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Segunda vez
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Segunda vez

Actualizado 29/01/2016
Luis Miguel Santos Unamuno

Los periodistas y aficionados contemplábamos una y otra vez la jugada repetida en aquella novedosa moviola que se puso en marcha en los años 70. Pretendía, con dispar resultado, aclarar las dudas sobre la zancadilla en el área o la posición de fuera de juego. A la tercera repetición en un ataque de locura momentánea pensabas que la pelota esa vez iba a entrar. Y no te cuento en un tiro a canasta en el último segundo.

Los videojuegos, por su parte, te permiten ser tú quien decide el número de repeticiones porque cuando pierdes le das al reset y vuelves a empezar. Como me dijo una vez un hermano mío (esto de ser nueve hermanos da para mucho, tienes muchos cerebros a tu disposición): los adolescentes parece que viven como si estuvieran en un videojuego y tuvieran varias vidas. Y no es una crítica.

Ahora se repite la ronda de contactos del Rey con los líderes, es un decir, de los grupos parlamentarios, es otro decir (¿recibe, por cierto, al tránsfuga exdiputado del PP por Segovia?). Pero uno se teme que el resultado, como con la moviola, va a ser el mismo y volverá a quedar patente la indefinición de nuestra legislación a la espera de la primera sesión de investidura. Otra cosa sería (¿será?) en el caso de que se vaya a nuevas elecciones pues si bien la repetición de las jugadas en televisión se empeña en mantenerse igual a su original y el balón sigue sin entrar en la portería por muchas veces que veamos tirar el penalti, las posibles nuevas elecciones que se produjeran ahora no serían ya una mera repetición pues los nuevos casos de corrupción destapados en Valencia no podrán ser ignorados por los votantes del PP. Han obrado el milagro: al repetir la jugada ahora el delantero sí está fuera de juego y el gol no valdrá.

Reconozco que hay algo fascinante en esas segundas oportunidades que te ofrece la vida aunque aquel programa de televisión de Paco Costas que algunos recordarán titulado precisamente Segunda oportunidad pretendía enseñar a conducir con seguridad porque, afirmaba, muchos no dispondrían ya de ella. Y puestos a numerarlas prefiero quedarme con ese desasosegante cuento de Cortázar, Segunda vez, en el que van desapareciendo (como en la dictadura argentina) los personajes que por allí pasan. O con Primer amor y otros pesares el cuento de Harold Brodkey (en la traducción de Enrique Murillo para Anagrama) en el que el protagonista se percata del autoengaño en que estaba viviendo su infancia y de la inseguridad de esas ideas de las que hasta entonces se había fiado: "No éramos una familia forzosamente feliz ni nos aguardaba a mi hermana y a mí el más maravillosos destino imaginable. Podíamos cometer errores, elegir mal. La infelicidad era real, incluso probable?". Con certezas así la vida y la negociación política se abordan de otra manera.

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