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La vida y el cuerpo
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La vida y el cuerpo

Actualizado 29/01/2017
Redacción

"Cada niño, al nacer, nos trae el mensaje de que Dios no ha perdido todavía la esperanza en los hombres". Esta frase de Rabindranath Tagore ha sido mil veces repetida, El nacimiento es siempre un misterio, aunque los que repiten esa frase piensen en Dios imaginándolo de formas muy diversas.

Todo nacimiento nos acerca necesariamente al misterio. Todas las culturas han atribuido el surgimiento de la vida a fuerzas superiores. Los padres que han deseado largamente tener un hijo, seguramente conocen muy bien los datos biológicos correspondientes. Pero su amor está por encima de esos datos.
Ante el bebé que viene al mundo, los padres han de preguntarse qué cable invisible los ha conectado con el misterio. El misterio de la vida. El misterio de esa nueva vida. Y, a fin de cuentas, el Misterio insondable que da origen, orientación y sentido a toda vida que llega a este mundo.
Pero la pregunta no se refiere sólo a la vida, tan difícil de definir y encasillar. Ante los ojos de los padres, de los familiares y de los amigos se mueve un cuerpo humano que reclama atención y ternura. Un cuerpo que no puede ser despreciado ni descartado. Un cuerpo que revela la dignidad de la persona, con independencia de su tamaño o de sus rasgos concretos.
Nacer es presentarse en sociedad con un cuerpo que requiere espacio para situarse y un tiempo que, en adelante va a ser el suyo. Decimos que ha venido al mundo. Pero ese bebé ya estaba en el mundo. Un velo tan frágil como fuerte lo apartaba de nuestra vista, pero no le impedía percibir los sonidos de su familia.
El recién nacido no se ha hecho a sí mismo. Ese cuerpo es el último resultado de fuerzas y afectos que vienen de muy lejos. Es heredero de una larga cadena de testigos de la vida. Parece que llega mendigando alimento y limpieza, caricias y días y noches de desvelo. Pero llega exigiendo con todo derecho una herencia que viene de generación y generación.
Su cuerpo es dádiva y exigencia. Es oferta y demanda. Es recordatorio de nuestros deberes y de nuestra responsabilidad. Ese cuerpo es una ventana minúscula al Misterio mayúsculo que nos gesta, nos acompaña y un día nos examinará sobre el amor.
Cada niño que viene al mundo nos dice que Dios espera algo incluso de todos aquellos que han decidido no esperar nada de él. El cuerpo del niño es un sacramento de fe, de esperanza y de amor.
La fiesta de la Presentación de Jesús en el Templo nos recuerda que en cada nacimiento renace la esperanza de la salvación. Esa salvación definitiva que no depende de honores humanos ni de cachivaches técnicos.
La fiesta de Las Candelas, que celebramos el día 2 de febrero, ilumina la realidad de nuestro cuerpo. Por débil que parezca, el cuerpo es una revelacion del Misterio de Dios y del milagro de la vida. Nuestra esperanza tiene mucho de lo humano y tiene todo de lo divino.
José-Román Flecha Andrés
La vida y el cuerpo | Imagen 1
FELICES
"Buscad al Señor, vosotros, todos los humildes de la tierra, los que ponéis en práctica sus decretos" (Sof 2,3). Así comienza el texto del profeta Sofonías que se proclama

en este domingo 4º del Tiempo Ordinario.

Buscar al Señor equivale a buscar la justicia y la humildad. A esa búsqueda del ser humano responde un oráculo del Señor: "Yo dejaré en medio de ti a un pueblo pobre y humilde, que se refugiará en el nombre del Señor" (Sof 3,12).
Seguramente tanto la búsqueda humana como la respuesta divina resultarán extrañas y hasta escandalosas en un mundo que se cree autosuficiente. Esta es una sociedad en la que parecen triunfar los que confían en sí mismos, los que buscan un triunfo fácil y una situación de privilegio. La pobreza no puede presentarse como un ideal de vida.
Pero el salmo 145 nos asegura que Dios "hace justicia a los oprimidos y da pan a los hambrientos". También san Pablo recuerda a los cristianos de Corinto que Dios no eligió entre ellos a los sabios y poderosos, sino a los más débiles y despreciados (1Cor 1,26-31).
EL ESCÁNDALO
Si estos textos resultan escandalosos para la mentalidad contemporánea, mucho más lo será el pregón de las bienaventuranzas con el que el evangelio de Mateo abre el llamado Sermón de la Montaña (Mt 5, 1-12)
? El anuncio de las bienaventuranzas evangélicas es provocador. No deja indiferente al cristiano de nuestro tiempo. Estas palabras nos hacen presente el proyecto de Dios sobre el ser humano. Nos revelan su voluntad amorosa sobre cada uno de nosotros.
? Las bienaventuranzas son un don de Dios para que podamos dirigir a Él nuestros pasos. Si son difíciles para quienes viven de la fe cristiana, resultarán extrañas a una sociedad que vive en la superficialidad y parece haber perdido el gusto por las cosas de Dios y del espíritu.
Pero estas palabras de Jesús no encierran solo un ideal para los cristianos. Revelan también a toda persona, creyente o no creyente, la más honda verdad del ser humano y los valores en los que ha de basarse una sociedad que quiera ser humana y humanizadora.
LOS VALORES
La admiración de Jesús hacia los pobres, los humildes y los marginados convierte a las bienaventuranzas en el código fundamental de la ética cristiana.
? En este mensaje se nos revela lo que somos y lo que en verdad queremos ser. En él se nos muestra el camino de la felicidad. De la felicidad terrena e intrahistórica. Y, sobre todo, de la felicidad eterna que nos ha sido prometida.
? El texto de las bienaventuranzas evangélicas es una profecía. Incluye el mensaje de un anuncio y de una denuncia. Un anuncio de los valores que realmente conducen al ser humano a la felicidad y resumen los ideales de la convivencia social.
? Y una denuncia de los antivalores que ponen en peligro la armonía de la persona y la paz de toda la sociedad. Por eso, las bienaventuranzas exigen de nosotros una renuncia. Sin la renuncia personal, el anuncio no es creíble y la denuncia no es respetuosa.
- Señor Jesús, sabemos y creemos que las bienaventuranzas que tú vivías y proclamabas subrayan la confianza personal que genera la fe, el coraje que brota de la esperanza y la entrega que exige la caridad. Bendito seas por ello, Señor. Amén.
José-Román Flecha Andrés

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