No había manera, cada mañana me levantaba quince minutos más tarde de lo debido. Seguía siendo como una niña, hoy día sigo igual.
Sin peinar, sin pintar y a todo correr, tuve que bajar por las escaleras. Mientras bajaba, recitaba siempre: "¡Mierda, mierda! Un día me matan."
Afortunadamente sabía que nunca lo harían, aún no sé por qué, pero les caía bien.
Había, no sé, miles de escalones entre mi penoso piso y el garaje, pero esa mañana me acordé de que la noche anterior pude aparcar el coche al lado de casa y así poderme ahorrar bajar a ese garaje, por el que estaba pagando más de un riñón y que muchas veces no necesitaba.
Mi Seat chiquitito? que había sido de mi padre, que tenía un radiocasete de la era de Cristo y que no funcionaba ni a palos, pero me recordaba a mi padre y me servía para llegar al trabajo, por pereza, he de decirlo, pero se me hacía raro ir sin él.
Me monté en el coche y lo arranqué, noté que aquello no se movía igual. "Será la suspensión? o las bujías?" Total, yo no sabía ni qué era una cosa ni qué era la otra.
Me pitaron. Me indigné. Me volvieron a pitar. Me indigné aún más. Saqué mi cabeza por la ventanilla y grité:
? ¿Qué pasa?
?Tiene, al menos, dos ruedas pinchadas.
?Lo que hace uno para ligar a estas horas de la mañana, ¿eh??Le dije muy resueltamente, pero asustada de que no estuviese intentando ligar.
Mis sospechas se confirmaron. No dos ruedas, sino tres.
Pese a la situación en la que estaba no pude menos de reírme:
?Bueno, podrían haber sido las cuatro. Supongo que esto es algo positivo, ¿no?
?Algo positivo es que yo soy mecánico. ¡Anda, sube a mi coche e intentamos arreglarlo!
Cogí el teléfono, busqué el número de mi jefa y marqué. Sabía que lo de las tres ruedas no tendría mucha credibilidad:
?Hoy no puedo ir a trabajar, acabo de ligar con un mecánico.