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Yo no he sido
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Yo no he sido

Actualizado 23/10/2015
Eutimio Cuesta

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Desde hace cuantá, existía la costumbre, en nuestros pueblos, de hacer la matanza del marrano. Toda una fiesta familiar con su ritual sagrado, que recordamos con mucha nostalgia y con mucho regocijo interior. Al fondo de la escena, la caldera colgante de las llares, que sudaba vaho y borboteo. La despensa se recreaba con tanto manjar y de sonrisa hogareña.

La parte más apreciada del cerdo siempre fue el jamón. Se curaba con todo esmero y se recluía en la bodega a la espera del verano, cuando las faenas eran más duras y el organismo perdía más reservas, que había que reponer. Aquellos tiempos, de que hablo, tenían un nombre: los "años del hambre, de la necesidad", y se procuraba no desperdiciar nada que fuese comestible y nutritivo; por eso era muy fácil caer en la tentación. Es, precisamente, lo que le sucedió a Paco, el hijo del tío Ricardo.

Su padre, como casi todo el mundo que podía matar, guarecía el jamón en la bodega para el estío. Al bueno de Paco, le cosquilleaba el hambre como a casi todo el mundo, y se esforzó en matarla a cualquier precio. Un día, atisbando que sus padres andaban a la faena, cogió el cuchillo grande, el de la matanza, se bajó a la bodega y cortó una rebaná grande y profunda de tocino, hasta descubrir las entrañas del magro. Y, cada tarde, o cuando la ocasión se lo terciaba, bajaba y cortaba una loncha de jamón, que engullía y saboreaba con avaricia y sin aciguo. Eso sí, procuraba camuflar la causa del delito con la porción seccionada de gordo, por si las moscas. Y se decía entre sí mientras subía las escaleras del antro: "total por una": Así consiguió dejar el pernil sin compañía y enmascarado sólo por la corteza y por la capa protectora del blanco añejado.

Llegó el verano y el tío Ricardo ordenó a su hijo mayor que bajase a la bodega y subiese el jamón. Así lo cumplió. El tío Ricardo, con la rodilla echada al hombro, tomó el cuchillo y se quedó de una pieza al comprobar la ricia del ratonero. Llamó a los hijos a capítulo, les mostró el entuerto y les preguntó, con la voz quebrada de desencanto:

-¿Quién ha sido?

El reo fue el único que respondió: "Yo no he sido".

Esta frase es la primera que aprendemos de niño, después del "papa" y "mama".

Y sigue habiendo jamones y bodegas en la viña del señor. Estos no son rebañados por el hambre, sino por la avaricia insaciable. Y la respuesta a la pregunta de los tíos Ricardos: ¿de quién ha sido? Como respuesta, se echa mano, una vez más, del eufemismo: "Le puso quien le puso"; "Lo mantuvo quien lo mantuvo", "Lo propuso quien lo propuso".

El tío Ricardo castigó a su hijo Paco a no merendar durante todo un mes. Estos otros se van de rositas con la palmada amistosa de que son cosas del pasado. Como podemos observar, de los pilatos, de los caraduras y de los chupópteros es el reino de los cielos.

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