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Pablo VI, el Papa del Concilio y del doctorado de santa Teresa
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V CENTENARIO STJ

Pablo VI, el Papa del Concilio y del doctorado de santa Teresa

Actualizado 27/09/2020
Manuel Diego Sánchez

Pablo VI abrió paso, ya sin vetos canónicos, a la posibilidad de que determinadas mujeres santas pudiesen ser declaradas Doctores de la Iglesia

A la conclusión del Sínodo episcopal sobre la familia, el papa Francisco declaró beato a su predecesor el Papa Pablo VI, un gesto que ha tenido ciertamente gran repercusión. Fue "el que llevó el timonel de la Iglesia en los años del Concilio", así recordaba a Pablo VI el papa Francisco en su homilía de la plaza de San Pedro durante la liturgia de beatificación (19.10.2014).

Pero no sé si, al mismo tiempo, en los ambientes carmelitanos, en Ávila y en Alba de Tormes se ha tenido suficientemente en cuenta la relación que él tuvo con santa Teresa de Jesús porque, aunque nunca viajara a España, con nuestra Santa tuvo un acto de reconocimiento de gran trascendencia, el del doctorado eclesial, algo que cambió completamente la situación y abrió paso, ya sin vetos canónicos, a la posibilidad de que determinadas mujeres santas pudiesen ser declaradas Doctores de la Iglesia. Y así ha sido, puesto que después de Teresa de Jesús vinieron Catalina de Siena (1970), Teresa del Niño Jesús o de Lisieux (1997), la benedictina medieval santa Hildegardis (2012). La puerta ha quedado abierta desde entonces a la mujer para semejante reconocimiento eclesial.

PABLO VI, papa (1963-1978). Declarado Beato por el papa Francisco (19.10.2014)

Pablo VI (Juan Bautista Montini) era natural de Desio, provincia italiana de Brescia (26.9.1897). Como sacerdote entró muy pronto a trabajar en la Secretaría de Estado del Vaticano (1922-1954), recorriendo sucesivos cargos hasta que fue el Sustituto secretario de Estado, sobre todo en la etapa de Pio XII, el cual le cambió el destino, nombrándole cardenal arzobispo de Milán (1954-1963), sin duda alguna la diócesis más importante de Italia y aquella más extensa. Aquellos años de trabajo pastoral en la sede de san Ambrosio le sirvieron de maduración en su condición de obispo en contacto con la gente y con la problemática de la zona más rica y más industrializada de la nación italiana, pero también es aquella de más profunda tradición cristiana.

Hay que decir que fue siempre un hombre de cultura, pero de cultura abierta, hacia afuera y más allá de la sola italiana (p.e. estaba muy al corriente del pensamiento católico francés); pero al mismo tiempo estaba muy bien formado en el mejor pensamiento cristiano, como es el de los Padres de la Iglesia y la primera literatura cristiana, sobre todo era buen conocedor de san Agustín.

Sucesor de Juan XXIII en el papado (21.6.1963), le tocó la ardua tarea de llevar adelante el Concilio del Vaticano II que el anterior papa apenas había abierto (11.10.1962), pero sin llegar todavía a la conclusión de documento alguno. Ya en el mismo año de la elección (1963) Pablo VI proclamó la constitución conciliar de Liturgia (1º documento conciliar aprobado) porque ?decía- que lo primero era el culto y la gloria a Dios, texto programático de toda la reforma litúrgica de la Iglesia y que él dirigió personalmente y con mucha atención en cada una de sus particularidades. Y es que tenía una piedad y un alma litúrgica increíbles.

Fueron años duros aquellos del posconcilio en que se abrieron tantas brechas por lo que, en alguna ocasión, le hizo exclamar que el humo de Satanás había entrado en la Iglesia (28.6.1972). Un sinfín de incomprensiones, críticas y de sufrimiento le marcaron en todo su pontificado, que él abrió al mundo moderno. Por ejemplo, fue el primer Papa que salió del Vaticano a hacer viajes internacionales, que él llamaba "viajes pastorales" porque les consideraba una nueva forma de ejercer el gobierno de la Iglesia. Documentos importantes suyos fueron las encíclicas Ecclesiam suam (1964), Populorum progressio (1967), la Marialis cultus (1974) sobre la renovación de la devoción mariana, y otras muchas más. El magisterio de Pablo VI es de gran calidad teológica y profundidad, muy cuidado personalmente incluso en su redacción y expresión literaria. Dio muestras más que suficientes de que su palabra nacía de una intensa vida de fe y de amor a Cristo y a la Iglesia, por la que tanto sufrió. Murió en Castelgandolfo en la fiesta de la Transfiguración del Señor (6.8.1978). No es de extrañar que su figura se agigantara después de la muerte y que se abriera el proceso de beatificación en 11 de mayo de 1993, culminado ahora con el reconocimiento oficial de la beatificación por parte del papa Francisco.

Por lo que toca a nuestra intención, en distintas ocasiones dio señales más que suficientes de su amor al Carmelo y, más en concreto, a Santa Teresa de Jesús.

Para evocar algunas y, siguiendo el orden cronológico, las vamos a ir recordando.

No conviene olvidar que su elección al papado (21.6.1963) ocurre en pleno centenario teresiano, el IV de la Reforma teresiana (1962-1963), abierto por Juan XXIII y para el que se concedió la gracia del año jubilar. Lo cierra entonces Pablo VI, mandando como legado suyo al cardenal español Arcadio Larraona y concediendo la gracia especial de la coronación canónica de la imagen de san José de la iglesia del monasterio de San José de Ávila (24.8.1963).

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En la fecha de 29 de marzo de 1965, después de haberse cumplido en Roma una cuidada restauración del manuscrito teresiano autógrafo de Camino de Perfección del Carmelo de Valladolid y de la magnífica reproducción facsímil del mismo hecha por la Editorial Poliglotta Vaticana, el ejemplar restaurado fue presentado al Papa Pablo VI en una audiencia privada, en la que, además del General de la Orden (Anastasio del SS. Rosario) estaban presentes los profesores carmelitas que habían dirigido tal edición facsímil. Un hecho cultural de enorme trascendencia para la conservación de los autógrafos teresianos. Los que estuvieron presentes en aquella audiencia se acuerdan de que el papa se emocionó al tener delante esta reliquia teresiana y la tomó en sus manos, la besó y se arrodilló ante ella, diciendo: ¡Oh, el Padre nuestro de santa Teresa! Recordó ante todos sus lecturas teresianas desde joven en el seminario, e invitó a recitar juntos la ración del Padre nuestro que en forma tan magistral comenta la autora en este libro suyo. Y cuando examinó a fondo el trabajo de restauración hecho, y la edición facsímil que le regalaban, dijo al General de la Orden que había patrocinado este trabajo: Padre General, sólo un gran amor podía haber llevado a cabo esto. Era la forma de agradecer el interés del superior carmelita. Nos ha quedado alguna foto de este encuentro de Pablo VI con tan importante autógrafo teresiano, trasladado a Roma para llevar a cabo esta delicada restauración. Y aquel General de la Orden culminó su gesto de amor teresiano, regalando un relicario en plata (en forma de concha que se cierra y abre) para contener el manuscrito, como así ahora se guarda y muestra hoy en el Carmelo de Valladolid.

No tardando mucho, a lo mejor ya estaba al tanto de ello el Papa, por instancias y peticiones de diversas entidades y autoridades españolas, sobre todo académicas y literarias, Pablo VI declaró a santa Teresa PATRONA PRINCIPAL DE LOS ESCRITORES ESPAÑOLES con las letras apostólicas "Lumbrera de España" (Lumen Hispaniae) de fecha 18.9.1965. En la parte central argumenta así dicho patronato:

"LUMBRERA DE ESPAÑA y de toda la Iglesia se llama justamente a Santa Teresa de Jesús? Con oportuno acuerdo, los escritores católicos de España, cuya profesión, ciertamente nobilísima, debe emplearse cada día más y más en la salvación y bien de los hombres? han manifestado el deseo de acogerse a su patrocinio. Y así, todos los señores cardenales, arzobispos y obispos de España; los ministros de Justicia e Información y Turismo, los presidentes y miembros de las Reales Academias, los rectores de las Universidades Pontificias y civiles, los directores de Ateneos, sociedades y entidades literarias; buen número y selectísimo de escritores españoles, recordando el reciente IV Centenario de la Reforma Teresiana, Nos han rogado que nombremos PATRONA DE LOS ESCRITORES ESPAÑOLES CATÓLICOS a esta ilustrísima virgen".

Este patronato teresiano ?se entiende- recae más bien sobre los escritores en prosa, puesto que años más tarde el papa Juan Pablo II declararía a san Juan de la Cruz patrón de los poetas españoles.

El documento es muy importante, porque desde el breve de beatificación (1614) y canonización (1622), santa Teresa no había entrado en manera tan oficial y con tanta repercusión en toda la iglesia (incluso a nivel litúrgico), como hasta ahora. Años más tarde le superaría en rango y consecuencias el del doctorado eclesial.

El pergamino original de estas letras apostólicas con tal nombramiento durante mucho tiempo se exhibía enmarcado en la pared derecha del altar mayor de la iglesia del sepulcro de santa Teresa (MM. Carmelitas). Recientemente ha cambiado de lugar y se muestra en la vitrina dedicada a los Papas y santa Teresa en el espacio del museo de las reliquias, cercano a la celda de la muerte.

Se ve que tenía algo en mente respecto al doctorado eclesial de las mujeres (él había trabajado en sus años jóvenes en la curia romana del Vaticano) y estaba al corriente de las dificultades "canónicas" que surgían cuando se solicitaba esta dificultad, la última vez en el pontificado de Juan XXIII con resultados negativos. Digo esto, porque cuando el tema se lo planteó el General de los Carmelitas Descalzos, Anastasio del SS. Rosario, luego cardenal Ballestrero y arzobispo de Turín, parece como si no le pillara de sorpresa y como si él ya tuviera algo decidido y preparado al respecto. Lo mejor para conocer la prehistoria inmediata de la declaración (años 1957-1967), es acudir a las memorias de dicho cardenal Ballestrero que lo vivió en primera persona:

Recuerdo una audiencia con el Papa Juan XXIII, amable como siempre; en un momento del discurso se menciona a nuestra madre Santa Teresa. Se mostró conocedor, declaró su admiración por ella y yo, animado por sus expresiones, le dije: Santidad, ¿por qué no hace a Santa Teresa de Jesús Doctora de la Iglesia?

El Papa permaneció por un momento sorprendido y después me dice: ¿Por qué no? Pero será necesario estudiar bien las cuestiones que hay que esperar que los teólogos sacarán a debate; el que san Pablo ha dicho que las mujeres deben callarse (1Cor 14,34).

-Pero, le dije, Santidad, eso no me parece un gran argumento.

-Que lo estudien. Tome contacto con la Congregación competente y que lo estudien.

Con toda la discreción, me dijo que lo haría, que encargaría a un teólogo y a un biblista para que estudiasen el tema, con el fin de llevar una primera reflexión seria sobre esta cuestión.

¡Pero el Papa murió! [3.6.1963] ¿Qué hacer ahora?

En una de las primeras audiencias tenida con Pablo VI, un día cargándome de valor, le dije: Santidad, creo que es mi deber informarle que con el Papa Juan hemos hablado en torno al Doctorado de Santa Teresa de Jesús.

-Cuénteme.

Le referí cómo estaban las cosas con el Papa Juan. Pablo VI me escuchó con atención y al fin del discurso, mirándome con aquél modo espontáneo que tenía, me dijo: ¿Y el día que hayamos hecho a Santa Teresa de Jesús Doctora de la Iglesia, qué problema de la Iglesia habremos resuelto?

No respondí nada, pero me dije a mi mismo: ¡La cuestión está zanjada!

Pasó el tiempo y volví a ver al Papa varias veces. Y finalmente, un día, después de una audiencia que fue bastante complicada por diversos motivos, el Papa me dijo:

-Y ahora una buena noticia. He pensado en aquello que me había dicho, lo he reflexionado, he rezado, y le digo: Haré a Santa Teresa de Jesús Doctora de la Iglesia.

Fue una sorpresa. No me lo esperaba. Le di las gracias, pero el Papa me dijo:

-Sin embargo, Padre, si hacemos doctora sólo a Teresa de Jesús habrá muchos que murmuren por hacer esta excepción. Me debería encontrar otra Santa, para hacer al menos dos. Yo pensaría ?decía el Papa- en una gran abadesa benedictina del medioevo: Hildegardis, Matilde?Veamos.

Cogido de sorpresa, le dije:

-Santidad, tengo otra idea.

-La diga.

-¿Y si escogiéramos a Catalina de Siena? Una gran contemplativa, con un Diálogo que es un documento de un profundo valor teológico y de fe; una enamorada de Cristo como pocos, pero sobre todo su magisterio de las obras en la fe de la Iglesia, en defensa de la Iglesia, en defensa del Papa? Me parecería que Catalina tenía el genio femenino del doctorado eclesial.

El Papa estaba de acuerdo.

Al fin de mi alegato a favor de Catalina de Siena, me dijo:

-Bien, ahora vaya al Padre General de los Dominicos, y le diga que el Papa quiere hacer a Santa Catalina de Siena Doctora de la Iglesia.

¡Os podéis imaginar mi profunda alegría!

Fui a visitar al Padre Aniceto Fernández, entonces era el Maestro General de la Orden de los Predicadores, óptimo amigo mío, y le dije:

-Padre, le traigo una estupenda noticia.

Me escucho y me dijo:

-¡Pobre de mí! ¡Lo que me faltaba!

- ¡Pero no es un desastre!, le dije.

-No es una desgracia, pero sí ¡es una desgracia! No estamos preparados.

- ¡Y os prepararéis!

Y fue así. El momento de decidir cuándo y cómo, se le había sugerido al Papa de hacerlo en una sola ceremonia, proclamando a las dos juntas Doctoras de la Iglesia. Pero el Papa fue inconmovible, y me dijo:

-No, un domingo Teresa, la primera. El domingo siguiente Catalina, la segunda.

Y sucedió así.

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Estos detalles, que no son muy conocidos, los cuento por primera vez, porque el tiempo pasa y es justo que se haga memoria de los acontecimientos. Y también porque puedo decir con todo el corazón que el Doctorado de Teresa de Jesús, a nivel de acontecimiento humano, pertenece un poco a aquellas iniciativas que por amor a la Orden, por amor a Teresa, han caracterizado mi vida (Recuerdos del P. Anastasio del Santísimo Rosario, General de los Carmelitas Descalzos, luego cardenal A. Ballestrero, arzobispo de Turín en Italia).

Ya sabemos entonces que el detonante más eficaz del doctorado teresiano fue esta intervención personal del P. Anastasio, genovés de nacimiento, un General de la Orden que repitió mandato y gobernó al Carmelo Teresiano durante 12 años, dentro de los cuales ocurrió el IV centenario de la Reforma Teresiana (1962-1963), razón por la que visitó varias veces Españas y pasó por todos los conventos de frailes y monjas, sin excepción. En Alba de Tormes estuvo en bastantes ocasiones, la última como legado papal de Juan Pablo II para abrir el IV Centenario de la muerte de la Santa (114.10.1981). La entrevista papal aquí narrada debió ocurrir en torno al 1966, justo en el último año de su generalato. Ahora podemos añadir la noticia que muerto como arzobispo emérito de Turín, en este año del 2014 ha sido introducida su causa de beatificación.

Todavía tuvo Pablo VI una intervención muy especial para el Carmelo con motivo del Capítulo general que había elegido al nuevo superior general, el español Miguel Ángel de San José en sustitución del P. Anastasio, el cual sería el General al que le tocó la suerte del doctorado eclesial teresiano.

Recibió en audiencia privada al grupo numeroso de frailes que estuvieron participando en dicha reunión capitular (22.6.1967) y para la ocasión tuvo un discurso memorable, que caló y dejó huella en la vida de la Orden por su contenido y por la llamada que hizo a vivir las dimensiones fundamentales del carisma teresiano recibido de santa Teresa. Tan importante es, que una buena parte del mismo se incluyó como segunda lectura del Oficio en la solemnidad de la Virgen del Carmen (16 de julio). Entre otras cosas recordaba que el árbol vive de la raíz. Y no hay duda de que vuestra raíz más vital es la enseñanza de Santa Teresa, válida para frailes y monjas, por lo que la oportuna adaptación no debe contradecir o deformar la fisonomía religiosa característica que una tal Reformadora-Fundadora ha impreso en el Carmelo. Pero quizás los párrafos más llamativos no eran éstos precisamente, sino otros en los que recordaba la urgencia del servicio a la Iglesia, incluso cuando los carmelitas son llamados para tareas especiales. El discurso venía muy a propósito en momentos delicados como eran aquellos, cuando el carisma teresiano se estaba repensando como un encargo del Concilio Vaticano II con ese mandato de vuelta a los orígenes, una tarea que en aquellos años provocó mucho estudio, contraste, discusiones y hasta diatribas dentro de la familia carmelitana.

Quizás el párrafo más significativo del discurso es éste, llamando a repetir la experiencia eclesial teresiana:

"Al fin os sucederá como a Santa Teresa, que percibiréis de tal manera las necesidades de la Iglesia y los males de la sociedad, que no sólo no haréis de ellos motivos de fuga, sino que os servirán de incentivo espiritual, para concebir toda vuestra entrega al amor de Dios como ejercicio del amor al prójimo".

El anuncio oficial del doctorado, todavía antes de los trabajos previos de estudio y documentación exigidos y conducidos por la Congregación de Ritos, el dicasterio romano encargado de estos asuntos, el Papa lo hizo en un clima que no tenía nada de carmelitano y que no parecía el más adecuado. Todo lo contrario. Se estaba celebrando en Roma el III Congreso de apostolado seglar, y justo el día conclusivo que coincide con la fiesta de Santa Teresa (15.10.1967), pronunciando el discurso de clausura en la basílica de san Pedro, Pablo VI sorprende a todos al final del mismo con estas palabras:

"¿Quién estuvo más 'comprometido' que la gran Santa Teresa, festejada cada año en este día del 15 de octubre? ¿Y quién, más que ella, supo encontrar su fuerza y la fecundidad de su acción en la plegaria y en una unión con Dios de todos los instantes? Nos nos proponemos reconocerle a ella un día, igual que a Santa Catalina de Siena, el título de Doctora de la Iglesia".

Naturalmente, estas declaraciones de Pablo VI, concomitantes a esos trabajos preparatorios de carácter histórico, teológico y hasta canónico, sorprendieron a todo el mundo y provocaron una gran alegría, porque en el fondo se intuía como una apuesta firme de la Iglesia, después del Concilio Vaticano II, a favor de hacer más palpable y concreto el rol que la mujer desempeña en la Iglesia, incluso con el carisma de un magisterio espiritual.

Y así se fueron dando todos los pasos pertinentes para la formalización del doctorado teresiano: La Congregación para las causas de los santos, después de siglos de posición negativa, declaraba que no había inconveniente para conferir el título de doctor a aquellas mujeres que con su santidad de vida y eximia doctrina trabajaron en bien de la Iglesia (20.12.1967); una declaración que tuvo que pasar por la formalidad de la aprobación papal, y así éste luego dio su conformidad (21.3.1968). La misma Congregación para las causas de los santos reconocía que ese título se podía otorgar a santa Teresa, y que por lo tanto era digna de él (8.5.1969), como así lo ejecutó acordando que fuera inscrita en el catálogo de los Doctores de la Iglesia (15.7.1969). Ya finalmente Pablo VI aprobó todas estas determinaciones de la curia romana (21.7.1969), y así se pudo proceder al acto del reconocimiento oficial del doctorado, presidido por el mismo Papa en la basílica vaticana y que, por deseo personal de él, primero sólo fue concedido a santa Teresa, y después a santa Catalina de Siena.

7 - Tenemos buenas crónicas de aquel día memorable, además de todos los periódicos nacionales, porque no dejaba de ser española la primera doctora de la Iglesia; incluso hay un boletín específico a ciclostil con información de todo el año del doctorado, porque ?no se olvide- aquella circunstancia especial para toda la Iglesia, para el Carmelo y para España no fue vivida intensamente sólo durante el mes de septiembre 1970, sino que se prolongó a lo largo del tiempo como un año jubilar dedicado a celebrar el doctorado eclesial de Santa Teresa.

La basílica de San Pedro del Vaticana apareció abarrotada de fieles en esa mañana del 27 de setiembre de 1970, en buena parte eran peregrinos españoles, presididos por una representación oficial del más alto nivel que estaba encabezada por los entonces Príncipes de España, Don Juan Carlos y Doña Sofía.

Apenas comenzada la misa, en la que el Papa era asistido y ayudado por religiosos carmelitas descalzos, después del canto del Kyrie, hizo la petición del doctorado para Santa Teresa un prelado español de la curia romana, monseñor Pablo Puente, con unas palabras en lengua española que poco más o menos resumían las de la carta apostólica "Multiformis sapientia Dei", el texto oficial papal del doctorado. Escuchada dicha petición por el Papa y toda la asamblea, después de unos minutos de silencio, Pablo VI leyó en latín la solemne fórmula del doctorado eclesial, que decía literalmente así:

Itaque, certa scientia et matura deliberatione, deque apostolicae potestatis plenitudine, Sanctam Teresiam a Jesu, Virginem abulensem. Eclesiae Universalis Doctorem declaramus.

En lengua española dice: Así pues, con ciencia cierta y madura deliberación, y con la plenitud del poder apostólico, declaramos a Santa Teresa de Jesús, virgen abulense, DOCTORA DE LA IGLESIA UNIVERSAL.

Naturalmente, tal declaración fue oída por todos los asistentes en pie y acompañada de un largo aplauso.

Fue en la homilía, parte pronunciada en español y parte en italiano, donde desarrolló con palabras inspiradas, el significado eclesial e histórico de lo que se estaba cumpliendo en ese día. Y comenzó de una forma extraña, para llamar la atención de los oyentes, casi como si hubiera sido un error suyo de apreciación:

"Acabamos de conferir o, mejor dicho, acabamos de reconocer a Santa Teresa de Jesús el título de Doctora de la Iglesia".

Era afirmar que se había cumplido un acto de justicia con esta mujer, ya que desde siempre era leída y venerada como tal, como maestra espiritual de los creyentes, aunque oficialmente nunca se le hubiera dado o reconocido tal título. Por eso reconocía la trascendencia del momento "en el hecho que acabamos de grabar en la historia de la Iglesia y que confiamos a la piedad y a la reflexión del Pueblo de Dios, en la concesión del título de Doctora a Teresa de Ávila, a Santa Teresa de Jesús, la eximia carmelita". Y lo calificaba como de un acto luminoso que proyectaba un haz de luz sobre ella y sobre nosotros.

Tal título en favor de la Iglesia suscitaba de inmediato una pregunta que el Papa trató de responder:

"De dónde le venía a Teresa el tesoro de su doctrina? Sin duda alguna le venía de su inteligencia y de su formación cultural y espiritual, de sus lecturas, de su trato con los grandes maestros de teología y de espiritualidad, de su singular sensibilidad, de su habitual e intensa disciplina ascética, de su meditación contemplativa; en una palabra, de su correspondencia a la gracia acogida en su alma extraordinariamente rica y preparada para la práctica y para la experiencia de la oración.

¿Pero es ésta la única fuente de su eminente doctrina? ¿O acaso no se encuentran en Santa Teresa hechos, actos y estados en los que ella no es el agente, sino más bien la paciente, o sea fenómenos pasivos y sufridos, místicos en el verdadero sentido de la palabra, de tal forma que deban ser atribuidos a una acción del Espíritu Santo".

Esto le dio ocasión para analizar con mucha finura de penetración el fenómeno místico que se da en santa Teresa que, aun con las notas complejas de un acto humano y psicológico, sin embargo teológicamente se resuelve en el ideal de la unión con Dios en esta tierra, y que "se convierte en luz y sabiduría, sabiduría de las cosas divinas y sabiduría de las cosas humanas". Por eso, para Pablo VI ella es sobre todo maestra de oración, el camino que conduce a ese conocimiento divino y a esa unión con él. Y esa es la enseñanza propia de ella que reconoce este doctorado: maestra de oración en la Iglesia. Doctora en la experiencia orante y en la enseñanza de este camino. Y así lo remachaba: "Esta es la luz hecha hoy más viva y penetrante, que el título de Doctora conferido a Santa Teresa reverbera sobre nosotros".

Todavía se entretuvo explicando el porqué se ha superado con este acto una interpretación estrecha del mandato paulino (1 Corintios 14,34) que impedía la enseñanza a las mujeres en la Iglesia; no ha sido una violación del mismo, sino una ocasión propicia para profundizar en él, con el fin de que se entienda en su verdadero sentido, y que el Papa retiene sea sólo el de que la mujer "no está destinada a tener en la Iglesia funciones jerárquicas de magisterio y de ministerio". Y esto no es un menosprecio a la sublime misión que la mujer tiene en la Iglesia.

En esa memorable jornada de domingo tuvo varias ocasiones en que siguió hablando de la nueva doctora, como fue después de la misa contemplando los regalos que le hicieron con motivo de esta circunstancia, y así decía al General de los Carmelitas Descalzos: "Estamos muy contentos de haber declarado hoy a Santa Teresa Doctora de la Iglesia. Su enseñanza es muy oportuna para el día de hoy. Verdaderamente ha sido el reloj de la Providencia a marcar la hora de Santa Teresa. Ella nos ha enseñado el camino principal de la oración y de la comunión con Dios. Su doctrina sobre la oración es este camino principal hacia la unión con Dios. El resto son senderos, que no sirven si no conducen al camino más importante. El Espíritu Santo quiere que volvamos sobre este camino principal: la oración, la comunión con Dios, la vida interior. Esta es la lección de Santa Teresa, Doctora de la Iglesia".

Desde luego la homilía resultó un texto importante del magisterio papal, y uno de los mejores que los Papas han construido sobre la figura y misión de santa Teresa en la historia y en la Iglesia. Y con el tiempo este texto adquiere más solera y más importancia, y hasta lo leemos y entendemos mucho mejor hoy día.

Otro documento importante de este mismo día 27 de septiembre del 1970, como ya dijimos, fue la carta apostólica "Multiformis Sapientia Dei", firmada por el Papa y con la queda inscrita oficialmente la Santa en el catálogo de los Doctores. Digamos que éste es el documento oficial del doctorado de santa Teresa (uno de los originales de esta carta apostólica se expone en el museo teresiano de los Carmelitas Descalzos de Alba).

Partiendo del hecho de que ha sido reconocida siempre como guía y maestra por santos y tantos maestros y doctores de la Iglesia, hasta el punto de que su doctrina se constituyó en un magisterio seguro no sólo para la vida espiritual de los fieles, sino también para la ciencia teológica que hoy se denomina Teología espiritual, se hace un repaso a lo largo del documento por santos, teólogos y Papas que la consideraron como tal, pero insistiendo más aquí en la doctrina de la presencia de la humanidad de Cristo y de su misterio para la espiritualidad y la mística cristianas, como la mejor aportación suya.

8 - Como añadido a este día memorable, hay que recordar que en Alba de Tormes, por la tarde, se celebró de una manera especial el acontecimiento porque además, ese año 1970 coincidía con la apertura del IV centenario de la fundación del convento de las monjas por la misma santa Teresa.

En el programa oficial organizado por la Hermandad de santa Teresa de Alba, se prevé un triduo (27,28 y 29 septiembre 1970) predicado por el sacerdote salesiano y rector del teologado de Salamanca, Don Jose Rico. Por cierto, aquel programa con pastas de cartón amarillo dorado, estaba prologado y cerrado por un amplio e inspirado texto del poeta carmelita Francisco Soto del Carmen. Pero el acto más emotivo fue el del mismo día del Doctorado, por la tarde, con una misa solemne, y después de la cual, se dice en el programa, vendría: "La imposición del birrete a la imagen de la Santa tendrá lugar después de la misa concelebrada (que presidirá una jerarquía de la Iglesia), a las 17,00 horas, en la Iglesia de la Anunciación, en solemnísimo acto, en el que se dará lectura al documento vaticano por el que se proclama a Santa Teresa de Jesús "Doctora de la Iglesia".

Tuve la dicha de asistir aquella tarde al acto religioso, y atestiguo que la misa fue presidida por el arzobispo dimisionario de Valladolid, Don José García Goldáraz (el obispo salmantino estaba en Roma), el cual también fue el encargado de imponer el birrete de Félix Granda (1922), no a la imagen, sino encima del mismo sepulcro teresiano, para lo cual entró en clausura y, desde el camarín interior del sepulcro, una vez abierta las puertas y la reja del mismo, colocó el birrete doctoral sobre un almohadón de terciopelo en un ángulo del sarcófago de mármol, ante toda la multitud que llenaba la iglesia y que en aquellos momentos reaccionó con un sentido y emocionante aplauso. Fue como el refrendo en Alba y en el mismo sepulcro teresiano, de aquella proclamación que el Papa había hecho por la mañana en Roma. Pero merece la pena reproducir la crónica del acto que recoge el boletín nacional del doctorado teresiano:

"El día 27 de septiembre, en una solemne concelebración, presidida por el arzobispo dimisionario de Valladolid, Mons. García Goldáraz, en la que predicó el rector del teologado Salesiano de Salamanca, Don José Antonio Rico, fue conmemorado el acto que Pablo VI había celebrado en Roma esa misma mañana. Después de la misa, una solemne procesión penetró en la clausura y se dirigió hacia el camarín donde está el sepulcro de la Santa; acompañaban al prelado oficiante, los secretarios de las universidades civil y pontificia de Salamanca que portaban el precioso birrete doctoral arriba mencionado; se abrieron las rejas de plata [sic] del camarín y el señor arzobispo, con la emoción que el acto revestía en ese momento, cara al pueblo que abarrotaba el templo, depuso sobre el sepulcro de la Santa, a la altura de la cabeza, el birrete de Doctora de la Iglesia" (nº 4, p. 52 [19]).

Fue una jornada memorable con la que el pueblo de Alba culminó el acto romano y escenificó sobre el sepulcro teresiano el gesto papal de aquella misma mañana.

- Todavía Pablo VI tuvo un recuerdo especial para Santa Teresa algunos años más tarde con ocasión de la publicación de la encíclica papal "Gaudete in Domino" acerca de la alegría cristiana (9.5.1975). Allí menciona a la Santa como aquella que entre los santos de Occidente han creado escuela en el camino de la santidad y de la alegría cristiana, junto a otra santa Carmelita, Santa Teresa de Lisieux (c. IV).

Todo este recorrido por la trayectoria vital del gran papa Pablo VI, hoy ya beato, tenía el objetivo de recordar y poner de manifiesto su osadía al hacer doctora de la Iglesia a Santa Teresa de Jesús, la primera mujer que recibió este título y reconocimiento eclesial. Pero también nos ha servido para darnos cuenta de que no se trató de un acto aislado dentro de su pontificado, sino el acto más solemne dentro de otros tantos momentos en que también habló de la santa mística carmelita. Verdaderamente percibió la importancia de esta mujer para la vida de la Iglesia de todos los tiempos, se demostró devoto y lector de ella y, una y otra vez, nos llamó la atención evocando su figura y doctrina.

Manuel Diego Sánchez, carmelita

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