, 23 de junio de 2024
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El gen ahorrador (I)
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El gen ahorrador (I)

Actualizado 04/07/2014
Daniel García

Nunca hubo tantos obesos, diabéticos y candidatos a sufrir un infarto como ahora. Un fenómeno preocupante, sin duda, y que desgraciadamente va en aumento, a la par que lo hace el desarrollo económico. Esta es una de las caras negativas del progreso y de la abundancia. Una de las positivas es que la esperanza de vida de los países desarrollados es la más alta jamás alcanzada en la historia humana. Un alargamiento que se ha producido de manera más acelerada en las últimas décadas. Hasta hace apenas un siglo eran muchas las personas que no llegaban a la edad adulta, ya que antes morían víctimas de accidentes, desnutrición o enfermedades infecciosas (las cuales se desataban y propagaban con gran facilidad alentadas por las deficientes condiciones higiénicas). Como resultado, la mayoría de la población no superaba los cincuenta años de edad. Hoy, sin embargo, son numerosas las personas en los países desarrollados que llegan a los setenta y cinco años o que los sobrepasan gracias en gran medida a los antibióticos, a una buena higiene y a una alimentación abundante y variada. A cambio, se han acrecentado diversas enfermedades relacionadas con el envejecimiento, tales como algunos tipo de cáncer, diversos trastornos metabólicos (obesidad, diabetes, colesterol elevado) y, sobre todo, las enfermedades cardiovasculares (hipertensión, aterosclerosis?) y sus temibles consecuencias: el infarto de miocardio o el ictus entre otras.

Entre las enfermedades de la opulencia cabe destacar la obesidad. No en vano, una buena parte de la humanidad tiene alguno o muchos kilos de más (que es la diferencia entre el sobrepeso y la obesidad): en torno a setecientos millones de personas están por encima de su peso ideal, o sea, una de cada nueve. Y aunque la mayoría considera la obesidad sólo un inconveniente estético o un pequeño fastidio para realizar actividades cotidianas, lo cierto es que la obesidad es un problema de salud (tanto personal como pública) de primera magnitud, origen de decenas de trastornos. Un problema, además, que va en aumento. En los últimos tiempos se ha duplicado el número de obesos, y no únicamente entre los adultos, sino que cada vez son más los niños con problemas de peso. Y eso que en el mundo actual pocas cosas hay más detestadas que la gordura. Un rechazo, por cierto, que mueve enormes cantidades de dinero en métodos y productos adelgazantes, así como en alimentos light. Mientras que en el polo opuesto, no lo olvidemos, son muy numerosas las personas que pasan hambre y sufren de desnutrición, cerca de mil millones según la FAO.

Todo apunta a que las enfermedades antes reseñadas son, en esencia, el resultado de los cambios en el estilo de vida que suelen acompañar a las mejoras económicas, sobre todo en aspectos como la dieta y la actividad física. Unos cambios que fatalmente van en contra de los que conviene al organismo humano. Nuestros genes no están diseñados para la opulencia, sino para la escasez. Tampoco para el sedentarismo, sino para la acción y el esfuerzo. En realidad, los genes del Homo sapiens están adaptados a las inclementes circunstancias que se dieron en la prehistoria, pero no a la confortable forma de vida actual, caracterizada por una baja actividad física y por una dieta hipercalórica, rica en azúcares, productos refinados grasas (en especial saturadas) y sal.

En las próximas semanas seguimos con el tema; llegaremos a la conclusión de que estamos especialmente bien diseñados para el ahorro (metabólicamente hablando, claro).

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