En esta semana pascual nos preparamos para celebrar la resurrección de Jesús, la gran fiesta cristiana, el principio de identidad del Evangelio.
Todo se dirige hacia esa fiesta, todo se condensa en ella: Somos cristianos aquellos que creemos que Dios ha resucitado a Jesús, y que nosotros seremos resucitados con él, cada uno de nosotros, con nuestra propia "carne", es decir, con nuestra propia identidad histórica y personal
Pues bien, frente a la resurrección de la carne (es decir de los muertos), aunque no en contra de ella (al menos en sentido radical) se eleve la experiencia y dogma de la reencarnación de las almas, que de un modo u otro está en el fondo de las religiones de oriente (hinduísmo, budismo). Por eso es bueno marcar sus diferencias.
La doctrina de la reencarnación no forma parte de los novísimos cristianos, que constan de cuatro acontecimientos o estados: muerte, juicio, infierno y gloria (con el purgatorio) ... La doctrina de la reencarnación no cree en el fondo en el valor de la historia (es una especie de gran sueño), ni en la identidad de cada persona.
En contra de eso, la religión bíblica (y en especial el cristianismo) cree en el valor de la historia humana (de la carne) y en la identidad de cada individuo, de cada persona.
La religión bíblica no defiende ni expone una teoría de la reencarnación de las almas; pero sólo conociendo el sentido de la reencarnación puede entenderse la novedad bíblica de la resurrección y del cielo cristiano, dentro de una visión general de la historia y del futuro, del Reino de Dios, que no es mera supervivencia humana.
Son millones los hombres y mujeres que creen, de alguna manera, en las reencarnaciones. Por eso quiero presentarlas aquí, desde la perspectiva del estudio de las religiones y desde la experiencia humana de la vida que rueda y rueda (en manos del amor de Dios, según los cristianos). Quiero hablar aquí de las reencarnaciones, para entender mejor la novedad de la pascua cristiana, que se funda en la resurrección de Jesús crucificado, y no en una visión de la inmortalidad de las almas.
REENCARNACIÓN, UN TEMA CENTRAL DE LA EXPERIENCIA RELIGIOSA
Un tema vinculado a las religiones de la interioridad
Las religiones de la interioridad (hinduismo, budismo) parten del mito (símbolo básico) de la caída de las almas: en su verdad más honda, los hombres pertenecen a otro mundo, forman parte del ser de lo divino, de aquello que es y no puede nacer ni morir. Sin embargo, por un tipo de perturbación, pecado o destino, ellas han descendido y se encuentran de algún modo atadas a los ciclos de la vida, definida por el constante nacer y morir.
Por eso, el alma está cautiva: se encuentra atada a la materia, es incapaz de comprender y de asumir su sentido dentro del conjunto de la realidad. No está cautiva de cosas externas, nadie le esclaviza y oprime desde fuera. Está más bien, cautiva de sí misma: atada a sus deseos, a la propia realidad violenta de su cuerpo, inmersa en la gran rueda de una fortuna (fatalidad, destino) en la que todo lucha contra todo. Según eso, misma realidad del alma rueda en un proceso en el que podemos trazar unas líneas de orientación.
(1) Hay metempsicosis o trasmigración
allí donde el alma ella va tomando nuevas formas, va viviendo de maneras diferentes, dentro del gran proceso cósmico. El alma es como una energía que se expresa y manifiesta en diversos vivientes. Ella es como la misma vida, que cambia de formas, pero que nunca muere. En ese sentido podemos hablar de una inmortalidad del alma o de la vida que permanece por encima de todos los cambios. En ese contexto se puede hablar de palingenesia, aunque esta palabra tiene un sentido ligeramente distinto. No es una pura transmigración, sino que implica un renacimiento.
En esta perspectiva se supone que el alma es inmortal en sí, pero se añade que ella ha penetrado en el proceso de los giros cósmico (de generación y corrupción), de manera que viene a quedar sometida por la muerte. No se limita a cambiar como en las transmigraciones, pasando de un cuerpo a otro, sin morir, sino que se supone que ella sufre, muriendo en cada muerte, pero de tal forma que puede superar el estado de muerte. Por eso decimos que ella re-nace o se re-encarna, vuelve a tomar carne, a introducirse en la materia girante de la tierra.
Para las almas, que en sí son inmortales, este constante viaje cósmico constituye la expresión de una caída, es un estado inferior de existencia. Resulta a veces difícil distinguir entre una pura trasmigración, una reencarnación y un renacimiento, entre el viaje de las almas y la experiencia de vuelta a nacer, de nueva entrada en el mundo, después de una muerte que puede parecer traumática. Aquí prescindimos de las diferencias y vemos el tema de una forma general.
(2) Liberación del alma e inmortalidad.
El hombre religioso sabe que se encuentra atado a las reencarnaciones, descubre su más honda verdad eterna o divina (como Brama o no-nacido) y por eso puede iniciar un camino de ruptura o superación, que le permite volver a su origen divino, superando el nivel del tiempo. Para ello debe purificarse, entrar en su verdad original, venciendo los deseos y representaciones de la tierra (de la vida cósmica). En esa línea, la liberación definitiva (moksa, nirvana) se entiende como un retorno: el ser humano reconquista su eternidad o se deja reconquistar por ella, superando de esa forma la rueda de las reencarnaciones.
La libertad del hombre es lo eterno: retornar a la inmortalidad, recuperar el carácter divino de la vida primigenia. Por eso, el camino de las reencarnaciones tiene que ir pasando y quedando atrás, hasta que el alma llega a descubrir su más honda verdad, alcanzando su forma divina (que es eterna) y superando de ese modo el nivel de las reencarnaciones. Normalmente la liberación del encadenamiento del hombre, que trasciende la esclavitud de las reencarnaciones, está vinculada a la exigencia (esperanza) de la inmortalidad.
El paso del alma por el mundo no ha tenido carácter positivo, no ha sido tiempo de creación, sino caída. Por eso, la auténtica liberación del alma inmortal ha de tener un aspecto de olvido: superar las huellas del tiempo, borrar la memoria pasada de las cosas (deseos, violencias) de la historia. Un mal sueño en una mala posada: eso ha sido esta vida de giros, de encarnaciones sucesivas, hasta que el alma ha descubierto su identidad y ha podido elevarse, más allá de las esferas más altas, hasta su propio ser, que es lo divino. Al mismo tiempo, la liberación es encuentro, retorno al estadio original en que el alma vivió. No ha existido verdadera creación, no hay novedad en la culminación de la vida humana.
El hombre no es alguien que traza los rasgos personales de su vida, no es alguien que construye su propia historia, sino alguien que se libera del pasado malo del mundo para volver a lo divino. Difícilmente puede haber en este contexto una inmortalidad personal, difícilmente puede hablarse aquí de salvación del individuo, pues persona e individuo pertenecen a la trama de la historia, que ha sido tiempo de olvido, miseria y caída. Más allá de la historia, en la eternidad, no hay individuos ni personas, sino sólo el ser de lo divino.
(3) Conforme a la visión de las reencarnaciones, no se puede hablar de redención, ni de resurrección,
ni tampoco de un Salvador, es decir, de una persona (como Cristo) que nos libera de la esclavitud de la historia, pues cada uno debe liberarse a sí mismo. Pero al decir que «cada uno» se libera a sí mismo hay que añadir, en otra perspectiva, que no se libera «cada uno», pues hay verdadero yo, no hay nadie distinto de los otros, no hay personas, en sentido estricto.
No me salvo «yo», sino que se salva en mí lo divino, es decir, el fondo permanente, perdurable, de mi vida. Yo mismo no soy más que una forma pasajera, individual, dividida, que el alma sagrada (la totalidad divina) ha tomado por un tiempo, al bajar a la materia.
Eso significa que no puede haber resurrección de la persona (pues mi persona es máscara temporal, puro cambio que debe acabar cuando el alma en sí retorne sí a lo divino).
La transmigración (reencarnación, metempsicosis) alude a una experiencia de unidad radical de las almas en Dios o en lo divino. Los individuos dependemos unos de los otros de tal manera que formamos un todo, en la gran cadena de la vida, que ofrece a cada uno un lugar y tarea partiendo de las existencias anteriores, es decir, del proceso total de lo divino.
Esta perspectiva ofrece grandes valores, pues vincula a todas las almas en un despliegue universal en la que se encuentran insertas. Pero falta en ella la experiencia de individualidad y de responsabilidad personal que son propias de las religiones «multi-animistas» (en las que cada ser humano tiene un alma propia, personal).
(a) En las religiones mono-animistas, donde sólo hay un alma o divinidad universal, domina la experiencia de la reencarnación,
hombres y mujeres corremos el riesgo de ser un momento en la serie de la vida, de tal manera que cada uno de nosotros estamos determinados por el pasado de las almas que nos han precedido y el futuro de aquellas que vendrán tras nosotros, hasta que logremos 'des-crearnos', superando el encadenamiento doloroso de reencarnaciones, pero de tal manera que, entonces, al final ya no seríamos distintos unos de los otros.
En estas religiones sólo hay un alma verdadera, la de lo divino que se expresa y renace en la historia de los hombres. Nadie nace de verdad (por gracia de un Dios personal), nadie muere totalmente, ni se define a sí mismo, decidiendo su identidad en una única existencia. Nacer y morir son momentos de un proceso que comienza con una gran caída y lleva de una forma de existencia a otra, hasta que al fin la 'sustancia' meta-mundana del alma pueda liberarse de la gran cadena, retornando a lo divino (moksa, nirvana).
(b) Las religiones multi-animistas suponen, en cambio, que cada hombre o mujer tiene un alma o, mejor dicho, es una alma individual, desde Dios, en relación con los demás. Por eso, más que de reencarnación hay que hablar de encarnación de Dios en cada ser humano: cada hombre o mujer es un «alma» individual o única, en comunicación con los demás, en un camino de muerte y de posible resurrección.
(4) La resurrección bíblica.
La religión bíblica tienden a ser multi-animista (en el sentido de que cada hombre o mujer es un alma independiente) y personalista (cada hombre es autónomo), de forma que no hay en ella trasmigración de unas almas a otras, sino vincularon y comunicación personal, de unos hombres con otros, en un camino que está a abierto a la resurrección.
Las diferencias parecen al principio pequeñas, pero al fin son grandes. En este nuevo contexto, las almas no deben superar una caída que las ha separado de su origen, retornando a lo que son en sí, sino que son creadas por Dios y deben crearse a sí mismas, en comunicación comunitaria. Eso significa que ellas se realizan recibiendo, compartiendo y entregando la existencia.
Cada hombre (varón o mujer) brota de la tierra (es mundo), surgiendo de un Dios personal y de unos padres y un grupo cultural, en un determinado lugar y momento de la historia, llevando en sí la historia de todo su pasado y su contexto cósmico y social. Cada hombre nace de Dios, por el Espíritu, como independiente y autónomo, teniendo que hacerse desde y con los otros.
Cada uno es responsable de sí y ha de asumir su propia muerte, intransferible y única, no para renacer otra vez y seguir en la cadena de existencias, sino para culminar en amor (con el riesgo de perderse, si se encierra en su egoísmo). Siendo lo más individual y lo más peligroso (pudiendo entenderse como destrucción total del ser humano), la muerte puede venir a presentare también como culmen del proceso de comunión que vincula a los hombres entre sí, vinculándoles a un Dios entendido como poder de resurrección. El Dios bíblico no es la eternidad supratemporal de las almas, ni el sustrato de divino de la vida, que se expresa en el proceso de las reencarnaciones. Al contrario, el Dios bíblico es aquel que crea a cada ser humano de la nada (creándolo en la historia) y resucita a los que han muerto (cf. Rom 4, 17). Según eso, fe en la creación y en la resurrección son inseparables. Sólo un Dios que crea de la nada puede resucitar a los que han muerto.
(5) Reencarnación y resurrección.
Las dos representaciones tienen algo en común, sobre todo si se miran las cosas desde la perspectiva de la comunicación vital. Tanto en un caso como en otro, los hombres mantienen relaciones espirituales, de mutua creatividad, que están vinculadas a la herencia biológica y psíquica (brotan de un mismo proceso de vida y cultura), pero que trascienden ese nivel e implican un tipo de comunicación social, pues unos reciben la vida y la crean con otros (desde otros), a través de un proceso de → nacimiento sagrado.
Pero hay una diferencia básica:
las religiones reencarnacionistas tienden a pensar que el «todo divino» se encuentra ya fijado, de manera que los hombres no tienen más tarea que ser lo que son, desde lo divino (pues sólo hay un alma verdadera, que es el alma de Dios). No hay en ellas creación (sino, más bien, caída del ser divino); no puede haber en ellas una segunda creación o resurrección, pues no existe un Dios trascendente, que crea de la nada y resucita a los que han muerto.
En contra de eso, la religión bíblica cree que los hombres surgen por creación de Dios, dentro de un proceso de comunicación histórica de la vida. Más aún, ellos culminan su despliegue humano por resurrección: porque el Dios de la Vida acoge en su Vida de los muertos; pero Dios les acoge no sólo en su trascendencia, sino en el mismo proceso de la historia, de manera que los muertos (como Jesús) resucitan no sólo en el mas allá de Dios, sino en el mismo más acá profundo de la historia humana, como Jesús, que ha resucitado y vive no sólo en Dios, sino en la vida de los hombres que le acogen (cf. Rom 4, 24).
Desde ese fondo se distinguen las religiones monoteístas: judíos y musulmanes tienden a creer sólo en el Dios que resucitará a los muertos en el último día; los cristianos, en cambio, creen en aquel que ya ha resucitado de Jesús, recreando así la historia humana.
(cf. M. BARKER, The Risen Lord. The Jesus of History as the Christ of Faith, Clark, Edinburgh, 1996; B. DOMERGUE, La Réincarnation et la Divinisation de l'Homme dans les Religions, Gregoriana, Roma 1997; G. PARRINDER, Avatar y encarnación, Paidós, Barcelona 1993 E. PUECH, La croyance des Esséniens en la vie future: immortalité, résurrection, vie éternelle? Histoire d'une croyance dans le judaïsme ancien I-II, Gabalda, Paris, 1993).
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