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El castro de Las Merchanas: los habitantes silenciosos
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PASEOS Y PAISAJES DE SALAMANCA

El castro de Las Merchanas: los habitantes silenciosos

Actualizado 21/08/2014
Redacción

Una de las grandes riquezas de nuestra provincia está en su variedad de comarcas, con paisajes, gastronomía y arte que diferencian a unas de otras y que SALAMANCA rtv AL DIA recorrerá cada semana (GALERÍA FOTOGRÁFICA)

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Si hay algo que distingue a Salamanca de otras provincias es su gran variedad de comarcas, con paisajes, gastronomía y arte que la hacen única. Una riqueza al alcance de todos los salmantinos y visitantes que SALAMANCA rtv AL DIA mostrará cada semana. Propuestas turísticas que también pueden conocerse ampliamente en la web de la Diputación de Salamanca http://www.salamancaemocion.es En este paseo por la provincia, nos acercamos al castro de Las Merchanas.

Emilio Vida Matías en la revista turística de la Diputación 'emociones en Salamanca' escribe:

Hubo un tiempo nada lejano en el que el castro de Las Merchanas estaba escondido en un bosque adehesado y atreverse a conocerlo era una aventura y un riesgo. Acercarse a sus murallas implicaba adentrarse en fincas desconocidas, salvar paredes e importunar a las vacas que celosamente protegían a sus becerros. Este estado de cosas cambió en 2004, cuando los 35 miembros de la estirpe García Comerón, originaria del pueblo de Lumbrales, donaron la titularidad de los terrenos del castro por la "nada despreciable" cantidad de un euro. Eso sí, con condiciones. La principal tenía que ver con garantizar a los visitantes el disfrute de un poblado amurallado, que los arqueólogos estiman debió erigirse hará unos dos mil quinientos años.

Acceder ahora al poblado de Las Merchanas resulta fácil. Hay que llegar hasta Lumbrales y allí tomar la carretera de Bermellar. A unos tres kilómetros aparece el desvío señalizado de un camino que finaliza en un aparcamiento musealizado, donde da comienzo a la visita a pie. El estacionamiento está presidido por una escultura que homenajea a los donantes del castro. A sus pies una enigmática dedicatoria reza "Somos lo que damos", que deja al viajero cavilando sobre el efecto de aquellos actos generosos que inspiran el bien común.

Desde este punto el recorrido se salpica de propuestas interpretativas, que ayudan a entender, disfrutar y reflexionar sobre las claves de la visita. Para comenzar un hito espera al visitante, la réplica de una estela funeraria romana que esconde en su interior un iconoscopio, donde se presentan los entresijos del recorrido.

Caminamos unos diez minutos por una calleja de piedra, que corteja viejas cortinas. Se trata de un paisaje parcelado, salpicado de chozos primitivos, que aparentan estar habitados por los espíritus de los moradores del castro. Ante nosotros surge un paisaje simbólico conformado por límites, parcelas, caminos y murallas, construcciones imaginarias arraigadas en la cultura de apropiación de la naturaleza por el hombre.

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Si no abandonamos el camino, éste nos gratifica de tanto en tanto con propuestas que amenizan el recorrido; así, apenas sin divisarlo, nos damos de bruces con el Mirador del castro. Una gran roca horadada y vacía ha sido convertida en atalaya desde la que obtener la mejor visión del poblado fortificado y sus elementos arquitectónicos principales. En esta tribuna nos acompañan artefactos interactivos y audiovisuales que conforman la Estación interpretativa de la cultura castreña que, alimentada con energía solar, espera a los visitantes para que la hagan funcionar.

Desde lo alto de esta ladera arribeña cincelada por el río Camaces contemplamos la rotunda visibilidad de la arquitectura del poblado. Llama la atención su cuidado emplazamiento, elegido para dominar un área significativa de terreno, y dando preferencia al control de los accesos. Así, las barreras naturales, la disposición circular de sus murallas, las puertas, los bastiones que las flanquean y el muro romano son elementos que conformaron un asentamiento permanente y fortificado.

Abandonamos la contemplación y buscamos el río que ha esculpido un meandro que abraza el poblado y que ha tallado pendientes que resultan inaccesibles y que no fue preciso amurallar por estar fuertemente adaptadas a la orografía. Vadeamos el río por la pesquera del molino del Tío Justo que rompe su silencio de cuando en cuando con el funcionamiento de su maquinaria y el rumor del molinero y sus ayudantes.

Llegados al poblado, buscamos la sombra de unas murallas construidas por los herederos de aquellos hombres nómadas, que no sentían excesivo apego por el cultivo de la tierra y que iban de un lado a otro subsistiendo en medio del paisaje silvestre. Pero años después, en la Edad del Hierro, sus belicosos herederos se dedican con mayor ahínco a domesticar la tierra al tiempo que nuevos procesos mentales y culturales los atan a territorios concretos. Hasta el punto de que se convierten en constructores de pétreas defensas monumentales con las que manifestar de forma evidente el poder y el prestigio de unas comunidades sedentarias que comienzan a vivir y perpetuarse en un territorio propio.

Frente al viajero se abre la monumental Puerta Romana. Si la observamos con interés descubriremos la estructura primitiva de los grandes torreones que la protegían. Sin embargo, no les debió servir de mucho ante la fuerza militar y técnica de los curtidos ejércitos romanos que al comienzo de nuestra era debieron apropiarse del castro. Así lo ponen de manifiesto las sucesivas transformaciones que sufrió la puerta antes de su destrucción definitiva; de esta forma, se sustituyó el uso de aparejo por sillares, y el trazado se remodeló con paramentos complejos, adaptándose con urgencia a las necesidades bélicas, hasta el punto de llegar a utilizar en su construcción estelas del cementerio.

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Traspasadas las murallas nos damos de bruces con un sendero moderno de zahorra que enlaza los elementos esenciales de la fortificación. La primera etapa nos lleva hasta un muro romano que debió formar parte de un edificio público, en cuyos cimientos se descubrieron fragmentos de esculturas romanas de mármol italiano. Estos y otros datos han hecho pensar a los expertos que el Imperio convirtió el poblado en un bastión militar para la defensa de unos territorios preñados de minerales, necesarios para su expansión militar por el mundo conocido hasta entonces.

Siguiendo la senda encontramos con una bifurcación que nos presenta la posibilidad de bordear la muralla y así contemplar uno de los más enigmáticos relieves que los habitantes del castro grabaron en ella. Su significado nos resulta desconocido, pero quienes lo localizaron lo llamaron "Ferrari" por su semejanza con dicho vehículo de competición visto desde abajo.

Finalmente, y rodeando la muralla, llegamos a la entrada principal del castro que se la conoce como Puerta Vetona. Allí advertimos que no resulta fácil encontrar un poblado como este, que disponga de un repertorio tan amplio de elementos característicos de la cultura vetona. La visión que aparece ante nuestros ojos está presidida por un campo de piedras hincadas, que además de regular la aproximación al castro pudo tener funciones religiosas o rituales; un verraco, que apareció entre sus piedras y que dispone de un valor representativo y totémico evidente; unas murallas en talud de doble paramento con aparejos formidables y con una abertura en uno de sus lados que nos permite visualizar la manera en que fueron construidas y, para terminar, una puerta en embudo que exhibe las estrategias defensivas de sus pobladores. Finalmente, podemos imaginar cómo serían las empalizadas o almenas que previsiblemente coronaban este recinto militar único.

Todos estos elementos son una exhibición de la cohesión de una comunidad o del prestigio de la élite que lo gobernaba. En su paseo, el visitante puede preguntarse y encontrar respuestas en los testimonios vivos de la civilización a la que perteneció el poblado de

Las Merchanas.

Fotografías: Agustín Fernández Albalá

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