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Derechos humanos en Rusia
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La situación de los derechos humanos en Rusia es muy grave por la obsesión de Putin contra todas las formas de disidencia

Derechos humanos en Rusia

Actualizado 01/09/2015
Redactor: Marcelino García

En esta especie de dictadura disfrazada de tolerancia que confunde al público y hace más difícil la indignación popular, la alianza del régimen con la Iglesia Ortodoxa es fundamental para Vladimir Putin

Autor: Lorenzo Príncipe, activista de Amnistía Internacional.

[Img #397461] La situación de los derechos humanos en Rusia es muy grave, como es conocido internacionalmente, y además mejorar la situación es mucho más complicado de lo que podría pensarse, pues el espíritu que condujo gradualmente a la restricción de las libertades civiles no está marcado por el fanatismo religioso (no siempre), o por la restauración de las antiguas tradiciones, sino por la obsesión de Putin contra todas las formas de disidencia, en las que ve una amenaza a su régimen en forma de "revolución democrática".

Vamos a empezar con lo que los periódicos llaman "leyes anti gay". Quien vaya a Moscú podría descubrir con sorpresa que ser gay no es un delito. En las calles, en los grandes centros comerciales, en el metro, puedes encontrar hombres con ropa de mujer o chicas que se intercambian caricias, casi lo mismo que en todas las capitales modernas de Europa. En la céntrica calle Tverskaya, cerca del Kremlin, hay por lo menos cuatro discotecas gays. Las saunas son también muy populares para encuentros entre hombres de todas las edades.

Todos estos lugares y sus visitantes tienen que hacer frente con frecuencia a la homofobia, a veces violenta, cosa que no es muy diferente de lo que aún aflige a nuestra sociedad. El verdadero problema aquí es que el Estado no hace nada para proteger a las minorías sexuales, y de hecho fomenta las discriminaciones. Los que terminan en prisión no son los homosexuales, como tales, sino todos los que defienden los derechos LGBT o hablan en público sobre estos problemas. Muchas personas, de cuya orientación sexual no tenemos información, están en la cárcel o han sufrido persecución judicial sólo porque plantearon la cuestión de la homofobia.

Simplificando: Putin tiene razón cuando dice que los gays no son perseguidos, pero quiere que nadie cuestione las directrices del Gobierno. Una especie de dictadura disfrazada de tolerancia que confunde al público y hace más difícil la indignación popular. No hay, por ejemplo, ninguna forma de censura oficial en la prensa. Pero siempre sucede que un periódico o una televisión libre e independiente terminan en el ojo de los jueces por cuestiones fiscales o por la seguridad de las oficinas. Es el caso de Tele Dozhd, televisión por cable independiente, que ha visto cómo se han cancelado todos los contratos de los provider estatales y ahora no puede financiarse. O la histórica Radio Eco de Moscú, aunque de oposición moderada, devorada lentamente por una serie de causas y finalmente incorporada por Gazprom Media, gigante estatal.

¿Aleksej Navalnyj denuncia la corrupción? Libre es de hacerlo, pero luego termina en la cárcel por presuntos escándalos financieros que no existen. ¿Organizar una manifestación contra el gobierno? Claro que puedes, basta obtener el permiso. Lástima que este llega raramente y las manifestaciones se permiten en zonas remotas y de difícil acceso. ¿Y el Internet? El Kremlin dicen que no hay restricción y añade: "Nosotros no somos como los chinos". Pero entonces sucede que los responsables de las redes sociales reciben visitas virtuales del "mejor hacker en el mundo" al servicio de los servicios secretos. Seguido de las visitas reales de agentes del FSB que quieren tener acceso a la base de datos. Así, al menos, lo dijo Pavel Durov, fundador de Vkontakte, el "facebook ruso", antes de vender todo para un oligarca cercano al régimen y escapar a los Estados Unidos.

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A estas formas de control de las libertad de expresión se añade la presión de la Iglesia Ortodoxa ansiosa de recuperar credibilidad y prestigio. ¿Recordáis la cuestión de las Pussy Riot, artistas condenadas a tres años de prisión por cantar una canción contra Putin en el altar de la Catedral de San Salvador? La policía rusa las habían despedido después de haberlas reprendido suavemente. Pero el Patriarca ortodoxo Kirill exigió, hablando en la televisión, un castigo ejemplar por el sacrilegio. Pronto estuvo satisfecho aunque de mala gana. Los concejales de Putin sabían que iban a convertir en un mito anti-régimen un grupo de manifestantes desdeñado también por los históricos rivales de Putin. Pero la alianza del régimen con la Iglesia Ortodoxa desde hace tiempo es fundamental por Vladimir Putin. La iglesia es un puntal del gobierno ruso en la guerra en Ucrania, y en la necesidad de impulsar el patriotismo y la nostalgia de los valores tradicionales frente a la hostilidad occidental y las consecuencias amargas de las sanciones económicas. También las demandas de la Iglesia por una "rígida moral" y en "defensa de la juventud frente a la perversión que viene del exterior", amenaza con radicalizar más el régimen, arriesgando empeorar aún más la extraña situación de un país donde todo es teóricamente posible, aunque siempre haya una razón por la que no se puede hacer.

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