esencia de la Iglesia, aunque a veces ella pueda dar esa impresión. La Iglesia universal no es una Multinacional (Christ Corporation HN), sino una comunión de comunidades, y el Obispo de Roma, llamado cariñosamente Papa (como cualquier vecino papa), representa la comunión de todas las iglesias; no está para suplantar la autoridad de las comunidades concretas, sino para garantizarlas. Buen domingo
Texto. Mt 18, 15-20
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
--Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos. Si te hace caso, has salvado a tu hermano. Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos. Si no les hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un gentil o un publicano.
-- Os aseguro que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo.
-- Os aseguro, además, que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre del cielo. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos."
1. Introducción Autoridad y diálogo: lo que atareis en la tierra...
El evangelio de Mateo valora a los escribas-sabios, que interpretan la ley, en clave de evangelio, y también a los buenos profetas. Pero siente prevención contra aquellos carismáticos profetas, que ponen sus dotes al servicio del propio egoísmo: lógicamente, en cuanto tales, no pueden dirigir la iglesia ¿Quién lo hará?
¡La iglesia debe dirigirla la misma comunidad reunida!
Al formular este principio, el Jesús de Mateo ha seguido así la mejor tradición del judaísmo: no ha creado nuevos "ministerios", pues acepta y despliega, en forma cristiana, el ministerio del diálogo fraterno, que aparecía ya en el judaísmo.
Precisando el tema, podemos afirmar que Mt 18, 15-20 aplica a la comunidad unas palabras que Mt 16, 17-19 atribuía a Pedro quien, como hemos visto, ha sido el buen escriba, fundamento o roca duradera de la iglesia. Pues bien, esa función de Pedro han de cumplirla luego, día a día, las iglesias particulares, resolviendo de manera dialogada sus posibles disensiones, conforme al principio de Hech 15, 28: "nos ha parecido al Espíritu Santo y a nosotros".
2. Mt 18, 15-17. Pertenencia eclesial: los límites de la comunidad.
El pasaje que sigue refleja el comportamiento de la iglesia ante un miembro que peca (rompe su armonía). El tema y método seguido se parece al de otros grupos judíos del tiempo, por ejemplo el de Qumrán; pero en Qumrán decide una instancia jerárquica especial y bien organizada de sacerdotes miembros perfectos; en Mt, en cambio, decide la comunidad reunida:
1. Y si tu hermano peca contra ti, ve y repréndele a solas;
si te escucha, has ganado a tu hermano.
2. Si no te escucha, toma contigo a uno o a dos, pues
todo problema se resuelva por dos o tres testigos.
3. Y si no les escucha llama a la iglesia y si no la escucha, sea para ti como gentil y publicano (18, 15-17)
((Formulación hipotética (no apodíctica) de perdón y exclusión comunitaria, con cita de Dt 19, 19. La iglesia o comunidad cristiana aparece con autonomía jurídica: independiente de la sinagoga. Fuera de ella quedan el gentil y publicano, es decir, aquellos que en terminología judía, ni pueden participar en la vida del pueblo de Dios)).
La comunidad reunida es instancia suprema: acepta en su seno a quienes creen en Jesús y dice que no forman parte de ellas quienes rompen la unidad fraterna. Así establece Mt el "derecho" de la Iglesia para instituirse como grupo autónomo y visible.
El orden seguido es propio de una comunidad judeo-cristiano, pues define a los de "fuera" en términos contrarios a Jesús, que acogió a los publicanos (y gentiles) como elegidos de Dios (cf. Mt 21, 31), tal como sabe el mismo Mt al concluir su evangelio con una palabra de envío y llamada universal (cf. 28, 16-20).
Pues bien, en contra de Jesús, este pasaje parece volver a un esquema sacral legalista, que Jesús había superado, de manera que gentiles y publicanos aparecen como excluidos de la sinagoga (iglesia): son extraños al pueblo (gentiles) o pecadores (publicanos), en la línea de lo que J. Ratzinger llamaba la iglesia qumramita (cf. post de ayer, con . F. García, "La reprensión fraterna en Qumrán y en Mt 18, 15-17", en Id., Los hombres de Qumrán, Trotta, Madrid 1993, 257-272).
Mt ha utilizado este lenguaje escandaloso, en línea de tradición judía, para expresar de manera paradójica una experiencia que resulta también esencial en la iglesia: ella no puede mantenerse como instancia mesiánica ni ofrecer una misión universal, si no mantiene su propia identidad, trazando los límites de lo cristiano y distinguiendo a los que aceptan su gracia de aquellos que la niegan, rechazando el perdón y gratuidad de Dios.
3. Dentro y fuera de la Iglesia. La primera ortodoxia práctica
Esta es la primera declaración de ortodoxia práctica de la iglesia:
son comunidad quienes perdonan y se dejan perdonar;
pero quienes niegan el perdón se alejan de ella.
Este es el límite del mesianismo, la impotencia de la gracia misteriosa de la gracia: quienes excluyen a los otros (pobres y pequeños) se excluyen a sí mismos de la comunidad. Precisamente para abrirse a todos los humanos, la iglesia ha de cerrarse a quienes niegan su apertura.
Esta paradoja estaba implícita en todas las reflexiones anteriores. Pero aquí ofrece una novedad: la iglesia es capaz de regularse y crear comunión desde la autoridad de perdón del evangelio. De esta forma se identifican el centro y la frontera instituyente del evangelio.
-- El centro es el perdón siempre ofrecido, por encima de la ley, como gracia fundante.
-- La frontera es la negación del perdón; ella no nace de la iglesia (que no excluya, ni condena), sino del propio "pecador", que al negarse a personar queda fuera de ella.
Mt 16, 18-19 presentaba a Pedro como "roca y rabino primera" de la Iglesia (es decir, de todas las comunidades), pues había interpretado (atado-desatado) los principios de la Ley judía desde Jesús (comparar con 5, 19).
Mt 18, 15-20 se sitúa en un plano posterior (de comunidad fundada) y define a cada iglesia como grupo autónomo, capaz de organizar su vida interna desde los principios del perdón.
Por eso (tras un primer momento fallido de corrección personal o de pequeño grupo: dos o tres), se reúnen los hermanos y deciden sobre la unidad o ruptura eclesial. No apelan a una instancia exterior (obispado, patriarcado, papado), ni dejan el problema en manos de una jerarquía interior (presbíteros, obispo), sino ellos mismos, los hermanos reunidos se muestran instancia suprema.
El texto comienza diciendo si peca contra ti tu hermano, es decir, un miembro de la comunidad. No lo hace de forma intimista, sino poniendo en riesgo la unidad y vida comunitaria, pues el contra ti tiene aquí un carácter colectivo, como interpretan aquellos manuscritos que ponen contra nosotros o vosotros (cf. GNT y NTG). Por eso se instaura un proceso en regla, que permite conocer a quienes forma parte de la comunidad.
El criterio de fondo sigue siendo el evangelio: gratuidad original, superación del juicio, salvación de los pobres y universalidad mesiánica. El método es el diálogo, según el orden descrito: uno a uno, dos testigos, comunidad entera. El proceso de discernimiento resulta doloroso, pero necesario y no puede delegarse, dejándolo en manos de una instancia superior o externa, pues sería como si un matrimonio dejara en manos de extraños la solución de sus desamores.
4. Cada comunidad es autónoma. Tres pasajes clave de Mt
La comunidad cristiana está formada por personas capaces de juntarse y resolver dialogando sus problemas. Esa dinámica dialogal no es fácil y por eso Mt ha tanteado, trazado diversas respuestas que deben tomarse en unidad; dos aparecen aquí (como ley y parénesis eclesial); la tercera es un principio básico del Sermón de la montaña:
(Principio). Si llevas tu don al altar y recuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja la ofrenda sobre el altar, reconcíliate con tu hermano y luego... (Mt 5, 23-24)
(Norma). Si tu hermano peca contra ti, ve y repréndele a solas: si te escucha, has ganado a tu hermano; si no te escucha, toma contigo a otro..., llama a la iglesia (18, 15).
(Parénesis). Le dijo Pedro ¿Señor, cuantas veces puede pecar el hermano contra mí y debo perdonarle? Respondió Jesús ¡Setenta veces siete! (18, 21-22)
((El primer paso ha de darlo el más "piadoso": debe adelantarse a pedir y ofrecer perdón. El culto a Dios se subordina al diálogo humano; la iniciativa parte del orante
Esta ley traza la identidad de la iglesia: sólo pueden formar parte de ella los que ofrecen y acogen el perdón. Quien no lo hace se excluye a sí mismo
Pedro, intérprete de la ley cristiana, aparece aquí como responsable de un perdón que acoge siempre, según muestra la parábola que sigue (Mt 18, 23-35))).
Estos pasajes forman la trama de la gracia y vida de la iglesia.
En el principio está el sermón de la montaña (5, 23-24): no basta perdonar a quien me ofende, hay que buscar la reconciliación de aquel que está ofendido, pues "tiene algo contra mí".
Al final hemos puesto la parénesis (18, 21-25), que pide a los cristianos que perdonen siempre, dentro de la iglesia.
En el centro queda la norma (18, 15-16), entendida como expresión de una comunidad de personas que ofrecen y reciben perdón.
Esta es la frontera, el límite de gratuidad (perdón) que la iglesia establece precisamente para abrirse en comunión a todos los humanos (cf. Mt 25, 31-45; 28, 16-20): sólo una comunidad de personas que perdonan puede ofrecer perdón universal, por encima de todo sistema partidista o imposición grupal. La frontera de la iglesia consiste en no poner fronteras, mostrando, al mismo tiempo, que se excluyen y rompen su unidad (salen de la iglesia) aquellos que las ponen, los que "pecan" y no aceptan reconciliación, los que manipulan la gracia o rompen el amor comunitario.
5. Atar y desatar. Cada comunidad es Papa
Los del "concilio de Jerusalén" habían dicho: nos ha parecido al Espíritu Santo y a nosotros... (Hech 15, 28), sabiendo que el Espíritu santo fundaba y ratificaba su consenso. Mt ha formulado esa experiencia en lenguaje más rabínico, concediendo a cada iglesia aquella autoridad que había desplegado en el principio Pedro (cf. Mt 16, 19):
En verdad os digo: todo lo que atéis en la tierra, será atado en el cielo;
y todo lo que desatéis en la tierra, será desatado en el cielo (Mt 18,18)
Atar y desatar (deô y lyô) expresan lo que ha de hacerse para establecer la iglesia: acoger y expulsar, afirmar y negar, confirmar y abrogar. Los judeocristianos sostenían que nadie puede desatar (lyô) los mandamientos de la ley (5, 19); pero Pedro había recibido las llaves del Reino, como primer escriba, intérprete de Jesús, y así pudo atar y desatar (deô y lyô) en el principio de la iglesia (cf. 16, 18-19).
Pues bien, lo que hizo Pedro (para la iglesia entera) puede y debe hacerlo cada iglesia, avalada por el mismo Cielo, no para fundar una nueva iglesia, que ya está fundada sino para recrear su sentido.
Esto significa que la autoridad fundante no recibe ya un posible obispo, ni siquiera a un concilio de obispos, sino cada comunidad en cuanto tal, esto es, los cristianos reunidos. Ciertamente, ellos podrán nombrar y nombrarán obispos, con la autoridad de Dios; pero estos no pueden separarse de la comunidad que representan y en cuyo nombre actúan.
Signo y presencia de Dios es aquí y para siempre la misma comunidad: el diálogo de amor y comunión de los cristianos instituye y define la iglesia. Por encima de toda jerarquía aislada, sobre todo poder individual que intenta imponerse a los demás, ha establecido Mt el buen principio israelita de la comunión fraterna como revelación y signo de Dios sobre la tierra.
Una comunidad que no es capaz de reunirse, expresando su perdón y trazando sus fronteras-caminos en diálogo gratuito, no es cristiana. Allí donde alguien (obispo o presbítero) sabe cosas que los otros ignoran o resuelve problemas desde fuera, poniéndose sobre el diálogo eclesial, destruye el evangelio. El judaísmo lo sabía (Dios está presente allí donde concuerdan los hermanos), pero corría el riesgo de reducir la comunidad en grupos de puros, centrados en la observancia de la Ley. El evangelio amplia desde Jesús esa experiencia: la comunión humana (donde unos hermanos se reúnen para atar-desatar) es signo de Dios, instancia suprema, verdad dialogal.
6. Donde dos o tres concuerdan: ¡Cada comunidad es presencia de Dios!
Esta es la experiencia clave de la iglesia, este su razonamiento y su dogma inicial, que no se expresa de manera abstracta (a través de un puro racionalismo crítico), sino como gracia ofrecida por Jesús, asumida y cultivada en las comunidades. Esa verdad eclesial de Jesús se identifica con el mismo diálogo comunitario y no puede delegarse en manos de ningún organismo o sistema.
Esto significa que la comunidad eclesial no puede confiar ningún tema básico de amor-acuerdo comunitario a una persona superior (obispo o papa), pues al hacerlo se negaría a sí misma: dejaría de ser comunión personal y se volvería sociedad o sistema dirigido desde fuera. La esencia de la iglesia es el amor dialogal, la fraternidad de aquellos que son capaces de abrirse, acogerse y perdonarse unos a otros. Así continúa el texto:
En verdad os digo: si dos de vosotros concuerdan,
sobre cualquier cosa que pidan en la tierra,
les será dado por mi Padre que está en los cielos (Mt 18, 19).
((El mismo amor mutuo, expresado en forma de concordia (=sinfonía), es oración que Dios Padre escucha)).
Así ha fijado Mt la verdad y acción comunicativa, que se fundamenta en el Padre del cielo y se identifica con Jesús, que se define como Dios con nosotros (cf. Mt 1, 23; 28, 10).
Esa comunión fraterna no brota de un esfuerzo (no es resultado de obras, que pueden regularse por ley), ni se organiza en un sistema judicial, sino que emerge y se cultiva en forma de oración contemplativa: es don del Padre, presencia compartida de Jesús. La autoridad suprema de la iglesia es la misma oración del amor mutuo, la contemplación comunitaria que se expresa allí donde concuerdan dos o tres (symphônein), pues el mismo Dios Pare avala su plegaria.
Esta es una comunión orante: los hermanos descubren su necesidad ante Dios y se vinculan en plegaria. Esta es una comunión expansiva, que se abre los hermanos, que han de ser al menos dos o tres, según la tradición judía (Mt 18, 16.19. Cf. Dt 19, 15). En un primer momento, ellos no intentan resolver problemas, disensiones o pecados, sino simplemente vivir y formar comunidad ante Dios o desde Dios, hacerse iglesia, presencia compartida de Jesús, pues se reúnen en amor y gratuidad y les escucha el mismo Dios, de forma que alcanzan lo que piden. Sólo en un segundo momento se puede volver al tema anterior, descubriendo el carácter vinculante de esta plegaria:"lo que atéis, lo que desatéis... (18,18).
7. Cada comunidad es Cristo
La segunda parte del texto aplica y explica esta experiencia en forma cristológica, diciendo donde estén dos o tres reunidos en mi nombre allí estoy yo... Está Jesús como autoridad pascual (Emmanuel, Dios con nosotros: Mc 1, 23) allí donde sus discípulos extienden su discipulado hacia los pueblos de la tierra (Mt 28, 20) y dialogan entre sí (18, 20). Por eso, el vicario de Cristo no es una autoridad aislada (papa, obispo, presbítero), sino la misma comunidad reunida, en sinfonía de oración y acción fraterna. Ciertamente, hay ministerios (doctores, profetas, escribas: cf. Mt 23, 34), pero a este nivel no hace falta citarlos: la misma comunidad, reunida en oración, en nombre de Jesús, es autoridad suprema.
Porque donde se reúnen dos o tres en mi Nombre,
allí estoy Yo en medio de ellos (18, 20).
((El Nombre o Poder (=Espíritu) de Jesús se expresa en la comunidad))
Amor y oración no se pueden delegar, pues son esencia de la vida, verdad de los creyentes. Tampoco puede delegarse la fraternidad, dejándola en manos de instancias superiores, pues entonces surge un sistema sacral (o una sociedad), no la comunión personal de la iglesia. Por eso, cada comunidad cristiana, en diálogo con otras, puede y debe organizarse a sí misma, pues los mismo hermanos reunidos en nombre de Jesús y desde el Padre son autoridad para admitir nuevos miembros, celebrar la eucaristía y declarar, si fuere necesario, la ruptura de aquellos que se excluyen a sí mismo, pues no quieren ser iglesia (no aceptan el perdón), recorriendo para ello los caminos adecuados.
Todos los temas que cierta iglesia posterior ha reservado para obispos o papas (desde la ordenación ministerial hasta la disciplina de los matrimonio) serían para Mt 18 objeto y contenido de una autoridad comunitaria, que no pueden delegarse. La iglesia posterior se ha vuelto sistema sacral muy eficaz, organizado de forma unitaria (jerárquica), pero ha perdido esta raíz fraterna y evangélica de Mt, que está en la línea de lo que está empezando a realizar también (a finales del I dC) el judaísmo de la federación de sinagogas.
Ciertamente, las iglesias forman la única Iglesia de Jesús, fundada en la Roca de Pedro (cf. Mt 16, 18-19), pero cada una es campo de fraternidad completa, capaz de acoger nuevos miembros y vivir con ellos en gratuidad y comunión personal. Devolver a cada iglesia su autoridad creadora y es un elemento esencial de la reforma evangélica de la Iglesia.
Por situarse en el centro de Mt 18, nuestro pasaje (18, 15-20) sigue recordando que la autoridad de la comunidad resulta inseparable del valor de los pequeños-excluidos (18, 1-14) y del perdón universal (18, 21-35). Al servicio de aquellos que el sistema rechaza y como sacramento de gracia (no para imponerse sobre nadie) ofrece la iglesia su experiencia de fraternidad. Lógicamente, Mt se sitúa en un contexto judío, asumiendo y desarrollando, en clave mesiánica, un camino que está explorando la federación de sinagogas.
Frente a esa experiencia dialoga mesiánica ha desarrollado la iglesia posterior un tipo de lógica imperial unificada (en la línea del Imperio romano) vinculada al pensamiento jerárquico del platonismo y propia de la administración romana, que regula desde arriba la vida de las comunidades.
El evangelio, que debía ser lugar de gratuidad y espacio de comunicación personal para todos los creyentes, se ha vuelto sistema religioso, dominado por expertos o jerarcas, de manera que el conjunto de los fieles dejan ya de ser agentes y se vuelven receptores pacientes de una gracia ofrecida desde fuera.
Una iglesia "perfecta", administrada de forma impecable pero desde fuera (sin que sus miembros sean responsables), se volvería satánica (cf. Mt 4), dejaría de ser evangélica.
La autoridad cristiana no deriva de una razón abstracta, que vale en general y se desliga del recuerdo de los oprimidos y excluidos (cf. Mt 23, 35), como quiere cierto racionalismo crítico moderno. Tampoco proviene de un talión, que perpetúa la venganza, ni suscita una jerarquía sistémica perfecta, que mantiene a los demás como aprendices (discentes), que escuchan y acogen algo que llega de fuera. En la base de la autoridad cristiana ha colocado el Sermón de la Montaña el perdón y la superación del juicio (cf. Mt 5, 43-48; 7, 1-3). En el centro pone Mt 18 la comunicación personal de los creyentes .
La verdad del evangelio se identifica con la misma comunicación universal y transparente (gratuita) de los fieles, en gesto de apertura hacia los necesitados o excluidos del sistema. No hay autoridad extra-territorial, fuera del diálogo creyente, propio de personas especialmente delegadas para ello (obispos o presbíteros). Los ministros de la iglesia no tienen un saber o poder distinto, sino que expresan desde el Cristo, Palabra de Dios, la palabra del diálogo comunitario. Postular, pues, un poder fuera (por encima de ese diálogo) significa recaer en un paternalismo autoritario, quizá de tipo platónico o neo-platónico, pero exterior al evangelio mesiánico y trinitario.
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