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El saludo de la Iglesia
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El saludo de la Iglesia

Actualizado 20/12/2015
José Román Flecha

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El día 8 de diciembre de 1965 se clausuró el Concilio Vaticano II con la misa celebrada por Pablo VI en la Plaza de San Pedro. Aquella mañana oímos de los labios del Papa un saludo dirigido a toda la humanidad. Cinco pensamientos quedaron flotando en el recuerdo:
? "Como el sonido de las campanas se extiende por el cielo y llega a todos los que encuentra en el radio de expansión de sus ondas sonoras, así nuestro saludo se dirige a todo el mundo: A los que lo acepten y a los que lo rechacen (?) Nadie es en principio inalcanzable desde este centro católico romano. Nadie es extraño para la Iglesia católica, a nadie se le excluye, nadie es lejano".
En un segundo momento, Pablo VI trataba de expresar el mismo sentimiento de cercanía a todos los hombres, pero aludiendo al amor humano:
? "Cada uno de aquellos a quienes se dirige nuestro saludo es un llamado, es un invitado; y, en cierto modo, alguien ya presente. Que lo diga si no el corazón del que ama: el amado es siempre un presente. Y nosotros, especialmente en este momento, y en virtud de nuestro mandato universal, pastoral y apostólico, amamos a todos, absolutamente a todos".
Después de recordar a los fieles presentes, a los enfermos y a los obispos retenidos y encarcelados para impedirles asistir al Concilio, el Papa expresaba su voluntad de diálogo:
? "Dirigimos también este saludo universal a vosotros los hombres que no nos conocéis, a los hombres que no nos comprendéis, a los hombres que no nos juzgáis útiles, necesarios o amigos; e incluso a vosotros los que nos combatís, quizá creyendo obrar bien. Un saludo sincero, un saludo discreto, pero lleno de esperanza; y hoy, creédnoslo, lleno de aprecio y de amor".
Pablo VI quería subrayar que su saludo era distinto de los saludos ordinarios con que nos despedimos después de un encuentro.
? "No es el nuestro un saludo de despedida que separa, sino de amistad que permanece o nace ya desde ahora si es preciso?Nuestro saludo quisiera llegar al corazón de cada uno, entrar en él como un huésped querido y pronunciar en el silencio interior de vuestro espíritu la palabra habitual e inefable del Señor: Os dejo la paz, os doy la paz, no como la da el mundo".
Por último, Pablo VI apuntaba a una dimensión espiritual y trascendente de aquel saludo que dirigía a toda la humanidad, al cerrar el Concilio:
? "Nuestro saludo tiende a otra realidad superior. No es solo un intercambio de palabras entre nosotros, sino que reclama a otro presente, el Señor mismo, invisible, sí, pero operante en el tejido de las relaciones humanas. Lo invita y le pide que haga brotar en quien saluda y en quien es saludado nuevas bendiciones, la primera y más preciosa de las cuales es la caridad".
Universalidad, presencia, aprecio, paz y caridad. He ahí cinco características del saludo de Pablo VI al mundo. Seguramente esas cinco notas del saludo de la Iglesia siguen siendo válidas y necesarias todavía.
José-Román Fl

echa Andrés

El grito de Isabel

"Belén de Efrata, pequeña entre las aldeas de Judá, de ti saldrá el jefe de Israel" Así comienza la primera lectura que se lee en la misa de este cuarto domingo de Adviento (Mi 5,2). Seguramente el profeta Miqueas recuerda la elección de David por parte del profeta Samuel. En aquella pequeña aldea había ungido a aquel joven como futuro rey de Israel.
La pequeñez del lugar de origen marcaba un fuerte contraste con la grandeza del reino que se vislumbraba en el futuro. Así que la observación de la pequeñez de Belén resonaba en la memoria como una parábola y una profecía. Evidentemente, Dios tiene su predilección por lo que parece insignificante a los ojos de los hombres.
También hoy, son los gestos de los más humildes y de los más pequeños los que nos ayudan a abrir los ojos para descubrir las señales de Dios. Las palabras de los más pequeños y marginados nos llevan con frecuencia a descubrir la verdad y la actualidad del Evangelio.
EL SALUDO Y LA ALEGRÍA
En el evangelio de Lucas que se proclama en este cuarto domingo de Adviento (Lc 1, 39-45) aparecen dos mujeres. Las dos están esperando un hijo, cuyo nacimiento parecía totalmente imposible. Dios nos sorprende al elegir la pequeñez de Belén. Pero más nos sorprende por el modo como viene el Mesías a nuestro mundo.
En el relato se repiten por tres veces las palabras que se refieren al saludo entre María e Isabel. El saludo es siempre signo de un encuentro humano. Es una señal de cortesía. Pero es también manifestación de la buena voluntad. Implica la mutua acogida. Y el intercambio de buenos deseos. De una buena noticia.
Por otra parte, el saludo de María a Isabel suscita la alegría del niño, que salta de gozo en el vientre de su pariente Isabel. María es modelo de evangelización. Lleva consigo una buena noticia. En realidad su sola presencia es ya portadora de un buen mensaje. Y de un buen Mensajero.
BENDICIÓN Y DICHA
Isabel acoge y saluda a María con un grito de alegría. Y le dirige dos palabras típicas de la fe que ha heredado de su pueblo y que se está convirtiendo en vida en su propia vida.
? "¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!" María y su hijo son depositarios de las bendiciones del Altísimo. Pero esa bendición no es un privilegio para ser guardado con celo. Tanto el Hijo como la Madre habrán de ser fuente de bendición para generaciones enteras de creyentes.
? "Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá". A María se dirige la primera bienaventuranza del Evangelio. Efectivamente, ella es feliz no sólo por su maternidad, sino por su fe. Como dice san Agustín, "la Palabra de Dios se hizo vida en su vientre porque antes se había hecho verdad en su mente".
- Padre celestial, en el encuentro de María e Isabel se hace visible tu misericordia compasiva y tu encuentro con nuestra humanidad. Que nuestra fe acoja tu presencia en este mundo y nos dé fuerza para reconocerla y anunciarla con alegría. Amén.

José-Román Flecha Andrés

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