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Hablé con los niños en sueños
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Hablé con los niños en sueños

Actualizado 03/03/2017
Eutimio Cuesta

Hablé con los niños en sueños | Imagen 1

Aunque estoy jubilado, el sueño profundo me saca la vena profesional y me introduce, de cuando en cuando, en la escuela, y me rodea de niños. Los niños de mi escuela figurada no se sientan en pupitres, les gusta más sentarse en el suelo y rodearme, y a mí me gusta que se acerquen a mí. Dicen que a Jesús también le gustaba que se le acercaran los niños, aunque los padres no lo quisiesen, porque dicen que son muy preguntones y se vuelven atestosos.

No estoy de acuerdo con los padres, los niños son niños, lo ignoran casi todo y florece, en ellos, el afán de saber, de conocer y de descubrir el significado y utilidad de las cosas, que nos rodean y nos envuelven; también buscan una explicación a las conductas humanas, porque muchas les confunden y les inquietan y les duelen. Los niños no son sordos ni están distraídos cuando juegan, están con el ojo y el oído avizor pendientes de lo que sucede en su entorno.

Y, en esa clase de ensueño, que fue tan viva como la realidad, los niños me contaron mil peripecias y ocurrencias, que son el alma y la esencia del niño en su inocencia. Me hablaron de sus juegos, de lo que habían visto en sus wasaps, de lo que cuenta la tele y la radio y de lo que comentan sus padres y los amigos de sus padres. He comprobado que los periódicos no son del agrado de los niños, ni los miran; de aquí, la preocupación por el futuro de los periódicos de papel. Si soy sincero, a mí, los periódicos tampoco me hacen mucha gracia, porque lo poco o mucho que cuentan, hay que cogerlo con pinzas, para no manchar la conciencia.

Y, en estas estábamos, cuando los chavales me sacan a colación el lío de la justicia. Los niños, a mí, no me meten en un charco, porque comparto, al cien por ciento, sus inquietudes y la desorientación que les acosa por todos los medios. Yo tampoco entiendo lo que está pasando. Están pasando muchas cosas, que rechinan, profundamente, los principios, la ética y la moral. Y los niños también saben distinguir, en su inocencia, lo que es bueno y lo que es malo; y comprenden lo del premio y lo del castigo, por lo bien hecho y por lo mal hecho.

A uno de ellos, que tenía prendida la mirada en su pensamiento, le pregunté: "¿Qué es, para ti, la justicia?

No lo dudó: "Tratar a todos por igual".

La respuesta animó el diálogo, y surgieron las comparaciones, y salió lo de la vara de medir, lo de la cárcel para los que no tienen donde caerse muertos; y, de como los hacendados, señores de fortuna y poder, gozan de la bula de la libertad y de los privilegios de clase. Y tuve que cortar, porque lo que se comentó allí, me dolió tanto, que me desperté.

No, los niños no son tontos, quizás sean menos manipulables que los mayores, que permitimos, sin rechistar, estos atropellos a la justicia.

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