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Mamá, me voy a Alemania
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Mamá, me voy a Alemania

Actualizado 22/02/2016
Jorge Moya

Nos seguimos yendo. La cifra de españoles que huyen de nuestro país en busca de una vida mejor, sobrepasa con mucho los 2 millones (2.183.043 a enero de 2015).

Las cifras asustan ¿verdad? Pero tenemos que ser cautos con las estadísticas. La mayoría de las personas que dejaron España el pasado año, dos de cada tres, son extranjeros con nacionalidad española. En términos generales, más de un tercio de los españoles que figuran en la Estadística del Padrón de Españoles Residentes en el Extranjero (PERE), 733.387 personas, nacieron en España, mientras que el 59,7% lo hicieron en el país en el que residen actualmente y un 6,3%, en otros estados. La mayoría de los inscritos (62,7%) están en edad laboral, un 15% tiene menos de 16 años y un 22,3%, más de 65.

Aún así, la cifra de personas nacidas en España de padres españoles que abandona el país, es muy elevada. ¿Por qué? ¿Qué les dan otros países que no les da el suyo?

Permítanme ustedes que imagine una historia que bien podría ser real. El relato comienza en una ciudad pequeña, no importa el nombre. En esa urbe bonita e histórica pero minúscula comparada con otras ciudades de nuestro país, habita un chico, llamémosle David.

David es un tipo risueño y amable, trabajador y sincero, en definitiva: bueno. Ansía sentir en su cuerpo juvenil todo lo que la vida le ofrece sin olvidar las enseñanzas de su amado padre, que se clavaron en su mente como un estigma grabado a fuego: "En esta vida hay que estudiar o trabajar".

David se inclinó por el trabajo ya que los estudios nunca fueron su fuerte. Se esforzó por aprender un oficio honrado y así poder ser útil para con sus paisanos como su buen padre le enseñó. Pero este muchacho se fue haciendo mayor, dándose cuenta cada día, que la vida que vivía no era, ni por asomo, como se la habían enseñado.

Veía cómo los políticos, sindicatos, funcionarios y demás miembros del gobierno, crecían cada vez más y más, tomando decisiones, única y exclusivamente, para su propio beneficio, haciendo con esto, que la bella ciudad de David se fuera haciendo más pequeña y más pobre, y que el esfuerzo de sus habitantes por prosperar fuera vano y sin recompensa.

Un día, el amor sonrió a David. Conoció a una chica de su misma ciudad. Era igual que él en todo excepto en una cosa: ella se había atrevido a decir basta a los políticos corruptos, a los funcionarios insolidarios y a los sindicatos vendidos y probar fortuna en Alemania y, por qué no, le había ido bastante bien.

El amor por su ciudad y sus raíces hizo, en el pasado, que David se quedara en su tierra. Pero ahora todo había cambiado, el amor de su vida le pedía que se fuera con ella. Le explicó que la vida en Alemania era diferente, los políticos se unían entre ellos a pesar de tener ideologías distintas para conseguir un bien general, e incluso dimitían si creían que con ello dignificarían el país. Los sindicatos eran fuertes y protegían al obrero y, si bien los funcionarios eran parecidos a los suyos, el sistema funcionarial era más ágil. Todo ello influía para que el esfuerzo de cada uno diera recompensas, y así poder aspirar a una vida mejor.

David, cargado de ilusión y sin dinero, le dio un beso a su familia y, sin mirar atrás, dejó su tierra con el corazón lleno de esperanza y los ojos cargados de futuro.

Nuestro país, España, es un gran país. Formado por personas buenas y trabajadoras en su mayoría. Sólo necesitamos que nuestros líderes se den cuenta de ello y tomen medidas saludables para que, chicos como David, sólo tengan que ir al extranjero de vacaciones.

"Puedes olvidar a aquél con el que has reído pero no a aquél con el que has llorado".

Buen viaje, buena vida

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