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Hay que ir al gimnasio
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Hay que ir al gimnasio

Actualizado 30/11/2014
Maguilio TAVIRA

Como usuario habitual que soy del Multiusos, observo complacido que cada día más se expande la cultura del ejercicio físico y se va generalizando más la idea de que mantenerse activo es necesario y saludable.

Los que estamos ya frisando los sesenta, carecimos en nuestra mocedad de esa información y, muchos más, de los recursos precisos para ponerla en práctica. Salvo algunos privilegiados, los chavales de los años cincuenta ?y no digamos los que nos precedieron en el tiempo- no tuvimos en el colegio ni en el instituto nada parecido a un gimnasio ni nada que pudiera considerarse instalación deportiva. Teníamos, sí, una asignatura que se llamaba Educación Física y que los chavales llamábamos "gimnasia" que se practicaba ?en el mejor de los casos- en un patio carente de cualquier otra cosa que el bendito suelo y, como mucho, un plinton. Allí realizábamos los ejercicios que ordenaba ?porque los mandaba hacer, no porque los clasificara racionalmente- el profesor, mientras se fumaba un pitillo. En pantalón corto y camiseta salíamos al patio, formábamos ?militarmente, sí- corríamos a la intemperie ?en el mismísimo enero de antes de los pantanos- saltábamos el potro y hacíamos "tierra inclinada" una vez a la semana. Y lo aborrecíamos, claro.

Por esa vía nos inculcaron subliminalmente ?a mí por lo menos- que la comodidad, la autoridad y el estatus venían con un ducados humeando entre los dedos: mientras tú echabas los bofes en un ejercicio irracional, desmedido, absurdo, que vivías como un castigo, el profe te miraba echando humo desde su altura distante ? y aprendimos a fumar mucho más que a ejercitarnos.

Ya en el instituto nos federábamos y hacíamos un grotesco remedo de jugar al fútbol que se describe con el simple dato de que teníamos un único par de botas para todo el equipo. El mister era el mismo profesor de gimnasia, fumador y malhumorado, que nos culpaba a todos del inevitable resultado y que ?como mención de honor- atribuía el uso de las únicas botas a la individualidad heroica que se distinguía en el campo de batalla y, en medio del partido, pedía tiempo para que se calzara las botas el que había marcado algún gol ? sin ellas. A partir de entonces, claro, los tacos irregulares y la horma deformada de las botas colectivas precipitaban al héroe desde su efímero Olimpo y no volvía a dar pié con bola.

¡Lo que ha cambiado el cuento, Caperucita!. Afortunadamente, claro. Hoy los chicos en los colegios practican varias disciplinas y aprenden técnicas y reglamentos de varios deportes, adquieren mentalidad de equipo y conciencia de que el esfuerzo personal redunda en beneficio de todos ?lo que está cerca de parecerse a la solidaridad- y que por eso hay que emplearse a fondo consciente de que los demás se van a esforzar también intensa y generosamente. Y, claro, se aprenden otros valores y se acaba por sentir que lo saludable es divertido. Y llegados aquí, el camino es más llano y practicable.

Sin embargo, para comenzar a moverse, mi generación tiene primero que vencer aquella resistencia atávica; Don Mario, Recio, Berzocana ? nos hicieron gimnastifóbicos. Es el tremendo poder y la enorme responsabilidad de todo profesor: que sus alumnos amen u odien la asignatura.

A diferencia de los chavales de hoy, nosotros lo tenemos más difícil para comenzar pero, os lo aseguro, merece la pena y no tiene nada que ver con aquella tortura que recordamos. ¡Venirse al gimnasio!: se gana calidad de vida, se pierden quilos y, creedme, ¡resulta divertido!.

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