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El siglo maldito (y II)
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El siglo maldito (y II)

Actualizado 20/04/2020
Rubén Martín Vaquero

En el siglo XIV las zonas fronterizas con los reinos moros, donde las cabalgadas, razzias y aceifas roían vidas y sueños, las propiedades no las quería nadie porque además de ocuparlas había que defenderlas. Entonces recurrieron a las Órdenes Militares[1] que fueron las que recibieron estas tierras pardas de manos de los reyes. El latifundismo de buena parte de la geografía española tiene su origen en estas reparticiones de tierras.

Pero hasta los territorios de infieles se acaban y la nobleza, que nació con un destino de corso y frontera, no encontró nuevas propiedades que sus avarientos puñales echasen a las alforjas, ni los eclesiásticos pudieron engordar el santo patrimonio de Dios con más cenizas. Los privilegiados tuvieron que buscar otras fuentes de ingresos.

Fue entonces cuando los nobles y el alto clero volvieron sus ambiciosos ojos hacia adentro y se lanzaron a una explotación feroz de los campesinos de sus señoríos y parroquias. Y los siervos y feligreses, que en muchos casos estaban adscritos a la tierra y no podían abandonarla, escapaban de noche siguiendo una consigna secreta que rodó por la Península como un trueno de verano: ¡El aire de la ciudad te hace libre!

Esa fue otra perversa conjunción de los astros. Los afanosos oligarcas tuvieron que asistir al crecimiento de las ciudades, cada vez más ricas y poderosas, que los reyes utilizaban para afianzar su poder en contra de ellos. Tiempos de desaliento. Y como en los señoríos, concejos y ciudades de realengo los nobles y eclesiásticos no tenían ninguna jurisdicción, su codicia los empujó a la rapiña. Aprovecharon los momentos de debilidad de los reyes, sus minorías de edad y los momentos de orfandad del trono. Y cuando la solidez de la monarquía les impedía el robo, arañaban raposamente las ascuas linderas de los alfoces concejiles, cambiando los mojones de sitio a su favor miserable.


[1] Instituciones que comparten el modo de vida religioso con el militar. Destacan para Castilla las de Santiago y Calatrava y para Aragón la de Montesa.

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