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J. Costadoat en las Catacumbas. Una teología de los "pobres"
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J. Costadoat en las Catacumbas. Una teología de los "pobres"

Actualizado 03/04/2015
Xabier Picaza

Avanza un tipo de otoño o invierno teológico y eclesial en Chile. El Obispo de Santiago, hombre de Ley, expulsa de la Facultad a Jorge Costadoat, un jesuita que quiere "devolver la teología al pueblo", y de un modo especial a los pobres.

Los lectores de RD conocen el tema porque ha estado en las portadas, y porque Costadoat es uno de los columnistas de este portal. Pero quizá no han pensado en las implicaciones de fondo del tema, vinculadas a lo que quiso hace 50 años el llamado Pacto de las Catacumbas (desde el Vaticano II), devolviendo el episcopado y la teología a los pobres.

(En este claro-oscuro de la Iglesia Oficial con respecto a la teología y a los pobres he querido presentarte, Jorge. Buen día y un saludo desde San Morales. Con un deseo de que mis lectores te conozcan mejor, leyendo lo que sigue).

Una historia personal: Ante el Pacto de las Catacumbas

No había tenido contacto con Jorge Costadoat, pues pertenece a una generación teológica más joven que la mía, aunque había seguido algunos de sus trabajos.

Sabía que era jesuita, profesor de Teología de la Universidad Católica de Santiago, y que colaboraba en diversos portales teológicos (como RD) y en revistas de especialidad. Entre sus libros había un Catolicismo social chileno. Desarrollo, crisis y actualidad (con F. Berrios), Univ. Alberto Hurtado, Santiago 2009; Trazos de Cristo en América latina. Ensayos teológicos, Universidad Alberto Hurtado, Santiago 2010); Cristo para el Cuarto Milenio. Siete cuentos contra veintiún artículos, San Pablo, Santiago 2001.

Pero no le había conocido. Hasta que hace unos nueve meses me encargaron la preparación de un libro multidisciplinar sobre el Pacto de las Catacumbas, que se presentará, Dios mediante, en varias lenguas, a los cincuenta años de su firma, en la Catacumba de Domitila, en Roma.

Consulté con amigos y colegas, y busqué teólogos especialistas en temas de Iglesia, empezando por América Latina, a partir de Jon Sobrino. Así fueron saliendo algunos de los más significativos del momento: Beozzo y Brighenti de Brasil, Legorreta de México, Galli de Argentina, con Barbara P. y María Clara B? Pues bien, en todas las listas posibles aparecía Jorge Costadoat.

Costadoat y el Pacto: Devolver la teología a los pobres.

Me puse en contacto con él, y acogió mi propuesta, con prontitud de amigo y maestría de teólogo profesional, encarnado en la vida de los pobres. Significativamente, estaba preparando un nuevo curso en Roma, para encarnarse mejor en su pueblo de Chile, sin perder el latido de la Iglesia Universal.

De esa forma escribió y me envío un trabajo espléndido, reelaborando desde dentro, a la altura del 2015, el tema clave del Pacto de las Catacumbas, en la línea del pensamiento y práctica pastoral del Papa Francisco, sobre el pobre no sólo como obispo (sentido profundo de aquel pacto), sino también como teólogo.

El tema del Pacto era en el fondo el de "devolver el episcopado a los pobres", insistiendo en el hecho de que los obispos, portadores del mensaje de Jesús, no sólo defendieran a los pobres, sino que fueran "pobres en el sentido evangélico del término". Pues bien, avanzando en esa línea, Costadoat me propuso un trabajo en el que, dando un paso más, se insistiera en la exigencia de "devolver la teología a los pobres".

El trabajo entero lo podrán leer mis lectores (y todos los interesados) a partir del 16 de diciembre de este año (2015), a los cincuenta años del Pacto de las Catacumbas, cuando se presente el libro, con la colaboración de los autores citados de América Latina, y de otros de Europa, Asia y África. Pero como homenaje a su amistad y a su trabajo teológico, me atreve a presentar ya aquí dos páginas de su colaboración.

Costadoat: una persona, un símbolo

Querido Jorge, estamos bien enterados de lo que han hecho contigo aquellos que no quieren que el pobre sea sujeto creador de su propia teología (quizá no por maldad, sino por miedo), pues piensan que ellos, y sus teólogos "fieles" dicquen desde arriba aquello que debe hacer el pobre.

No condenamos al Cardenal Ezzati, tu obispo, ni a los que siguen su línea de mando, pero pensamos que su actitud va en contra de aquella que quisieron los firmantes del Pacto de las Catacumbas en el Vaticano II.

Personalmente, me alegro del paso que has dado, hablando no sólo de "devolver el episcopado a los pobres", sino de "devolverles la teología", es decir, la palabra, que es aquello que quiso Jesús, como bien sabes, conforme a su palabra solemne:

"Gracias te doy Padre, porque has ocultado esas cosas a los sabios e importantes, y se las has revelado a los pobres y pequeños" (Mt 11, 25-27)

Te ofrezco desde aquí mi admiración y mi pequeña mano abierta, por si de algo te sirve. Nada ni nadie podrá apagar tu propuesta, porque es la voz que brota de la entraña del Nuevo Testamento (los pobres nos evangelizan) y del Pacto de las Catacumbas del Vaticano II: Los pobres tienen y debe decir en voz alta la auténtica palabra de la teología del Dios que se ha revelado en Jesús.

El texto que sigue es un fragmento tuyo, un extracto del trabajo que me mandaste y que conservo como un tesoro, hasta que se publique en "nuestro" libro, el 16 del XII del 2015. Un abrazo, Jorge. Nos vemos.

Núcleo de la teología latinoamericana: el pobre como teólogo (de Jorge Costadoat)

Teniendo en cuenta lo dicho anteriormente, me atrevo a afirmar que la teología latinoamericana en sentido estricto se da allí donde hay un pobre que es sujeto teológico de su propia liberación.

Esta tesis ?podríamos llamarla así? ayuda a no perderse en un bosque de asuntos de segunda y tercera importancia, para no hablar de los traumas y rencillas que algunos teólogos puedan arrastrar por años en un época altamente conflictiva del continente y de la Iglesia?

El más grande fruto de la teología latinoamericana es el reconocimiento del pobre como sujeto. La teología solo ha podido recuperar a fondo la índole histórica que le ha legado la encarnación del Hijo, cuando ha descubierto que los pobres, los que nunca han contado para nada, los que no han tenido una historia, son capaces de rebelarse y de luchar por su liberación, y de pensar su existencia a la luz de su fe.

Los pobres del siglo XX latinoamericano irrumpieron en la sociedad y, cuando tuvieron la Biblia en sus manos, tras haber aprendido a leer en este mismo período, han dado lugar a una hermenéutica completamente nueva en la historia de la teología. Hasta ahora habían podido ser objeto de teología. Y bajo ciertos respectos convendrá que lo sigan siendo. Pues siempre será necesario que alguien piense por aquellos cuya existencia solo les ha dado para ser víctimas pasivas de un mundo que se les impone anulando incluso su subjetividad.

Pero lo realmente nuevo y extraordinario es que la teología científica se vea constreñida a tomar realmente en serio aquella sabiduría creyente del pobre con la cual vive, resiste y triunfa día a día contra un mundo aplastante. La teología latinoamericana reconoce que, en su origen, el pobre es el "primer teólogo". Que el pobre sea "sujeto teológico de su propia liberación" implica muchas cosas. Pero esta breve formulación ayuda a distinguir lo esencial de lo accidental, lo primero de lo último, el fin de los medios.

Tendrá que aclararse cómo el pobre en cuanto sujeto, es también un pueblo o varios pueblos, y como, en cuanto Pueblo de Dios, se constituye concretamente en Iglesia de los pobres. Si se pretende que el pobre sea "lugar teológico propio", será necesario reconocer que la Iglesia que arraiga en el mundo de los pobres tiene una importancia teológica mayor. Sin ella, por ejemplo, la Iglesia universal no tendría acceso al Cristo crucificado que continúa revelándose en la historia. Podrían decir cosas muy inteligentes del misterio de la cruz, pero no interpelar a los contemporáneos. Para la teología latinoamericana, no se puede conocer realmente quién es Cristo crucificado si se prescinde de quienes lo representan hoy en la historia.

El pobre latinoamericano es normalmente cristiano, por esto puede ser "teólogo". Los pobres del continente, no obstante muchos límites, tienen un valioso cristianismo. Sin su fe, inmensas mayorías no podrían vivir. Su comprensión cristiana de la vida merece respeto e ilustración. Ambas cosas. La pastoral de la tabula rasa ha podido hacer mucho daño. Es indispensable considerar que en el pobre y la Iglesia de los pobres se da en principio la plenitud de la fe de la Iglesia.

Si los pobres en cuanto sujetos de una liberación auténticamente cristiana son "lugar teológico", lo son en tanto los otros lugares teológicos de algún modo juegan un rol virtuoso en su conciencia creyente, aunque sea de un modo precario y no sin errores y, en todo caso, pueden jugarlo aún más, no en perjuicio, sino en beneficio de una praxis cristiana aún más liberadora.

Por último, que el pobre sea sujeto de su "liberación" quiere decir de un modo rudimentario que en la Teología de la liberación hubo y siempre habrá de haber, una situación de opresión y que su objetivo central es superarla. Habrán de ampliarse los ámbitos en los cuales los pobres han sido oprimidos en el pasado y en el presente. Habrá que hacerse una memoria passionis que elucide la negación social, cultural y religiosa de los pobres. En América latina, los motivos de miseria han podido variar con el paso de las décadas. El único concepto de "pobre" que a nuestro entender debe valer teológicamente hablando, es analógico. Así lo han entendido con insistencia el magisterio (Aparecida 65), y los teólogos en general.

Si la teología y la Iglesia latinoamericanas quieren evangelizar a los pobres, han de ubicarse allí donde los signos de los tiempos indican que Dios se hace presente sub contrario en situaciones colectivas inhumanas. Por lo mismo, la teología que esté al servicio de esta Iglesia, debe ofrecerle vías liberadoras. Debiera facilitarle un discurso escatológico que aterrice la llegada del reino. En América latina la teología desarrollada en el post concilio es esencialmente soteriológica. Los teólogos de la liberación, en la medida que procesan el quehacer teológico artesanal de los pobres, debieran urgir proféticamente a la Iglesia para que ella radique más hondamente en la sociedad con un discurso liberador.

El discurso pastoral que no pase por la fragua de los pobres será siempre abstracto. No servirá a la liberación de todos. Porque si no sirve a los pobres, no sirve tampoco a los que no los son.

"La más latinoamericana" de las teologías debe reconocer que no puede prescindir de otras teologías que no son "tan" latinoamericanas. Estas también hacen un aporte que, en la perspectiva del pobre, puede llamarse auxiliar. Lo mismo ha de decirse de la teología moderna occidental, de las teologías del primer mundo o de aquellas regiones donde el cristianismo recién comienza a pensarse a sí mismo en clave contextual. Todo, en principio, debiera servir. Pero no se puede pasar por alto que cuando la teología no responde a la realidad, puede ser nociva.

La ideología es un peligro que acosa a las teologías por parejo. Hacer teología europea en América latina merodea no solo con la insignificancia, sino también sustenta modos de Iglesia contrarios al emerger de los pobres como personas que debieran sentirse en la Iglesia como en su casa. La "derecha" teológica latinoamericana no es inocua. Tiene vínculos eclesiales que sabe ejercer con sigilo. La "izquierda" teológica tampoco lo ha sido. Las veces que, con buena conciencia, con ingenuidad o ambigüedad, aseguró que la praxis marxista mediaba la liberación, cometió un error.

Que la "más latinoamericana" de las teologías parte de la base de que el pobre es tendencialmente el "teólogo de la liberación" por excelencia, es la conclusión de una investigación en la que llevo años. Esta afirmación no es voluntarista. Se basa en el dato de fe que la misma Iglesia ofrece, consistente en la proclamación de que Dios opta por el pobre. Esta es la recepción latinoamericana del Concilio. ¿Se lo acepta o no? Si alguien lo acepta, puede convenir conmigo en que es pertinente plantearse cuál es la teología que mejor corresponde a ella.

Mi opinión es que si se discute el dato, la teología latinoamericana no tiene cómo llegar a existir. Porque lo que determina la posibilidad de una teología latinoamericana es que se atienda a los acontecimientos de Dios en el historia. Si auscultados los grandes signos de los tiempos de las últimas cinco décadas se descubre que el pobre ha emergido con una nueva prestancia social y eclesial, que este es "el hecho mayor" (Gutiérrez) en América Latina, tendrá que reconocerse que si alguna teología puede desarrollarse en el continente, esta tiene que pensar este acontecimiento y no otros.

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