Queridos amigos: En uno de mis libros de poemas hay una sección titulada "Valle de Sansueña". A este lugar pertenece la foto que os adjunto con esta carta y que hice hace unos días, tras mi regreso de la India. Han sido unas semanas en las que he sentido la universalidad y ese es quizá el sentido que tiene esta foto de mi tierra, el perfil de esa sierra: remite a un paisaje concreto, pero a la vez podría ser cualquier paisaje. (Ya sabéis lo que Miguel Torga nos recordó sobre lo engañosamente "local".)
Es una sensación parecida a la que se siente en mi Canto XXXV, que tuve ocasión de leer en la Delhy University y en la Nehru University. Es un poema que podía haber sido escrito en cualquier tiempo y por cualquier persona, pues el tema es eterno: un hombre que está sentado en un bosque y que respira; es decir, que busca la plenitud de ser. Este poema tiene también algo de plegaria. Por eso, yo suelo recomendar que se aprenda de memoria, pues produce cierta paz en quien lo recita luego interiormente o en voz alta.
Desde Delhi me trasladé a La Bañeza, mi ciudad natal, pues en ella homenajeábamos al artista polifacético Antonio Odón Alonso, que es persona que ha hecho mucho por nuestra cultura. Con ese brusco regreso me pareció que se cerraba (¿o que se abría?) un círculo: el de la universalidad de que antes os hablaba. Volvía a las raíces desde esas otras raíces que brotaron en tiempos remotos en la India, que son un paradigma de la cultura universal: hinduísmo y budismo, el yoga, Tagore, Eliade y su deliciosa novela "Maitreyi"? Los europeos tendemos a decir que las raíces de nuestra cultura están en la poesía y en el pensamiento grecolatinos, lo que es verdad. Pero también es cierto que la poesía y el pensamiento y las religiones de la India son un paradigma dentro de la cultura universal.
Mi inmersión en la India fue breve, peor muy provechosa. De entrada, por esos cinco actos que celebré en ocho días y que tuvieron muy distinto tono. Muy especial fue el Encuentro Internacional de Poetas. Este tipo de actos renueva siempre la actualidad, permanencia y universalidad de la poesía y nos lleva, sobre todo, a un diálogo profundo con otras culturas y personas. De mis intervenciones en las universidades, con los especialistas en español, surgieron personas que han llegado ya hasta esta página de "Amigos", como la de Anita Saini y Akshay Kale, dos jóvenes especialistas indios en español.
También de universalidad sabe Carlos Varona, director del Instituto Cervantes de Delhi. Antes, él había estado destinado en Aman, Damasco y Túnez. Ha traducido a Ibn Arabí ("El esplendor de los frutos del viaje"), es un gran especialista en la literatura y en el mundo árabes, pero antes ya había estado en la India y se aproximó al sanscrito. Y allí está también destinado en el Cervantes de Delhi Jesús Clavero, que ejerció como un atento guía, con su mediación, entre nuestra cultura y los participantes, en el encuentro internacional de poetas. Y Subhro, el poeta e hispanista, y Prabal Kumar, el poeta bengalí, y Nuño Aguirre, poeta y lector de español en la universidad Islamia.
Y mi recuerdo también para otros poetas: la italiana Tiziana Cera, la irlandesa, profesora de español, Lorna Shaughnessy, el macedonio Nicola Madzirov, los ingleses Richar Gwyn y George Szirtes, el nepalés Tulasi Diwasa, la siria Maram Al-Masri y Mamang Dai, de la que me traje sus "River Poems" con aroma a los Himalayas.
Como en este tipo de encuentros, las dos lenguas más vigorosas del mundo se hicieron notar. Ello nos llevó a que los participantes, sin romper el diálogo común, se decantaran en dos grupos: los del área anglosajona, los del inglés, y los que, viniendo de otras áreas celebramos hablar también en español. De ahí que se haya dado esa paradoja de que los representantes de Italia, Filipinas, Cuba o Irlanda (o también algún poeta hindú, como Subhro) utilizaran con naturalidad nuestra lengua.
A todos nos había invitado la Academia Nacional de Letras de la India. La ocasión, no podía ser más especial: los aniversarios del místico Vivekananda y del poeta y premio Nobel Rabindranath Tagore. La de este último es para mí una figura muy especial, y no porque en este viaje lo encontráramos en fotografías y en un busto que hay en la entrada de la misma Academia, sino porque su lectura me marcó mucho en mi adolescencia.
Ya he recordado en algún otro sitio de qué manera todavía está presente y viva en mí aquella lectura primera que hice de las Obras de Tagore editadas por Aguilar. Fue allá, en el sur profundo de Córdoba, a mis quince años, sentado en un banco y bajo una acacia florida que con su aroma intensificaba la plenitud de la lectura de libros como "La cosecha", "Gitánjali", "El jardinero", "Regalo de amante" o "La luna nueva".
Pero Subhro me dice que la obra de Tagore consta de miles de páginas y de no pocas composiciones musicales que los españoles aún desconocemos. Sabréis que Juan Ramón Jiménez y Zenobia, su mujer fueron, los fecundos traductores e intermediarios entre Tagore y España. La influencia del poeta bengalí sobre Juan Ramón es muy notable.
Me impresionó que en la India (pasa en Extremo Oriente, pero también en el Extremo Occidente de la América hispana) la devoción por los poetas y por la poesía se siente con gran intensidad y respeto, y la atención en los recitales sea algo muy vivo.
De Delhi recuerdo también, como muy especial, el concierto de música sufí que nos ofrecieron tres grupos, formados por 17 músicos, al amparo de un árbol centenario. El lugar no era circunstancial: ese árbol, como tantos árboles de Delhi (Nueva Delhi la ciudad más arbolada del mundo que yo he visto), o de la India en general, representan un símbolo muy especial: el de la vida que arraiga en la tierra, pero que a la vez tiende sus ramajes hacia lo celeste, hacia lo superior.
Poco antes había caído un chaparrón. Quizá por eso el cielo de Delhi estaba limpio de contaminación y asistí a un fenómeno muy especial: el de ver cómo detrás del árbol anochecía, pero desde un atardecer de color levemente esmeralda.
El desgarro y la dulzura de las voces, el éxtasis de los rostros, la música de los instrumentos populares, nos sumergieron en un estado que a mí me llevó en la sombra a escribir un poema que, aunque aún lo estoy revisando. Os lo ofrezco aquí abajo como una primicia.
Vivía uno de esos instantes que, a veces, proporcionan estos viajes en los que apreciamos que el ser humano habita un planeta y no una aldea, que noa hallamos inmersos en una hermosa Unidad que sólo la música, la poesía, el arte, intensifican.
Recuerdo también como muy especial una verdadera selva que se divisaba desde una de las ventanas del despacho del profesor Aparajit Chattopadhyay, en Departamento de Español de la Universidad Delhi; un campus sumergido en un inmenso jardín, con sus gigantescas buganvillas y la estatua de Vivekananda en el centro.
Y junto las anchísimas avenidas arboladas de Nueva Delhi, y los abigarrados contrastes de la Vieja Delhi, la Tumba de Hamayun, el "pequeño Taj Mahal", construido dos siglos antes que éste e inspirador del mismo. Y el Fuerte Rojo, y las numerosas sorpresas que contiene en su interior, como su blanca mezquita y los miradores y las columnas de mármol taraceadas por artesanos llegados de Florencia? Espero pasaros algunas fotos, sobre todo la que me pide Anita Suani.
Al regresar a Salamanca me encontré con una lectura que prolongaba, amplia y hondamente, mi aproximación al país que dejé: el libro India, que acaba de publicar Chantal Maillard; que tanto ha vivido y sabe de aquel país, como Jesús Aguado, que abordó el reto de traducirnos la poesía más secreta del mismo. Sobre el libro de Chantal acabo de escribir un artículo para El Cultural.
Pero hablando de poesía, aquí os dejo el poema que de allí me traje, símbolo de lo inexpresable, que sólo a través de la poesía podemos revelar:
Una música verde
De que se ha ido la lluvia,
cuando al anochecer
se van los pájaros de Delhi,
el cielo se torna
de un verde nunca visto
(acaso sea un pálido esmeralda)
y desde las raíces
del árbol centenario
va ascendiendo
la música y el canto del sufí.
Como sangre embriagada,
como un fuego muy verde,
asciende en busca del verde del cielo
y, al fundirse,
dan lugar a la noche.
En la sombra, las sombras
de dos mujeres
escuchan.
Tan sólo por sus ojos
que centellean
sabemos que son jóvenes,
pues envueltas están
en unos velos negros
muy leves.
Sólo abajo,
como de nieve,
se ven arder sus pies
descalzos, una leve
libertad
misteriosa
que relumbra
en sus uñas de plata.
Y sin embargo,
sumido en este gozo de la música,
yo pienso que hay
en otra parte, una realidad
suprema.
No está en nuestra cabeza,
ni en nuestro corazón,
Está en el alma de esta noche india
que nos parece nuestra.
¿O no lo es?
¿O lo será el día
en que regrese el rayo
del éxtasis
para no irse jamás,
para no irse jamás.
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