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Fray Hortensio Félix Paravicino
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Fray Hortensio Félix Paravicino

Actualizado 23/06/2015
Montserrat González

"¿Os ha acosado alguna vez un cuadro?", era la pregunta con la que el historiador del Arte Bruno Ruiz-Nicoli a través de su heterónimo Cósimo de Monroy interpelaba recientemente a sus seguidores de las redes sociales (http://cosimodemonroy.com/una-terapia-vienesa/). El acosador era nada más y nada menos que el Conde de Fries retratado para la posteridad por los pinceles de Angelika Kauffmann, habitante en la actualidad del Museo de la Ciudad de Viena. Desconozco si a los lectores de La Gárgola les ha ocurrido algo parecido a lo que describe Cósimo en su divertido y sensual relato, pero yo debo admitir que también he tenido mi particular acosador. En mi caso se trata del magnífico retrato de Fray Hortensio Félix Paravicino realizado por El Greco.

Nos conocimos en el Museo de Bellas Artes de Boston en una preciosa y emotiva tarde de primavera, con las campanas de las iglesias y sinagogas bostonianas repicando en honor del entonces Papa, Juan Pablo II, que acababa de fallecer en el Vaticano. Recuerdo que fue una tarde fascinante, a través de sugerentes piezas había recorrido las islas Cícladas, Creta, la Antigua Grecia, el Imperio romano, Egipto, Asia, Oceanía e incluso África. Paseé por los rincones de los grandes paisajistas norteamericanos. Transité por los espacios de la pintora impresionista norteamericana Mary Cassat. Conocí a las hijas de Edward Darley Boit, 1882, de la mano del genial John Singer Sargent flanqueadas por los enormes jarrones chinos propiedad de la familia y cuando estaba a punto de abandonar el museo abrumada por tanta dosis de Arte, de repente, en las salas dedicadas al Arte Europeo, allí estaba él, esperándome: Fray Hortensio Félix Paravicino. Su punzante e inteligente mirada me interpelaba desde 1609, fecha en la que fue retratado por El Greco, para que me detuviera y no dejara de contemplarle. Su insolencia dominaba de forma espectacular sobre los demás cuadros.

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Su elegante figura sedente ocupaba un amplio primer plano, situándose frente al espectador, emergiendo desde un característico fondo negro en el que se adivina la imprimación rojiza sobre la que el pintor cretense solía trabajar con levísimos toques de óleo. Es su rostro, afilado y armonioso, el que se adueña de la composición. Sus profundos ojos negros no se apartan de todo aquél que se acerca a dialogar con él.

El Greco aborda al personaje en tono silencioso, detenido en el lienzo para mostrar entre el hábito blanco y negro de su Orden y la cruz roja y azul de su pecho la vida que late en la figura de este fraile trinitario. Los tonos claros y oscuros contrastan perfectamente y la rápida y amplia pincelada confiere al retrato una gran vitalidad e inmediatez. A pesar de la pincelada suelta que emplea Doménikos, las calidades de las telas están especialmente conseguidas, destacando el cuero del respaldo de la silla. Fray Hortensio sujeta un enorme libro (parece un misal) entre cuyas páginas se introducen los estilizados dedos de la mano izquierda, que también penetran en los de un tomito superpuesto y de menor tamaño (¿quizá un poemario?) Volúmenes y maneras de indicar las páginas propias de alguien muy familiarizado con los libros, que se convierten en emblemas de su carácter e inteligencia.

Fray Hortensio Félix Paravicino y Arteaga había nacido en Madrid en 1580 y pertenecía por la rama paterna a una familia oriunda del Milanesado y por la materna a una familia castellana, aunque sus orígenes eran dudosos e incluso se vio obligado a probar que no era hijo natural. Tras los estudios de derecho canónico y civil en Salamanca y el ingreso en la orden trinitaria en 1600 ?orden en la que llegaría a Provincial? se gradúa en Teología y a los veintiún años obtiene la Cátedra de Retórica en la Universidad de Salamanca. Su fama se debió a que fue Predicador de Su Majestad Felipe III, a quien dedica una importante oración fúnebre en sus exequias, continuando con el puesto en el reinado de Felipe IV.

Gozó de enorme fama como poeta, siendo íntimo de Góngora y escribiendo en varias ocasiones sonetos en honor de El Greco, con quién parece que entabló una cierta amistad. También aparecen alusiones y comentarios a su arte y manera de pintar en la única comedia que Paravicino escribió: "La Gridonia". En este retrato se aprecia la admiración que el pintor sentía por su amigo, el artista parece detener a Cronos consiguiendo la eternidad del personaje con su arte. En palabras del historiador Camón Aznar, uno de los "más bellos retratos de su última etapa". La réplica al retrato de El Greco fue el soneto titulado "Al mismo Griego, en un retrato que hizo del autor", en este soneto Paravicino desarrolla un tópico muy frecuente en el siglo XVII: cuando imita la naturaleza, el arte de la pintura supera a su modelo y un retrato pintado puede llegar a ser más vivo que el personaje representado. Pese a la diferencia de edad y su diferente formación intelectual, Fray Hortensio Félix Paravicino se reconocía en la estética visionaria y manierista de El Greco, en el cromatismo y los juegos de luces y en su dinamismo interno. «Creta le dio la vida y los pinceles/Toledo, mejor patria a donde empieza/a lograr con la muerte eternidades», escribía Paravicino.

No he sido yo la única en rendirse a los encantos del espléndido retrato del Greco. En 1950 el poeta Luis Cernuda, exiliado en América, le dedica un poema a este lienzo que, como él, se encuentra desplazado de la tierra de la que es oriundo:

"¿También tú aquí, hermano, amigo,

Maestro, en este limbo? ¿Quién te trajo,

Locura de los nuestros, que es la nuestra,

Como a mí? ¿O codicia, vendiendo el patrimonio

No ganado, sino heredado, de aquellos que no saben

Quererlo? Tú no puedes hablarme, y yo apenas

Si puedo hablar. Mas tus ojos me miran

Como si a ver un pensamiento me llamaran

Y pienso. Estás mirando allá. Asistes

Al tiempo aquel parado, a lo que era

En el momento aquel, cuando el pintor termina

Y te deja mirando quietamente tu mundo

A la ventana: aquel paisaje bronco

De rocas y de encinas, verde todo y moreno?"

Al año siguiente, durante un viaje a Londres volví a encontrarme con el fascinante retrato de Fray Hortensio Félix Paravicino en la National Gallery con motivo de una gran exposición que la pinacoteca británica dedicaba a la figura del pintor cretense. Organizada junto al Metropolitan de Nueva York, la muestra reunía algunas de sus mejores creaciones desde los tiempos en que Domenikos Theotokopoulos era pintor de iconos en su Creta natal hasta los últimos retratos pintados en Toledo, sin olvidar sus etapas en Venecia y Roma.

Como no hay dos sin tres?espero tener otra ocasión para seguir conversando con Paravicino. Con la emoción de cada encuentro aún no hemos hablado de sus pasiones y ambiciones ni de la verdad humana que esconde. Ya que no ha vuelto a Toledo para la celebración del gran año del Greco ¿Será nuestra próxima cita en el Prado?

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