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La emigración, ¿un problema? (II)
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El tema de nuestro tiempo

La emigración, ¿un problema? (II)

Actualizado 14/03/2015
Matilde Garzón

España, un país de emigantes.

Metida ya en la densidad de este tema, me planteo la forma de organizarlo; si me fijo en las causas, las migraciones políticas y econónomicas serían las más comunes, pero también las religiosas, las guerras, las persecuciones, las esclavitudes, las expectativas? Si me ciño a España, encontraría en cada siglo desplazamientos significativos, muchas veces de signo persecutorio. Las razones y la magnitud se ensancharían si, por la actual globalización, amplio los horizontes.

Decido referirme a España por ser lo más cercano, y porque es un ejemplo clásico de un país de emigrantes, como lo fue de atracción de pueblos Mediterráneos, africanos y europeos. Me deslizo por la prehistoria, por los pueblos de procedencia mediterránea que, sobre una población dudosamente "aborigen", colonizan la España suroriental, y por las diferentes oleadas de pueblos indoeuropeos que ocupan el Norte y Meseta. A finales del S. III a. C. los romanos unifican el territorio con su lenta e implacable conquista, expulsando o matando a unos y asimilando a la mayoria. De nuevo, desde el Norte, los llamados Bárbaros, en el siglo V d. C, desplazan la cultura decadente romana e invaden, destruyen y cristianizan, provocando nuevos movimientos de población y repoblación. Entramos en una época calificada de medieval, oscura y cristiana, de cruzadas y guerras de religión que se acentuan cuando en el s. VIII, nuevos pueblos, islámicos, penetran por Africa, en son de guerra santa. Los estandartes divinos se enarbolan por ambos contendientes y se cruzan desde Asturias, por tierras de nadie en nuestra meseta occidental. La España cristiana visigótica, se empeña en una Reconquista de siete largos siglos en los que los diferentes pueblos cristianos guerrean, se desplazan, conviven con judios, árabes, moros, almohades, almorávides y se producen mezclas que forman los pueblos moriscos, mozárabes?que tanta huella han dejado en la arquitectura mudejar y en la toponimia de nuestra franja mesetaria. Una España llena de curiosos cruces, que los Reyes Catolicos, tendrían que gobernar tras la conquista de Granada.

Los mayores éxodos y los destierros más dramáticos se producen a partir del año 1492, fecha gloriosa que todos los escolares hemos aprendido de memoria para siempre, por la conquista de América, pero también fecha siniestra por el decreto de expulsión de los judios: 165.000 judios, con quince siglos de asiento en España, cruzan las fronteras hacia el exilio para conservar la vida.

Siglo y medio después les toca el turno a 300.000 moriscos: campesinos y artesanos alfareros, metalúrgicos, albañiles, carpinteros, sastres. Tanto judios como moriscos, en variado porcentaje, se refugian en pueblos escondidos de las montañas; en nuestra provincia, comarca de Bejar y Sierra de Francia, se maifiestan conversos como delatan tantos símbolos religiosos tallados en las arcos pétreos de las puertas de sus viviendas. No obstante, hasta aquí les persigue la implacable Inquisición, buscando su exterminio. Calles y casas de Inquisición ostentan todavía estos nombres. Duele pensar en los sufrimientos de aquella pobre gente viviendo en pueblos de nuestra zona más bella, siempre a la sombra y bajo la amenaza cruel y constante del Tribunal inquisitorial.

En el XVIII, el afán persecutorio cambia de signo y 4000 Jesuitas son expulsados y desterrados por Carlos III.

Muy tumultuoso es el siglo XIX y en él se concentran bastantes exilios casi siempre de signo político: los 11.000 españoles seguidores de José Bonaparte, los "afrancesados", que en 1813 tienen que exiliarse a Francia como "traidores", muchos militares pero también intelectuales como Melendez Valdés, Moratín, Manuel Silvela, Lista...

Al año siguiente Fernando VII, desata su ira y represión contra los liberales provocando una nueva emigración política; en 1823 otra vez los liberales tienen que escapar de la represión absolutista. No cesan las represiones y los exilios correspondientes.

De una parte, las tres guerras carlistas también acarrean los correspondientes exilios. Al término de la primera en 1839, unos 28.000 carlistas se niegan a aceptar el acuerdo de Vergara y se expatrían. Por dos veces nuevas luchas conducen a dos sucesivas emigraciones, la última en 1876.

De otro lado, los progresistas demócratas tras el fracasado levantamiento del general Prim se exilian en 1866 y los republicanos, en 1874 al producirse la restauración monárquica.

Con razón dice Larra que en su época ser liberal era ser potencialmente emigrado, pero los exilios más dramáticos son los provocados por la guerra civil de 1936-1939 que en pequeña proporción he ejemplificado en mi artículo anterior, constatando el escaso o nulo interés que se ha otorgado a este importante y doloroso hito de nuestra historia reciente.

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