¡Felices Reinas!

Que nadie dude que somos feministas pro-igualitarios y, además, creemos ejercer de ello, pero por favor no nos pidan que seamos cortos de vista y de mente, porque nunca nos verán decir que un grupo de mujeres haciendo una composición artística es un signo de explotación del cuerpo femenino. En esto hay mucho primitivismo.

La mayoría estamos encantados con que las chicas de la sincronizada hayan pasado a componer las burbujitas de Freixenet, pero tampoco nos hubiera parecido mal que las protagonistas hubieran sido unas bailarinas o unas modelos con un cuerpo escultural. Éstas y las otras nos gustan, las miramos y las admiramos sin mayor prejuicio. Y somos conscientes que la intención del anuncio es mezclar en el subconsciente la belleza femenina con las bondades del cava.

Sin embargo, nos preguntamos si nuestro estado hormonal hubiera sido el mismo en el caso de que el anuncio lo realizaran chicas normales. Es decir, chicas embutidas en slip de distintas tallas y redondeces. Quizá en este caso la perfección daría paso a la sensualidad. ¿No? Sí, creemos que esto es así. No sé por qué, pero lo creemos. Y en este supuesto es posible que nuestra mente pasara a imaginar entre ellas a la mocita taquillera que habitualmente sólo le vemos su carita agraciada, o a la chatina [gracias, Arturo] de cuerpo rechoncho que nos hace torcer el cuello en cualquier sitio o lugar; vamos, todo lo prohibido, y lo prohibido no está en la mujer con físico perfecto, mujer diez, esa que ya nos la han tatuado como ideal.

Reflexionemos y preguntémonos entonces ¿por qué llamamos normales a las mujeres que encontramos de paso? [¡Quién nos mandaría meternos en este follón...!]. Nos vamos de nuevo al anuncio de Freixenet y el publicista [estudiamos para ello y lo fuimos en una época] nos dice que si esta publicidad la realizaran chicas jóvenes normales (o sea, las imperfectas perfectas) nuestro cerebro se diversificaría tanto que disfrutaríamos del anuncio pero venderíamos menos botellas.

Ya terminada esta visión, ahora vamos a satisfacer a quienes preguntan por qué este anuncio no lo hacen los hombres. Nos atrevemos a decir que, primero, porque quienes consumen esta bebida en mayor cantidad son varones, a los que se les supone atraídos en su mayoría por las féminas burbujitas; en segundo lugar, porque no se les ha ocurrido pensar a los de marketing que son ellas las que deciden en mayor medida la cesta de la compra y, si utilizaran la imagen del chico, el subconsciente les haría echar más botellas al carro, pero ya lo dijimos: no se les ha ocurrido; y en tercer lugar, porque la tradición manda y la belleza del cuerpo masculino, admirada en el Arte, sin embargo, en vivo, a pesar de que existan fantásticos bailarines, no provoca mucho entusiasmo entre los del mismo género, un hecho que no ocurre de mujer a mujer.

Con esto hemos querido señalar que sería un feminismo mal entendido hablar de explotación del cuerpo de la mujer por un anuncio como éste. Sin embargo, nosotros seguiremos diciendo que en muchos otros temas a la mujer se la explota y se la ningunea. Un ejemplo de lo último, sin salir del buen rollo, nos lleva a los confines de la antigüedad y todos lo van a entender con un par de preguntas: ¿Recuerdan aquello de que el hombre era el que salía de caza y la mujer se quedaba en la cueva? ¿Lo recuerdan? Bueno, pues entonces díganme: ¿por qué coño, con perdón, nos adjudican a los hombres las pinturas rupestres? Ya hay estudios que lo dudan.