Comienzo utilizando el adjetivo "posibles" en este tema para señalar que todas las afirmaciones que pueda hacer sobre ello son puras hipótesis, basadas en mi observación y en mi formación general de psicólogo. Hay una ausencia prácticamente total de estudios sobre las consecuencias psicológicas de la pandemia en los niños por dos motivos: primero, porque aún no ha habido tiempo material para realizarlos ( estamos todavía sufriéndola) y segundo porque es la primera vez, desde que existe la disciplina académica de PSICOLOGÍA INFANTIL, que la humanidad sufre una pandemia de estas características. Son las universidades, los lugares para la investigación; pero aún nuestras universidades están intentando una vuelta a la normalidad, después de su parcial clausura en marzo pasado.
La primera impresión sobre cómo los niños están "metabolizando" tal cúmulo de experiencias de las que están siendo testigos es que, en términos generales, les está siendo muy difícil lograr una comprensión mínima de este complicado fenómeno sociosanitario: si a la población adulta le está resultando dificilísima una comprensión coherente con las numerosas informaciones sobre el Covid19 que diariamente estamos recibiendo, ¡qué será la población de niños, con menos maduración emocional y cognitiva que los adultos!. Pues la población adulta, en resumen, está dividida entre dos polos en cuanto a la naturaleza de este nuevo virus: entre los cercanos a considerar el coronavirus como un monstruo poderosísimo contra el que tenemos pocas y deficientes armas y sí mucho miedo, y entre el grupo, en el otro extremo, que tiende a negar la realidad de la pandemia, a hablar de conjuras en su origen a escala planetaria y a negar utilidad alguna del uso de mascarillas y menos aún del aislamiento social.
Si los adultos, que somos el modelo de conductas y orientadores de la población infantil tenemos tan poco claro, ni el origen, ni el desarrollo, ni el futuro de la pandemia, difícilmente podemos trasmitir un mínimo de tranquilidad en este tema a nuestros hijos, nietos o alumnos. Hablarles de un "bichito" tan mortífero o dañino que podemos tener dentro y pasárselo a los demás, no parece que pueda tranquilizar a ninguna mente infantil.
Hagamos la lista escueta de acontecimientos más importantes en la vida de un niño que les han sucedido desde el pasado mes de marzo:
Obviamente la edad concreta de cada niño, el consiguiente grado de maduración en la comprensión, en el lenguaje, en el control de sus emociones, etc. modula decisivamente el mejor o peor manejo de estas decisivas experiencias: no es lo mismo una niña o niño de 3 años, que de cinco, ocho o diez años. Cada edad tiene unas herramientas, o ausencia de ellas, distintas, y por lo tanto un diferente manejo de la realidad. Pero ningún niño se ha visto ni se sigue viendo libre de elaborar en su mundo interno todas las experiencias que, más traumáticamente o menos, le rodean y le conciernen.
En el futuro inmediato, en la psicología clínica infantil, en psiquiatría infantil, en la psicología del desarrollo, hay numerosas tareas terapéuticas y de investigación sobre los muy probables nuevos síntomas psicopatológicos. Nunca hay que subvalorar la salud mental y menos aún, la salud mental en la infancia: el prejuicio de que "los niños no se enteran" pertenece a la prehistoria: al revés, los niños son más vulnerables que los adultos ante cualquier acontecimiento social traumático.
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