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Un charro en Nueva York
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Del Yeltes al Huebra (Por Paco Cañamero)

Un charro en Nueva York

Actualizado 01/04/2017
Redacción

Junto a una vida rica cargada de éxitos y aclamado en los mejores escenarios del mundo, especialmente de Nueva York, que lo quiso como al más grande de sus hijos -tiene dedicada una calle en Manhattan-, el señor Wences gustaba presumir de su tierra y ta

Wences Moreno ejercía de charro. Charro de Peñaranda condicionó su privilegiada vida y era su mayor orgullo. De ello da fe cuando tras actuar para los presidentes de Estados Unidos y preguntarle al final de qué punto de España era Un charro en Nueva York | Imagen 1natural, se le iluminaban los ojos para decir que de un pueblo al lado de Salamanca llamado Peñaranda de Bracamonte, en el que abrió los ojos a la vida en el seno de una familia de artistas. Si Peñaranda fue su madre y la tierra donde yace para la eternidad, desde luego que en su existencia, también, cobra especial importancia el nombre de Alba de Tormes, el rincón teresiano que frecuentaba al templarse el tiempo, en busca de la paz para cargar las pilas y regresar, al finalizar septiembre a Nueva York para continuar con sus triunfos sobre los más importantes escenarios. Y maravillar a esos públicos con su muñeco estrella, Johnny, a medida que crecía su leyenda como el mejor ventrílocuo. Él que nunca olvidó sus orígenes y siempre llevaba un botón charro prendido en la solapa de la chaqueta.

En las hemerotecas del tristemente desaparecido diario El Adelanto hay recogida una entrevista que le hice al señor Wences -así era conocido- hace ya muchos años, cerca de 25, cuando uno daba acababa de nacer para esta profesión. Fue con ocasión de acudir a Alba de Tormes con Navalón, que fue quien me lo presentó y, tras el saludo inicial, tuvimos el honor de caminar a su lado, en un inolvidable paseo mientras rememoraba parajes de su vida, desde El Espolón hasta el hotel Benedictino, el lugar donde se hospedaba durante las temporadas que disfrutaba de la paz en la villa tormesina. Esa tarde, con su particular gracia desempolvaba sus recuerdos, como su llegada, triunfante, a Peñaranda, su pueblo y se armaba un enorme revuelo a las puertas de la casa de su madre. Una de esas veces trajo un coche de aquellos que denominaban 'haíga' (porque los más pudientes cuando iban a comprarlos decían "me da usted el más grande que 'haíga'). Entonces, las vecinas corrían para saludar al paisano que triunfaba por el mundo, formándose tal aglomeración que un viajante, sorprendido, ante la algarabía le preguntó a una señora que a qué se debía ese tumulto. Y ésta le dijo: "Ha venido de América, Wences, el hijo de la señora Josefa Centeno, donde se ha hecho muy famoso porque habla con el estómago". Entonces, el curioso viajante se quedó callado, la miró y muy serio comentó: "Pobre chico, tan joven y qué desgracia".

Junto a una vida rica cargada de éxitos y aclamado en los mejores escenarios del mundo, especialmente de Nueva York, que lo quiso como al más grande de sus hijos -tiene dedicada una calle en Manhattan-, el señor Wences gustaba presumir de su tierra y también de su poeta más universal. De Gabriel y Galán, cuyas poesías recitaba de memoria en muchas de sus actuaciones y al que, fruto de la admiración, en los primeros días de su regreso viajaba a Guijo de Granadilla para rezar en su tumba.

Y si Salamanca era su madre, Gabriel y Galán su estímulo, los toros fueron su pasión. Por eso siempre tenía presente los días de su juventud cuando nació su vocación torera al calor de una España dividido bajo el entusiasmo de Joselito y Belmonte. Después, el señor Wences continúo amando la Fiesta, que para eso fue su primera ilusión, la misma que volvió a florecer mediada la década de los sesenta cuando Flores Blázquez, de La Nava de Sotrobal y además muy vinculado a Alba de Tormes se convirtió en novillero de postín.

Esta mañana primaveral de marzo surge este recuerdo cuando leo que Salamanca celebró el miércoles un acto protagonizado por Jorge San Román junto a Tomás Hijo para recordar la figura de Wences Moreno. Por esa razón desempolvo una vez más mi fascinación sobre este salmantino universal y dentro de unas semanas, cuando ya rompa la primavera y pase por Peñaranda pararé para rememorar su amistad en el lugar donde duerme el suele eterno este personaje que fue el mejor ventrílocuo del mundo. Y quien triunfó acariciando un trozo de su querida tierra charra.

Paco Cañamero

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