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El Jueves de Corpus brillaba más que el sol
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El Jueves de Corpus brillaba más que el sol

Actualizado 16/06/2017
Eutimio Cuesta

El Jueves de Corpus brillaba más que el sol | Imagen 1

En todas las mayordomías, el cohete anuncia algo grande y solemne, pero, es, precisamente, en la función del Señor, cuando lo majestuoso, el sentimiento religioso, el ritual y el boato externo alcanzan lo sublime. Hasta la música de Pachulo marcaba la diferencia.

El Jueves de Corpus era un día brillante, de fiesta, de traje planchado y de traje charro que desafía, con sus filigranas, al astro rey. Elegancia, gracia, garbo y algo de altanería se conjugan para ensalzar la función más importante del calendario litúrgico macoterano.

La mayordomía de Señor dispone de dos varas. A cada mayordomo le acompaña una muñidora y un muñidor, que suelen ser miembros de la familia. Pocas veces, las dos varas se quedan en la misma casa, pero se han dado casos de que una misma familia ha pedido las dos. Lo que sí es evidente es que los compañeros, que así se llaman entre sí los dos mayordomos, se profesan tanto o más afecto que con un familiar. Si uno de ellos reside fuera del pueblo, una vez abandona las maletas, la primera visita es al compañero. No hablemos de las bodas o de cualquier otro acontecimiento familiar: la primera invitación es para el compañero.

La función del Señor mantiene en jaque a los mayordomos casi todo el año. Los terceros domingos de cada mes, los destinan a la misa minerva. Comienza el tercer domingo de julio con la 'misa nueva'. Se trata de una celebración solemne, con exposición del Señor, y hace unos años, se cantaba en latín; sin embargo, hoy, conserva la misma dignidad de siempre. Al finalizar la misa, se inicia una procesión por el interior de la Iglesia con el Santísimo bajo palio y se canta el "Tantum ergo".

La fiesta se celebra el Jueves de Corpus y el Domingo Sacramento. Se distingue, aparte de su importancia y solemnidad, por el trajín que conlleva. La función se inicia el domingo de la Trinidad, anterior al Corpus. Ese día los mayordomos y muñidores recorren las calles, por donde ha de pasar la procesión, para invitar a un vecino a que instale un altar en que pueda descansar el Señor durante la misma. El acto es muy sencillo: llaman a la puerta, entran con las varas, se arrodillan los visitados y besan la vara que lleva, en la parte superior, la insignia de la custodia. La familia acepta gustosísima y se esmera en preparar el altar con todo primor.

El mismo domingo, antaño, los mayordomos y muñidores, acompañados por los Pachulos, visitaban a los enfermos. La víspera, al mediodía, los muñidores con los músicos, subían a la torre y anunciaban la proximidad de la fiesta con cohetes y interpretando dos canciones; lo mismo hacían por la noche durante el toque de Oración.

El día del Corpus, también antaño, amanecía con galanuras especiales. La casa del mayordomo mayor se despertaba muy temprano: había que preparar el banquete, llevar los asados al horno, extender en las bandejas los bizcochos y roscas, llenar las jarras de vino dorado y clarete; después, los muñidores y muñidoras comenzaban el ceremonial: había que estrenar el traje él y ella, rodeada de damas, se embutía en el elegante y valioso traje de charra: joyas, dengue, los guantes, el pañuelo del moco en la mano derecha. Finura. Gracia. El muñidor, al compás de la dulzaina, sale de casa en busca del muñidor del otro compañero; los dos juntos pasan a recoger a la muñidora; los tres, a la segunda mullidora. Todos juntos, encabezados por los mayordomos y con el acompañamiento de familiares e invitados detrás, a escuchar la santa misa. Ese día se traía un predicador de solera. Después de misa, la procesión. Asistía todo el mundo. El pueblo vibraba con la fiesta. El banquete, el baile?

El Domingo Sacramento correspondía organizar la fiesta al otro mayordomo: los mismos actos, los mismos preparativos, la misma solemnidad; la única diferencia estaba en que la procesión se celebraba por la tarde y alrededor de la Iglesia. Como final, la entrega de varas a los mayordomos entrantes. Un acto lleno de emoción, en el que no faltaban palabras entrañables y alusivas a la Eucaristía.

En la puerta de los mayordomos, dos grandes chopos enramados sombreaban tanta solemnidad y desparpajo ritual.

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