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Monseñor Romero, el padre de los pobres.
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Monseñor Romero, el padre de los pobres.

Actualizado 16/08/2017
Juan Antonio Mateos Pérez

Yo quisiera hacer un llamamiento, de manera especial, a los hombres del ejército. Y en concreto a las bases de la Guardia Nacional, de la policía, de los cuarteles... Hermanos son de nuestro mismo pueblo. Matan a sus mismos hermanos campesinos. Y ante una

Cada continente tienen sus propios santos, también América, miles de peregrinos se pusieron en camino para celebrar los 100 años del nacimiento del beato Óscar Romero. El obispo de los pobres del Salvador, nació un 15 de agosto del año 1917 y muere por el disparo de un francotirador desconocido del llamado escuadrón de la muerte, mientras oficiaba una misa en la capilla del hospital de cáncer La Divina Providencia en 1980. Su muerte fue uno de los detonantes de un conflicto que asoló El Salvador durante doce años y, que dejó unos 75.000 muertos y más de 8.000 desaparecidos. Todavía hoy el pueblo salvadoreño se pregunta quién mató a monseñor Romero y que acaba de reabrir el caso de su asesinato, entre la impotencia y la esperanza.

Monseñor Romero fue uno de los grandes defensores de los Derechos Humanos en América, escuchaba las injusticias del pueblo, creando la Oficina de Socorro Jurídico, más tarde la Oficina de Tutela Legal, para que investigase la certeza de los hechos y así poder defender a la gente más necesitada de los abusos. Óscar Romero no quiso servir a dos señores, el dinero o la persona, se puso del lado del pobre, de los Derechos, no solo desde una ética de los valores democráticos en defensa de los "sin voz", sino desde el Evangelio. El "obispo de los pobres" no solo investiga y denuncia, dará un giro a su apostolado hacia posiciones de la Iglesia que emanaron del Concilio Vaticano II y los documentos de las Conferencias de los obispos de América Latina. Una pastoral que sostiene y anima a los más pobres a organizarse, para que se promovieran, que fueran inconformes y lucharan por superarse. Les comentaba que trabajaran y lucharan por los derechos en la medida de las posibilidades de sus esfuerzos económicos y sociales.

La muerte del jesuita Rutilio Grande, primer sacerdote asesinado en El Salvador en 1977 y amigo personal de Monseñor Romero, lo sacudió espiritualmente y le abrió los ojos del corazón y de la fe, viendo la realidad empobrecida de su país, con unos nuevos ojos, los de la misericordia de Dios. El arzobispo escucho el clamor de los pobres como los profetas del Antiguo Testamento y a partir de ese momento les acompaña y busca la justicia desde el Evangelio, "Te desposaré conmigo en la justicia y en el juicio, en la gracia y en la ternura; te desposaré conmigo en la fidelidad" (Os 2,21). Con signos proféticos y con la voz alta, quiso mostrar, en medio del pueblo que sufre, que "otro mundo es posible", basado en la solidaridad y en el compartir, donde ya no haya pobres (Dt 15,4), y donde cada uno puede desarrollar sus posibilidades. Mujeres y hombres de nuestro mundo, hundidos en su pobreza y necesidad siguen gritando su dolor y piden justicia como Monseñor Romero, piden dignidad, salud, trabajo, educación, libertad, derecho a ser refugiado en cualquier territorio, buscan una vida digna y humanizada.

Un 24 de marzo de 2015, 35 años después de su asesinato, el papa Francisco beatificó a Óscar Arnulfo Romero ante 300.000 personas, calificándolo como "ejemplo de siervo de Dios" y "padre de los pobres". En una de sus audiencias comentaba la alegría de su beatificación, "Pastor bueno, lleno de amor de Dios y cercano a sus hermanos que, viviendo el dinamismo de las bienaventuranzas, llegó hasta la entrega de su vida de manera violenta, mientras celebraba la Eucaristía, Sacrificio del amor supremo, sellando con su propia sangre el Evangelio que anunciaba". Denunciaba Francisco, que su martirio no terminó con su muerte, fue calumniado, difamado, ensuciada su memoria y testimonio después de su asesinato, incluso por hermanos suyos en el sacerdocio y en episcopado. "Ahora ya creo que casi ninguno se atreva pero que después de haber dado su vida siguió dándola dejándose azotar por todas esas incomprensiones y calumnias. Eso a mí me da fuerza, solo Dios sabe. Solo Dios sabe las historias de las personas y cuántas veces, a personas que ya han dado su vida o que han muerto, se las sigue lapidando con la piedra más dura que existe en el mundo: la lengua". En la audiencia sostenida con la Conferencia Episcopal de El Salvador, el pasado 20 de marzo, el Papa Francisco expresó su oración por El Salvador y por la pronta canonización del Beato Óscar Arnulfo Romero.

Años silenciado en su cripta, pero reivindicado en las calles de El Salvador y por muchos cristianos del mundo, hoy es reconocido en Roma, no solo su persona, también su obra teológica y social, puede ser un referente para el siglo XXI. En la víspera de su asesinato comentó que "He sido frecuentemente amenazado de muerte. Debo decirle que no creo en la muerte sin resurrección. Si me matan resucitaré en el pueblo salvadoreño". Óscar Romero sigue gritando en los pueblos pobres, que clama su dolor y el hambre, la pobreza y sus muertos, sean por las lluvias o la inmigración. "Querían que callara para siempre" ha dicho Monseñor Vincenzo Paglia, postulador de la causa de santificación en el 25 aniversario de su asesinato. Quienes lo mataron quisieron acallar la voz de todo un pueblo, de todos aquellos que sufren y no tienen voz. Debemos rescatar el pensamiento religioso, económico, social y político de Óscar Romero, para seguir construyendo un mundo más justo, solidario, equitativo y habitable para todos. Apropiándome de las palabras de una de sus homilías, mientras no tengamos hombres nuevos, no tendremos un mundo mejor, libre, verdaderamente independiente, porque la verdadera esclavitud está ahí en el corazón.

Monseñor Romero, el padre de los pobres. | Imagen 1

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