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Serenamente hilando la nostalgia
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Homenaje al poeta Félix Grande García

Serenamente hilando la nostalgia

Actualizado 13/11/2016
Raúl Vacas

"Nada me dice la a,

nada me dice la eme,

nada me dice la o,

nada me dice la erre."

Hace más de veinte años escuché por vez primera estos versos. Cuando Félix Grande García participaba en la Tertulia Poética del Ateneo de Salamanca. Eran los tiempos de Charo de Irureta, José María Sánchez Terrones, Josefina Verde, Conchita San Román, Pedro Hernández Puerto, Carlos Borrego, Isidro Marcos de Paúl y muchos otros escritores y amigos de la poesía que dejaron allí su huella.

Félix llegaba al Ateneo casi de puntillas, como el niño que estrena sus zapatos negros, y recitaba unos versos, casi siempre de amor, que anestesiaban un rato nuestros tímpanos. Desde entonces transitaron muchas palabras por su imaginación y sus papeles y desfilaron muchos castillos, reinas y peones por los tableros de ajedrez, siempre con la misma serenidad y entusiasmo. Y es que Félix tenía un corazón fuerte y lo movía sin frenos ni cirugías, a pesar del sufrimiento. "Sufrir del corazón es una suerte", nos dice en uno de sus versos.

Félix fue un poeta desde la hipófisis al calcañal. Y más aún, fue también un arqueólogo del corazón que desentrañaba en cada letra los fósiles del aire y del amor. Todo cuanto escribió está en él, en sus recuerdos. Fue y será siempre un poeta claro y directo, que sabía elegir muy bien las palabras, como si fueran uvas para un buen vino.

Y fueron precisamente esas palabras, y cuánto significan, las que conformaron una obra amplia pero a la vez liguera. Más de veinte libros de entre los que destacan La Alberca en el recuerdo, El camino del aire y Entorno a la ballesta. Pero hay un libro para mí entrañable que es "Chorro de luz" (Poemas de Candelario). Un libro que Félix presentó en el Ateneo en 1991 y del que tengo un ejemplar dedicado. Desde ese libro siempre que he vuelto por Candelario he recordado estos versos:

"Candelario está dormido

recostado en la ladera.

Ay, cómo cantan los grillos

ay, cómo las fuentes trémulas

ofrecen agua de azahar

y no hay nadie que la beba." [...]

Antes de este libro ya había un trabajo de cientos de páginas de poesía, aliñadas con los trazos y los dibujos de su hermano Severiano Grande. Y en todos ellos la tierra y el amor, una aleación espléndida que nos modela el pulso y la fatiga y el deseo. Un maleficio de ternura y de nostalgia que hace infinita cada frase y que nos blinda el corazón o lo hace agua.

Esa es la tarea del poeta. Licuar el corazón y modelar las sílabas y en esto Félix tuvo horas de oficio. Él fue un poeta que sabía escuchar y mirar. Un hombre luchador con la mirada llena de gorriones. Sólo hacía falta pararse un instante en sus ojos para saber que siempre estuvo enamorado y que vivió y lloró y quiso más allá de lo que dijo en cada letra.

"El hombre necesita ser valiente siempre, como el primero", nos dice en un poema. Él lo fue, pues arriesgó el corazón en cada verso y le buscó un nombre a cada una de sus emociones hasta lograr edificar una palabra viva y saltarina que nos recuerda a Bécquer y a Machado y nos atrapa con su música y sus imágenes:

"Quiero que mi poesía

sea para ti de oro,

como la luz soriana,

como las hojas de los chopos"

Pero al lado de esta poesía llana y sencilla hay una poesía entrenada en la metáfora, con un impacto estético y semántico sorprendente. Dice Félix:

"Sobre el silencio hay como

una ternura bárbara"

Y yo creo que es una de las mejores definiciones que se han hecho del silencio.

Félix fue hombre de palabra. Un conversador infatigable que defendió la poesía al alcance de todos y los valores más nobles del ser humano. Su herramienta diaria era el lenguaje y no había manera de parar su necesidad de comunicación.

En el prólogo de su libro En torno a la ballesta el profesor Alfonso Ortega Carmona define su poesía como una "palabra firme y tierna". "Me gusta ver con ojos de poeta", dice Félix en otra línea. Pero también una palabra fiel, comprometida, puntual, que erosiona el carácter de las cosas para darles vida.

Félix trazó como nadie la biografía del paisaje, en perfecto equilibrio con el amor. Este sentimiento estético y vital recorre cada una de las rimas y metáforas y adquiere su plenitud en el envase del soneto, malabar que Félix dominó con prodigio. Los poemas Casualidad, Todo, Placer o Llamarte cada día son buenas pruebas de ello.

Pero además de emoción y nostalgia siempre hubo en Félix un mensaje hondo, una intención de trascender su pensamiento. Y es así como en muchos de sus poemas se advierte un consejo, una recomendación, un grito modulado, una lección de vida. Porque vivir y escribir apenas se distinguen en la obra de Félix. Son ambas piedras de un mismo camino que es también del aire.

Él fue cronista de una época y un espacio que, como buen poeta, no le resultó ajeno. Félix se colaba en las calles y las vidas para tomar prestados sus paisajes y preservarlos para siempre en las palabras de sus versos:

Qué hermoso es ser poeta, ¿verdad niña?

Qué precioso es tener en la mirada,

siempre la faz del cielo

como una rosa blanca.

Qué bonito escuchar una cigüeña

machar el ajo sobre la espadaña

y correr por la sierra alucinante

para coger cerezas y probarlas.

Qué delicia poner los labios rojos

por sobre los colores de tu cara.

Gracias, Félix, por todo el ajetreo que siempre hubo en tu destino. Que nosotros tengamos para siempre un sitio en él, muy cerca de ti.

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